Creado en: julio 3, 2023 a las 11:06 am.

La guerra cultural que se nos hace es, en primer lugar, una contienda colonialista

Foto: Liesther Amador

Por Corina Mestre

(Palabras de la reconocida actriz cubana y vicepresidenta de la UNEAC, Corina Mestre, durante la Sesión Plenaria del Consejo Nacional de la UNEAC, en la que se debatió sobre la cultura como energía transformadora frente a la oleada colonizadora global)

Los Estados Unidos, como se sabe, se estrena en Cuba como potencia imperialista a través de una intervención militar, no solicitada, en nuestra guerra de independencia, cuando ya estaba prácticamente ganada a fuerza de coraje y vergüenza, en 1898; pero esta intromisión no solo mostró un rostro militar sino que la nueva potencia echó mano a una antiquísima estrategia colonialista: la apropiación de los relatos  y la construcción de una realidad falseada, manipulada, pero creíble a fuerza de repetir los discursos desde el poder.

No más los yanquis ocupan, establecen estructuras administrativas que les permitirían reproducir, casi al calco, los “valores democráticos” norteamericanos, dejando fuera los idearios republicanos que forjamos los cubanos durante el siglo XIX y en 30 años de combate en la manigua. 

Una de sus estrategias fundamentales estaba en la implantación del modelo educativo norteamericano y para eso trajeron un considerable contingente de especialistas de altísimo nivel desde la educación preescolar hasta la universitaria o intentaron influir en el magisterio cubano mediante intercambios y otros estímulos.

Todo eso se conoce. Hay libros escritos, ensayos, y hasta una obra teatral. Pero tendríamos que tener el cuidado de atender a los desafíos de la guerra cultural que se nos hace actualmente, teniendo en cuenta que ella es en primer lugar una contienda colonialista, que usa y abusa de la antigua y larga experiencia que ya poseen y que constantemente adaptan a las nuevas tecnologías y a su poderío económico, cada vez más concentrado.

Una de las fortalezas de este país, en revolución permanente, descansa sobre el hecho de que la política cultural y educacional es una e indivisible, destinada – como indicaba Fidel en Palabras a los intelectuales- al desarrollo de los poderes creadores colectivos. La pérdida de esa unidad y la introducción de agentes, contenidos, fines, propósitos, tácticas y estrategias culturales y educacionales ajenas a los intereses e identidad nacionales, crea la posibilidad de que se comience a dar un proceso de fracturación en el entramado social cubano, que se expresaría no en una diversidad deseada sino como una manera de ahondar las injusticias por la aparición de actores cuya diferencia está relacionada con la posibilidad o no de acceso a la Cultura y no en la capacidad o el talento desarrollados en función de los intereses colectivos.

El estado, el gobierno, no puede ni debe facilitar la existencia de procesos educativos fuera del marco institucional. Son múltiples los ejemplos de la presencia de estos como serían los que propician el otorgamiento de licencias de profesor de música y otras artes o los proyectos de desarrollo local que se convierten en academias, aprobados por instancias que desconocen la política cultural. Esa es una grave distorsión que facilita la aparición de estructuras y agentes coloniales cuyo único fin es “apoderarse de Cuba”.

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