Creado en: mayo 30, 2021 a las 12:18 am.
Asocio el erotismo a un umbral lleno de posibilidades y de ensueños
Alberto Garrandés es Licenciado en Filología, narrador, ensayista, investigador, poeta y editor. Por su obra ha obtenido importantes premios y reconocimientos tanto dentro como fuera de la isla: La Gaceta de Cuba, La Llama Doble de novela erótica, Plaza Mayor en Puerto Rico y Alejo Carpentier, entre otros.
Garrandés, es una de las voces imprescindibles de la literatura cubana, pertenece a la generación de escritores que la crítica denominó como los Novísimos. Su obra hoy ha alcanzado una gran madurez, cuenta con más de una veintena de títulos publicados. Descuella también su labor como antologador.
El erotismo es uno de los elementos que destaca en su obra. Al abordar sobre el tema el escritor nos refiere:
“Debido al hecho de que veo lo erótico y el sexo como una serie virtualmente infinita de articulaciones, mi lenguaje se mueve en varios niveles, desde el más “bajo” (lo obsceno) hasta el más “alto” (el lirismo del placer). Entre ambos niveles hay muchos estratos y allí veo siempre una riqueza inagotable”.
Hablamos con el autor a propósito de su más reciente publicación, el libro de poemas eróticos, La máquina de Picabia, que salió a la luz porla editorial DECO McPherson S.A.
Ha sido un verdadero placer que me haya concedido esta entrevista, que devela dos cualidades significativas del autor: ingenio y desenfado.
¿Recuerdas el primer texto que escribiste? ¿Cuál fue tu primera publicación?
Casi nunca sucede que lo primero que uno escribe sea lo primero que uno publica. Es una regularidad de la vida inicial de un escritor. Lo primero en mí fue la poesía. Poemas de los 17 y los 18 años. Poemas muy malos, como suele ocurrir. Hasta que me di cuenta de que escribir poemas, que no es lo mismo que escribir poesía, es endiabladamente difícil. Así veo las cosas hoy… ser un buen poeta es mucho más complicado y riesgoso que ser un buen narrador.
De acuerdo con mi experiencia, primero fue ese conjunto de poemas que reuní bajo un título espantoso, alambicado, y que envié al concurso “13 de marzo” en 1978. Después empecé con los cuentos y con algunos ensayos muy académicos en los que ya iba desprendiéndome de ciertas indigestiones teóricas, cuando trabajaba en el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias. Ten en cuenta, además, que mi formación es filológica: mucho latín, mucha lingüística, mucha gramática y, por supuesto, mucha literatura. Mi primer texto “recordable” es un cuento que perdí, escrito a los 20 años, y que quiero reescribir. Se titulaba “En el bosque” y era una especie de precuela de “El modelo de Pickman”, un célebre cuento de H. P. Lovecraft. Pero lo primero que publiqué fue Walkman (palimpsesto), en 1992, en la editorial Extramuros, cuando sólo se hacían plaquettes en impresión directa (no digital, sino con cajas tipográficas de plomo).
Walkman (palimpsesto) es un texto fragmentario donde el espacio y el tiempo son magnitudes de la mente sensible. Me preguntaron si no quería publicar mejor una colección de cuentos breves y me pareció que lo ideal era dar a conocer ese texto extenso, de casi 30 páginas. Los cuentos breves no se me dan bien. Prefiero los que oscilan entre el cuento largo y la noveleta. Hay un forcejeo más atrayente y más cálido con la trama y el estilo. Además, Walkman (palimpsesto) ya estaba prefigurando la aparición, en mí, del tipo de prosa narrativa que di a conocer en CiberSadediez años más tarde. Llamé a esos textos “instalaciones narrativas”. Creo que es un modo eficaz de revelar su naturaleza.
Eres cuentista, novelista, investigador, poeta y ensayista. ¿Cómo asumes cada uno de estos géneros literarios? ¿Hay influencia de uno sobre otro? ¿En cuál te sientes más cómodo?
Todo eso se junta, se revuelve, se mezcla bien y después se separa. Soy ordenado, pero no puedo evitar las interconexiones. Un escritor que hace de la paranoia un instrumento de trabajo puede vivir en las interconexiones, en las bisagras, en ciertos procesos sinápticos. Por ejemplo, si escribo ficciones detalladas y escrupulosas es porque así mismo soy en mis ensayos. Mis poemas cargan también con eso: son textos narrativos, salmos donde se cuentan cosas, episodios líricos llenos de sucesos. Y como también he tenido una formación dentro de la visualidad, no puedo evitar que la pintura y el cine se metan dentro de todo lo que escribo.
Me siento cómodo en el ensayo, y escribo con rapidez y entusiasmo. Pero siempre demoro un poco, pues soy incapaz de pegar una línea si antes no tengo una idea clara del conjunto. Tomo muchas notas, hago conexiones diversas. La cultura es un rizoma donde todos los puntos del espacio y el tiempo están ensamblados por pasadizos y túneles a veces anchos, a veces estrechos. Y tengo un vicio: intentar saber cómo es la mente de un escritor en un instante determinado, en una obra concreta. Un vicio de la labor como crítico, si así pudiera decirlo.
Ese vicio es bueno y malo. Un escritor debe saber, debe saberse, pero no debería conocer tanto sobre su trabajo. Hay que dejar espacio al inconsciente, que es un universo libre.
Hasta ahora no he podido desvincular la poesía del relato. Salvo algunos poemas, la mayoría se adscribe al llamado narrative poem, la estampa, lo episódico. El poema en prosa. Mi mejor experiencia dentro del poema largo, en una prosa que no es lineal, la tuve con Kashmir.
Mis ficciones son celosas del detalle y nunca rectilíneas. Me gusta lo secuencial si hay una historia fuerte que contar, pero también lo discontinuo y lo fragmentario. Últimamente, en relatos extensos y en novelas, lo discontinuo y lo fragmentario me parecen buenos aliados de la veracidad. Rechazo las convenciones narrativas.
Por la editorial DECO McPherson S.A ha salido a la luz tu libro de poemas eróticos La máquina de Picabia. En su presentación la crítica refirió: “Escritura poética de sensorialidad plena que no descuida el costado conceptual de sus transposiciones líricas y capaz de representar cuadros humanos vívidos, donde tinieblas y luces se aúnan y provocan asombro y reflexión constante por el sexo y el erotismo…” ¿Puedes abundar al respecto? ¿Por qué este título?
Ahí están esos cuadros o episodios de raíz lírica, como te decía, o esos momentos líricos que se concrecionan gracias a lo narrativo, a la narratividad. En principio jamás me impongo temas ni líneas de trabajo fijas, más bien me guío por intuiciones o por obsesiones. Pero en lo que toca a La máquina de Picabia sí me dije que quería escribir poemas eróticos donde el sexo se enseñoreara de la totalidad. Y lo hice. Escribí una serie abierta y el libro cuajó al cabo del tiempo. Para mí el cuerpo, el erotismo, el sexo y el lenguaje son 4 puntos cardinales. Cuando escribo centrándome en ellos es como si me adentrara en una especie de cuadrivio.
Recorrer ese caminó se constituyó en una aventura, y la verdad es que no puedo escribir si lo que hago no se parece en general a una aventura. En cuanto al título… bueno: Picabia fue un pintor muy singular. Francis-Marie Martínez Picabia. Si no recuerdo mal es de origen cubano. Y pintó unos mecanismos que se llaman “máquinas inútiles”, lo que la crítica llama pintura mecanomorfa. Artefactos disfuncionales que sólo “amenazan” con funcionar sin hacerlo de veras. Me interesa mucho esa concepción de la máquina como artilugio misterioso, porque lo inútil es una categoría extrañísima. De hecho hay un texto, al final del libro, que se refiere a una máquina de Picabia.
En breve, y por la misma editorial, se publicarán la novela “Capricho habanero” y el libro de cuentos “Carnaval y otras historias”. Háblanos brevemente de cada una de estas obras. ¿Han tenido ediciones anteriores?
Capricho habanero es mi primera novela y creo que se ha convertido en un libro afortunado desde que alguien, en una carta procedente de Mayarí Arriba, me dijo que su lectura le había cambiado la vida. Eso fue en 1998, hace 23 años. Yo era otro y el mismo. La segunda edición apareció en la editorial Ácana y ya tenía correcciones y adiciones definitivas. Por eso escribí allí que se trataba del “corte del director”. Pero esa edición circuló poco, no fue tan vista como la primera, o eso supongo. Ahora McPherson publica el libro escoltado por una nueva visibilidad y en una nueva época, y creo que sería como una primicia en retrospectiva porque sé que Capricho habanero continúa siendo tan inquietante como cuando vio la luz por primera vez. Mantiene su incógnita. En definitiva es un díptico cuya segunda parte transcurre en La Habana de 2027, lo cual es el futuro todavía.
Con respecto a Carnaval y otras historias hay buena cantidad de textos inéditos allí (“Espejos”, “Fuego en el corazón”, “Monje que arde” y otros), y lo que más me satisface de esa colección es su variedad. Son cuentos muy dispares en cuanto a asuntos, personajes, épocas y estilos. En definitiva el yo está lejos de ser un monolito. Dentro de uno hay yoes diversos y contrastantes. Puesto a examinarme, creo que puedo mostrar cuentos que parecen escritos por varios autores. Carnaval y otras historias es un libro ríspido, atenazador, pero muy cordial con el lector. Siempre he pensado que el relato y el acto de relatar prosperan en lo insólito y en la postergación de ciertas revelaciones. Es un principio simple, efectivo y de provecho que es bien visible en ese libro.
¿Cómo ha sido tu experiencia con esta editorial? ¿Qué opinas de este proyecto?
McPherson ha tenido la lucidez de barajar varios catálogos de escritores, lo cual podría equivaler a decir que allí trabajan con distintas tipologías de escritura, lo mismo en la línea del tiempo que en la línea de los estilos. Han apostado por la calidad y por la variedad dentro de cierto balance genérico. Y entonces el resultado es una significativa exploración de la literatura cubana contemporánea, un sondeo literario y comercial que posiblemente se transforme en un rostro singular y bastante preciso de lo que es la Cubaliteraria de hoy, entendido ese hoy como una magnitud extensible. Me parece que es un proyecto de una seriedad encomiable y por esa razón les ofrecí varios libros. Hemos trabajado con firmeza, con rigor, sin pausas y cuidando los detalles. Lo que he visto hasta hoy es, además, sinónimo de elegancia y buen gusto formales.
En Cuba se publica bastante, a pesar de las limitaciones, y hay muchos textos de valor. Sin embargo, fuera de Cuba la difusión y la posible resonancia de esos textos son prácticamente nulas, y McPherson podría contribuir y de hecho contribuye a que esa situación cambie.
El erotismo es uno de los elementos que destaca en tu obra. ¿Cómo funciona para ti el eros en el momento de la creación? ¿Te erotizas con tu erotismo? A la hora de describir, por ejemplo: el placer de la felación, un jugueteo con el falo o la vulva, ¿te planteas no mencionar algunas palabras como: pinga, tranca, bollo, para evitar la vulgaridad? ¿Crees que el erotismo se debe asociar al amor, a la lírica y la pornografía a lo soez? Cuando describes escenas eróticas ¿en qué cuerpo te enfocas en el masculino o en el femenino?
Ufff, esta pregunta son como 7 u 8. Vayamos por partes, como Jack el Destripador. El erotismo lo asocio siempre a un umbral lleno de posibilidades, de ensueños, de opciones de sexo. Por supuesto, hay un erotismo más general, acaso desvinculado del sexo o de la vecindad del sexo, pero creo que te refieres a la antesala del sexo y eso es lo que me interesa: el lenguaje de lo erótico como pulsión, como inicio del deseo. Ese lenguaje es un conjunto de trampas que evito con cuidado, hasta donde me resulta posible.
Debido al hecho de que veo lo erótico y el sexo como una serie virtualmente infinita de articulaciones, mi lenguaje se mueve en varios niveles, desde el más “bajo” (lo obsceno) hasta el más “alto” (el lirismo del placer). Entre ambos niveles hay muchos estratos y allí veo siempre una riqueza inagotable.
A veces me erotizo con ciertas escenas. Supongo que es normal, si añado imaginación o cambio las perspectivas al describir o narrar un suceso real, por ejemplo. He tenido una vida erótico-sexual rica y un tanto barroca, no me cuesta decirlo, y hay porciones de ella que entran en la ficción de modo inevitable. La memoria es una modalidad de la ficción, ya se sabe. Tiendo a cierta acuciosidad pictórica o cinematográfica. Si necesito describir una felación, puedo usar sinónimos de la palabra pinga, pero no me preocupa escribirla, a no ser que se repita mucho, y eso es prevención contra la pobreza, no autocensura. Mamar una pinga es un acto tan bello como feroz y si vas a describir eso tienes que saber evitar lo obvio, aunque lo obvio sea ese placer “sencillo” que da el hecho de recibir una felación o regalársela a alguien.
Otra de mis fascinaciones es la vulva. Podría contarte mucho sobre eso, pero no quiero que me acusen de pornográfico en el peor sentido. ¿Que soy un pornófago, un pornófilo? Puede que sí. Todo eso es literariamente peligroso porque describir, por ejemplo, las caricias que reciben una vulva, los labios menores, la capucha del clítoris, la entrada de la vagina puede ser un ejercicio trivial, de enorme insignificancia, o ser por otro lado un viaje por dentro de un torbellino abisal.
Si te conectas con lo sagrado del cuerpo y el placer vas directo al amor o hacia algo que se le parece. Pinga, tranca, bollo y otras muchas palabras pueden asociarse a lo soez, pero no son lo soez. Soez puede ser tu perspectiva, digamos. También uno debería ser realista y no caer en posiciones de ridículo literario ni en ridiculeces vitales, que son peores.
En cuanto a esas escenas y sus cuerpos, les concedo la misma importancia al cuerpo de una mujer que al de un hombre. Enfoco ambos con igual intensidad. Una vez me preguntaron cuál es, en mi opinión, más bello: un cuerpo masculino desnudo y excitado o un cuerpo femenino desnudo y excitado. La pregunta es tramposa, inútil y boba. Puedes disfrutar de cerca de la excitación de una mujer, pero una buena pinga en erección es descacharrante e inexorable, aunque lo que quieras sea sumergirte en una vagina después de chupar y lamer aplicadamente sus alrededores.
¿Cuál es tu obra más reciente? ¿Estás escribiendo en estos momentos? Cuéntanos sobre tus futuros proyectos editoriales.
Acabo de terminar la tercera revisión de Marea baja, una novela, y preparo una colección amplia de ensayos para Casa Vacía, una editorial cuyo catálogo me parece muy serio. Estoy leyendo bastante, además. Pienso en otra novela, ahora en proyecto, titulada El inventario incalculable, donde el cuerpo será el centro de todo. Es un reto, pues quiero avanzar por ese dudoso camino donde la descripción se convierte en narración o en condiciones de narratividad. Lo descriptivo tiene la capacidad de contar.
En Marea baja me acerco a lo que sería un memorial erótico/sexual anclado en la reminiscencia (memoria y evocación) y en la imaginación. Presumo que será un libro duro, lleno de excesos en cuanto al sexo, pero también representa un diálogo con el pensamiento mítico y con aspectos muy personales de mi vida gracias a los cuales he tenido la suerte de conectarme (así lo veo) con ciertas formas arcaicas y ciertos arquetipos.
¿Qué le aconsejarías a los jóvenes escritores? ¿A los jóvenes en sentido general?
A los jóvenes escritores les aconsejo leer mucho, escribir mucho (ese entrenamiento es el único que garantiza la aparición de cierto oficio) y vivir mucho. La vida es una experiencia extraordinaria, mágica, y debe vivirse a fondo, con fuerza, lucidez y valentía. Y con amor. Vivir sin amor no sirve. En sentido general a los jóvenes les aconsejo también lo mismo: vivir con intensidad, descubrirse a sí mismos, que hagan (si hay condiciones propicias) exámenes de conciencia de vez en vez… y que amen. Amar es lo único que salva. Ni siquiera la cultura puede salvar. El amor, sí.