Creado en: septiembre 5, 2021 a las 08:41 am.
Academia, «cuántos crímenes se cometen en tu nombre»
“Las Academias constituyen la obra maestra de la puerilidad senil”.
Tan agresiva declaración no la pronuncia este humilde chupatintas, sino que fue expresada por una cúspide del pensamiento universal: nada menos que Víctor Hugo.
Y frecuentemente, mientras se hojean las ediciones del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, cualquiera se siente tentado a hacer suya la frase del francés inconmensurable.
¿Me pedía usted un ejemplo? Pues nos dice la venerable que bongó es un instrumento que “tocan los negros”. Y a uno le entran deseos de preguntarle a la honorable abuela matritense si el bongó ha de tomar otro nombre cuando su percusiva cadencia se escucha al tocarlo un mulato o un blanco, lo cual es frecuentísimo.
GabrielGarcía Márquez ha dicho terminantemente que la Real Academia entierra a las palabras del castellano en el mausoleo de su diccionario. Y uno podría agregar que a menudo las inhuman chapuceramente en ese monumento funerario.
Así, nos dice el Diccionario… que la pistola es un arma de fuego corta que se amartilla, apunta y dispara con una sola mano. Vaya definición, igualmente aplicable al revólver. Sí, lo que caracteriza a la pistola contemporánea es la existencia de dos elementos: un mecanismo de gases, que introduce bala en el directo tras cada disparo, y un peine, magacín o cargador. De ambas entidades carece el revólver. (No caben dudas: los ilustres señores académicos saben tanto de armamento como yo de teología marciana).
SI SE METEN EN LO NUESTRO…
Los dislates de la Academia no reconocen límite alguno, y lo mismo disparatan sobre arquitectura que en cuanto a preceptiva literaria. Pero cuando incursionan en nuestro patio sus despropósitos resultan merecedores de la criolla y demoledora trompetilla.
Así, dice su diccionario que “retinto” significa “castaño muy oscuro”. Habría que pastorear a los señores académicos hasta el santiaguero San Pedrito o el capitalino Palo Caga`o y mostrarles un negro bien retinto, para que sepan de qué están hablando.
Eurocéntricos, definen el término “pintón” con estas palabras: “Dícese del racimo de uvas cuyos granos van tomando color”. Y, como afirma el pueblo, hasta ahí las clases. Sí, las uvas, y sanseacabó. Quedan fuera los plátanos pintones, las guayabas pintonas y otros manjares. (Allá ellos, que se los pierden).
Los académicos han acogido en su áspero regazo al cubanismo “chinchal”, con el significado de “establecimiento comercial pequeño y de poca importancia”. Mas se quedan cortos, pues un “chinchal” puede ser también un ínfimo establecimiento industrial como, por ejemplo, los que tradicionalmente han confeccionado zapatos en Manzanillo.
Cuando yo era niño –es decir, por tiempos del Jurásico– mi abuela me cantaba nanas meciéndose en una comadrita, mientras se oía el chismorreo de las comadres llevaitraes del barrio y una locomotora enchuchaba en el aledaño entronque ferroviario. Hubo que esperar milenios –hasta ayer, como aquél que dice– para que la Academia se enterase de la existencia de confortables comadritas, insufribles llevaitraes y trenes que se enchuchan. Claro, el cerebro de los académicos despliega igual agilidad que sus articulaciones fosilizadas.
Cuando se les sale a flor de piel lo estirado, lo fisno, lo catedrático en el sentido del bufo, el resultado es como para revolcarse de la risa. Así, han registrado en calidad de cubanismo el verbo “deschabar” –hacer perder el prestigio–, con una S que aquí nadie pronuncia. Si perseveran en el camino de la llamada ultracorrección, cualquier día estarán informándonos que Marianado forma parte de la toponimia capitalina.
A no dudar, diseminan un tufillo a telarañas de sacristía. De ese modo, a regañadientes levantaron el dedo gazmoño para inscribir el adjetivo “defondada” –aplicable a la mujer que ha perdido la virginidad–, no sin tacharlo como “popular, vulgar y despectivo”. En su propio mataburros pueden encontrar las voces que los califican, de “timorato” a “misticón”, de “mojigato” a “santurrón”.
Y uno se pregunta cómo puede, una sola institución, monopolizar tan imponente montón de burradas. Elemental resulta la respuesta: dando rienda libre al talento de sus esclarecidos componentes.
Ahí tiene usted el caso de Don Miguel de Toro y Gisbert, miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española a cuyo cargo corrió la redacción del Pequeño Larousse, donde define a la guasasa como una “mosca peligrosa de Cuba”. (Ya lo sabe, amigo que me lee: cuando deambule por los andurriales de esta Antilla Mayor, tome muy estrictas precauciones, no vaya a ser que resulte decapitado por el zarpazo inclemente de una feroz guasasa).
JUNTO AL ERROR, LA MALDAD
La Real Academia de la Lengua Española no sólo ha sido una institución lamentable en lo técnico, sino también fascista en lo político. Y sépase que no hay calumnia en lo antes dicho. No, que hablen ellos mismos por su propia boca requeté.
Cuando el desangrado pueblo español ve caer a la República, apuñalada por la reacción interna en contubernio con Hitler y Mussolini, la Academia da a conocer un documento que dice textualmente:
“Las hordas revolucionarias pretendían sumir a España en la ruina y en la abyección. Perseguidas con diabólica saña bajo la tiranía marxista cuantas instituciones encarnaban el verdadero espíritu de nuestro pueblo, no se podía esperar que la vesania de los usurpadores del poder respetase la vida de la Academia”.
Mientras esto declaran, el poeta Miguel Hernández languidece en una mazmorra.
(El periodista mexicano Nikito Nipongo dijo que al pueblo español le resultaría menos nocivo que el edificio de la Academia se dedicase a fumadero de opio. Quizás tenía razón…).