Creado en: julio 26, 2023 a las 10:56 am.
Luis Carbonell: Cúspide de la narración oral en el continente
Sin antecesores y seguramente sin un sucesor de su talla, Luis Carbonell apareció en el panorama de la lírica latinoamericana y universal como una revelación. Su estilo, fraguado en el devenir de una larga carrera como declamador y narrador oral, se apoya en un referente académico que gravita en su voz con todo el peso de una inmensa carga emotiva.
“En el bramido de los tambores batá, seducido por su pequeño piano de teclas amarillas, y atento siempre al soplido ancestral de la corneta china, ha cumplido sus cien años Luis Carbonell”.
Luis Mariano Carbonell, santiaguero rellollo, pianista, repertorista y poeta trascendió las fronteras de la Isla con una poesía dicha en su matizada e inconfundible voz y su peculiar forma de expresión, para dejar atrás, muy atrás, a los acartonados declamadores de pacotilla que, salvo la gran Bertha Singermann o la cubana Eusebia Cosme, pululaban en los escenarios del continente con jipíos sollozantes y maneras harto anticuadas de decir.
Él inauguró un género popular, hijo del romancero español y la copla para colocarlo en el pentagrama literario con elegancia personal y picardía criolla. Su histrionismo no reclamaba nada. Todo era él, su instinto profesional, su carisma. Tanto en el humor como en el drama ha desplegado los recursos más versátiles de la actuación. Sus estampas callejeras, con pinceladas que han engalanado la poesía vernácula cubana, lo colocan en el más alto sitial de la popularidad en el continente.
En el teatro, en la radio, en la televisión, se ha movido como el pez en el agua. Ha recibido cataratas de elogios, derroches del más puro y sincero cariño del público y eso que tanto anhela el artista: el reconocimiento de todas las capas sociales del pueblo.
Hace ya muchos años alguien lo calificó como “el acuarelista de la poesía antillana”, hoy diríamos el griot por excelencia del Caribe hispano, pero aun así no sería suficiente. Él es mucho más. Él es la cúspide de la narración oral, la expresión de las alegrías más profundas del alma colectiva, la satisfacción de los apetitos cotidianos donde no solo la alegría, sino la reflexión, tienen su más recóndito asidero. Ha sabido interpretar el humor inteligente que bordea la hilaridad y hace pensar. Aunque ha hecho reír a muchas generaciones con sus estampas, de haberse dedicado al teatro exclusivamente habría sido un actor dramático excepcional porque lleva en su carcaj la huella de una raza que ha recibido los golpes más fuertes de la historia humana.
Dio un salto radiante en su carrera al incorporar en su repertorio la obra de reconocidos autores como Anton Chejov, Lydia Cabrera o Aquiles Nazoa, por solo mencionar tres paradigmas de su preferencia. Ha suscitado tal devoción en las masas, que aún en vida es ya una leyenda. El humor de santiaguero mordaz, la delicada sensibilidad con la que nos narra una historia o nos cuenta un cuento, su parca y contenida gestualidad, su buen gusto y su proverbial memoria —recordemos solo la “Elegía a Jesús Menéndez”, de Nicolás Guillén— lo convierten por obra y gracia de Nemosina en un elegido.
¿Cómo definir la idiosincrasia criolla sin tomarlo en cuenta? Él es ya un signo esencial de la misma. Encarnó el temperamento colectivo, y le dio voz y corporeidad teatral a la literatura del continente. Cuando leemos, por ejemplo, a Nicolás Guillén o al José Zacarías Tallet de “La Rumba”, escuchamos su voz; nos contagiamos con su ritmo. Así mismo con la variada colección de estampas de Félix B. Caignet, Arturo Liendo, Enrique Núñez Rodríguez y otros; los poemas de Emilio Ballagas o la más reciente promoción cubana. Un artista de su talante no se puede explicar con la lógica de una disquisición crítica. Él es único como lo fue Rita Montaner, con quien compartió múltiples escenarios en Cuba y fuera de ella. Él ha vivido bajo la advocación de Talía y Anfión, y por supuesto, de Papá Montero, y se le quiere como a un talismán o como algo muy preciado que se nos puede escapar de repente.
“Ha suscitado tal devoción en las masas, que aún en vida es ya una leyenda”.
En el bramido de los tambores batá, seducido por su pequeño piano de teclas amarillas, y atento siempre al soplido ancestral de la corneta china, ha cumplido sus cien años Luis Carbonell.
Cuba enriqueció su arsenal artístico el venturoso día 26 de julio de 1923 en que él nació en Santiago de Cuba.
¡Gracias Luis, por haber escogido esta tierra!