Creado en: mayo 29, 2021 a las 07:30 am.
Onelio, razones para el recuerdo
Por Amador Hernández Hernández
La señora Francisca Viera Torromé andaba aquella mañana del 29 de mayo de 1986 en los mismos ajetreos domésticos de todos los días. Desde muy temprano escuchaba el tecleo en el despacho de Onelio. Le preparó la taza de café humeante, sobre lo amargo, como lo degustaba siempre.
Al fin Cuca escuchó el último golpe de tecla. Al presionar la puerta, se lo encontró corrigiendo el texto La presea, acabadito de escribir. Qué lejos estaba de imaginar que, junto con el final del cuento, su vida estaba próxima a apagarse. Bebió el café, sorbo a sorbo, mientras compartía la lectura del cuento con su esposa. A Cuca le pareció bien, solo le sugirió que revisara el final, pues le parecía muy cruel. Por mucho que no le gustase hacerlo, ella estaba segura de que él volvería sobre las últimas líneas. Llevaba como 15 minutos escuchándolo teclear. Ella sonrió de nuevo e imaginó el índice del escritor aporreando el punto conclusivo de la historia, en su Robotron.
Doña Francisca regresó al estudio ante el ruido inesperado. Onelio reposaba su cabeza sobre el rodillo de la máquina de escribir. Un reposo que sería eterno. Había muerto como el hermoso caballo de una de sus invenciones, con los ojos bien abiertos, para guardarse el inmenso azul de los mares, la sencillez de sus campesinos, carboneros y pescadores; para retener la imagen última del sauce llorón, aquel árbol ancestral de su infancia, que todavía sigue brindando sombra a su pueblito, tan lejos geográficamente ahora, tan cerca de su corazón. Así, literariamente, nos decía adiós el escritor, que había tenido aún el tiempo justo para dejarles a los niños un caballito blanco y un cangrejo volador.
Onelio ha sido calificado por muchos analistas como el Chaplin de la literatura nacional, pues su obra convence por igual a los más exigentes lectores como a los menos avezados.
Pocos como él pudieron reunir, en un considerable haz de cuentos, la tradición narrativa cubana y los atisbos de un arte de contar diferente en los umbrales del posboom latinoamericano. La cuentística oneliana se mueve, primero en el llamado cuento criollista, recreando esa ruralidad de la geografía cubana, hasta dentro del dolor de la pobreza, siempre bajo el aliento de un mañana diferente. Pero el propio Onelio supera ese primer momento de su narrativa para calar en la personalidad de los hombres y mujeres de campo, lo que le permite ahondar en un escenario mucho más copioso y tomar conciencia, junto con sus personajes, de esa realidad excluyente.
Onelio, hombre acostumbrado a lidiar en el pasado con la miseria, con el hombre rudo de los campos, de los cayos y de los villorrios de pescadores, encontró igualmente, en esa cosmografía, cuenteros populares que le sirvieron para crearse su propio fabulador; un narrador testigo que supliría su papel de escritor, apegado a esa oralidad. Juan Candela, ese personaje fenómeno tan llevado a los audiovisuales y a los escenarios teatrales, reprodujo en su acepción más amplia a uno de los maestros de la narrativa cubana.
Onelio escribía, según su amigo Gustavo Eguren, los cuentos de una sentada, los traía en la mente y los tecleaba, amparado en su frondosa capacidad de fabulador.
No hubo oficio que Onelio no ejerciera con un profundo amor por el hombre: vendedor ambulante, mensajero de farmacia, maestro, periodista, libretista radial, pero por sobre todos, la de escritor comprometido con lo mejor de las esencias humanas. Revolucionario cabal, tuvo la dicha de ver cumplido su sueño de que un día sus personajes, empobrecidos hasta la médula, tuviesen la oportunidad de vivir en un país donde la dignidad del ser humano fuese la ley primera.
El escritor, dueño de más de 15 cuadernos de cuentos, traducidos a más de 12 idiomas y con adaptaciones para el teatro, la danza y el cine, se desempeñó, además, como Consejero Cultural de la Embajada de Cuba en Perú, y a su regreso fue elegido presidente de la sección de literatura de la Uneac, responsabilidad que asumió hasta su muerte.
A 35 años de su desaparición física, razones sobran para continuar estudiando su obra, pues esta constituye un segmento sustancial en el copioso patrimonio literario de la Isla ilustrada.