Creado en: febrero 12, 2024 a las 09:34 am.

Julio Cortázar, la persistencia del hechizo

Por Jorge Ernesto Angulo Leiva

Aquel 12 de febrero de 1984, fecha que marca su muerte física, los ojos de Cortázar dejaron de perseguir los vislumbres verdes, sospechados por uno de sus personajes, como esperanza de trascender hacia la verdadera dimensión humana. Las leyes de la realidad vencieron la fantasía emanada de aquel ser y sus páginas.

El año de su nacimiento, 1914, planteó el primero de sus dilemas fascinantes. Ese calendario recibió la muerte con el inicio de la primera etapa de la Guerra Mundial, pero, en cambio, engendró un gran aliado de la vida. 

Tras un fugaz itinerario europeo, Julio llegó a Argentina, lugar de su niñez y gran parte de su juventud, y donde muy tempano descubrió la literatura con devoción y aprendió a esperar el asombro, a mirar desde la apertura propuesta por Julio Verne y Edgar Allan Poe.

Desde entonces vivió en un constante intersticio, cruzaba las puertas entre «lo real» y «la ficción», y habitaba cada uno de sus mundos. Su pertenencia a la pequeña burguesía y su reacción clasista ante el peronismo influyó en su migración hacia París en 1951, ciudad de ensueño, por su idilio con las letras de Francia.

Escrito en aquella ciudad, su relato El perseguidor (Las armas secretas, 1959) grita la búsqueda, en este caso a través de los intervalos atemporales abiertos por el jazz, de la puerta que simboliza el paraíso sepultado bajo el camino seguido por la civilización.

A partir de ese momento, Cortázar estaba instalado en el terreno del hombre, pero le faltaba ingresar en el de los hombres. A inicios de los 60 visitó Cuba, «culpable» de su toma de conciencia histórica, con reflejo en su obra y su intervención en un frente nuevo: la ideología.

Su amistad con la Revolución Cubana perduró, a pesar de incomprensiones como las relacionadas con el llamado caso Padilla. Actuó como un estudiante más en el mayo francés de 1968, y participó en actividades a favor de las víctimas de las dictaduras militares en el Cono Sur, como su presencia en el Tribunal Bertrand Rusell ii. En sus últimos años defendió a la Nicaragua sandinista.

Ejerció la crítica a los procesos de izquierda con el propósito de ayudar a solucionar sus errores. Afirmó sobre Nuestra América: «será socialista o no será». Entendió la revolución como una forma de abrir aquella puerta, de edificar el paraíso.

Dedicó sus esfuerzos a derribar convenciones. Primero en la literatura, luego en la sociedad, atacó el orden instaurado para falsear el destino de nuestra especie. Asumió la poesía vital, única actitud capaz de conquistar las esencias, tan válida en su lucha desde, contra y por el idioma, como en la asumida por otros con los fusiles.

Todavía muchos jóvenes abrazan el misterio de esa persona de gran humor, defensor del juego y el erotismo como campos de batalla contra los prejuicios derivados del coloniaje mental, dueño de sonetos espléndidos e innovador de la poesía con prácticas como sus juegos permutables.

Los famas, esos personajes suyos, representantes de la Gran Costumbre, dirán que Julio Cortázar falleció aquel febrero de 1984. Sin embargo, existe un tiempo dentro o fuera del tiempo donde los cronopios, los rebeldes, los amantes de su clase viven mientras exista alguien que «ha mirado con él desde su mirada y ha aprendido a mirar como él hacia la apertura infinita que espera y reclama».

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