Creado en: julio 6, 2023 a las 10:31 am.
El día en que Nelson Simón explicó por qué el mundo es un pañuelo
Por Maylan Álvarez*
(Texto finalista en el Premio de Reseña, convocado por la filial de escritores del Comité Provincial de la UNEAC en Matanzas, y dado a conocer durante la Jornada de la Crítica Artística y Literaria, en mayo último, por un jurado que presidió el narrador, ensayista y editor Norge Céspedes, e integraron la historiadora e investigadora Mireya Cabrera Galán y el poeta y editor Leymen Pérez)
Ya no hay que esperar más para intitularle así: Nelson Simón es un clásico para los niños cubanos. El conjunto de su bellísima obra, los premios que le avalan y sobre todo, el criterio de los lectores de los diversos públicos que agasajan hace años cuanto publica, confirman que tiene un lugar prominente entre los más gustados y buscados de la literatura en la isla.
Y Ediciones Matanzas se vuelve cómplice poético para que la saga de semejante creador continúe. Hemos tenido que esperar casi cinco años para que vea la luz Canciones de ida y vuelta. Libro canción, libro viaje, libro nostalgioso, bitácora lírica donde Nelson nos toma de la mano y luego de seis estaciones, a modo de capítulos, se las amaña para hacernos recorrer parte de una Europa personalísima, revisitada desde sus íntimos avatares: una suerte de guía turística paralela a las que se compra en los estanquillos y estafetas si pretende uno autoproclamarse como ciudadano del mundo, aunque se viva, rocambolescamente, en Pinar del Río.
Yanira Marimón, en calidad de editora, le acompañó por Andalucía, Madrid, Castilla, Barcelona, Galicia, y otras ciudades y otros países, para que la poesía que resume cada momento fuera cargada en su aljaba con las palabras moneda, alcázar, Gibraltar, agüita, magnolio, polluelos, libertades, plaza, gitanilla y siempre hubiera sitio para más.
A Yanira hoy le encantaría hablar por Nelson, de Nelson, llenar su boca de elogios y angelotes y alguna que otra lagrimita, desde su voz dulcísima de agua, se escurriría entre lectores y oyentes.
Lo hago yo, con todas las ganas de ser niña letrada y marisabidilla en este instante y de que mi madre me arrope a su lado otra vez para leer estas canciones tan nuestras y tan universales ya, pensándolas en futuras traducciones.
Y hablo también en nombre de los niños y niñas que degustarán semejante manjar poético. Sopita meridiana de abuela consentidora. Se agradece la rima, se agradece la musicalidad que acompaña a estas páginas a través de las composiciones estróficas que usa Nelson como todo un magíster a la hora de versificar. Hasta lo hace parecer fácil.
Se apropia de espacios físicos, también de historias, de leyendas (unas más conocidas que otras) de personajes, de situaciones y las devuelve traducidas al lenguaje de la poesía, que es decir al planeta literario más visitado de todos los tiempos.
Siempre se ha dicho que el lector tiene la última palabra. Una verdad como un templo, porque la primera la maneja cada escritor. Y Nelson Simón ha barajado cada palabra para que el corpus de Canciones de ida y vuelta deje, en quien le lea, un aroma añejo con sabor a noria, a gaveta por explorar en la casa de la tía más querida y loca del pueblo, a beso de amor largamente esperado, a china pelona, a mar de crepúsculo.
Este es de los poemarios que se compran para regalar en cumpleaños, para tener a mano en el librero, en el lugar de los volúmenes especiales, o en la mesita de noche, ese sacrosanto espacio de nosotros, los lectores empedernidos.
Este es uno de los libros que me hubiera gustado escribir como legado a mis hijos. Nelson Simón se me adelantó en tiempo y viajes, en graciosa altanería y nostalgia. Pero por la admirable arquitectura de cada texto, por la deuda familiar, reconozco que debía componerlo él, tan humanamente frágil y poderoso a la vez.
Solo nos queda agradecerle que en medio de tanto y de tan poco, aun dedique a la infancia esa mirada cordial, generosa, alejada de adjetivos fatuos, ñoños, que tan poco ennoblecen el canon de la literatura escrita para los niños y las niñas en los tiempos azarosos que malcorren.
Y si hasta ahora no he hablado de las ilustraciones de Erick Tápanes, quien también viajó VIP de la mano con el niño Nelson, es porque todo no se puede comentar en voz alta en esta vida. Hay que guardar algún que otro secretillo: tienen que abrir las páginas al azar, como hice yo cuando ya me había leído el poemario en su totalidad. Este ilustrador matancero también sabe componer canciones, junto a Johann E. Trujillo, un director de orquesta de lujo en el diseño, desde Ediciones Matanzas.
A Nelson Simón, entre las 112 páginas de Canciones de ida y vuelta, el mundo le cabe en la palma de su mano, para moldearlo cual barro primigenio y devolvérnoslo mejor, como solo la poesía sabe hacerlo. Reconoce desde el primer instante que también
«El mundo es un pañuelo…», decía abuelo, que vino de Galicia y se hizo viejo oteando el horizonte, mirando lejos, al lugar donde se unen el mar y el cielo.
Con nostalgia de gaita, orujo y cedros, con ojos desbordados por los recuerdos y una palma creciéndole sobre el pecho, con su áspera mano de tallar sueños, abuelo repetía —cansado y serio—, como quien dicta frases de un testamento: «El mundo es un pañuelo…».
Y pasaron los años: pájaros ciegos que volando se alejan, pues son de tiempo. Mis pantalones cortos fueron creciendo. Se achicaron distancias y el gran océano ahora es un charquito azul, pequeño. Por mis manos pasaron muchos inviernos, países inventados, países ciertos, estaciones y amores, ciudades, pueblos…
Cuando vuelvo la página ya no está abuelo; de todo lo vivido y lo que sueño —cual greña que ayer fuera un pasto fresco o ceniza que antes fue duro leño— quedan estas canciones, solo recuerdos, nostalgias, el fino polvo que traen mis versos.
La vida continúa su rumbo incierto y el mundo sigue siendo como un pañuelo.
Niño Nelson: a tu abuelo le hubiera encantado este viaje.
*En la Versalles matancera, que no es París