Creado en: marzo 10, 2024 a las 01:50 pm.

La Mora

Con la sencillez que caracterizó su paso por la vida, el último día del año 1984 rindió tributo a la tierra Moraima Secada, la popular y querida cantante. Se dice que el 84 fue un año duro para el sector artístico, ya que desaparecieron físicamente, durante sus doce meses, destacadas y populares figuras de la música y de la actuación. Y la casualidad quiso que esta etapa se cerrara con La Mora, singular personalidad de la canción que iniciara su vida artística en el original cuarteto D’Aida, de donde surgieron, cada una con brillo propio, Omara Portuondo, Elena Burke y la propia Moraima. ¡Casi nada!

Hace algunos meses “las muchachitas” nos emocionaban al reunirse e interpretar algunos de los números que las hicieron famosas. Para los que ya peinan canas, o lo que es peor, para los que no peinamos ni canas, escucharlas es siempre motivo de dulce evocación, y para las nuevas generaciones de aficionados, constituía un grato ejemplo de compañerismo y amistad fraterna. Porque Elena, Omara y Moraima se siguieron queriendo a través del tiempo, aunque cada cual tomara un camino distinto.

Moraima fue, de las tres, la más aguda, la que con mayor éxito cultivó el criollo humorismo que la hacía indispensable en reuniones y fiestas. Miles de anécdotas pudieran contarse que servirían para corroborar esta afirmación que sus compañeras son las primeras en reconocer. Aparecer La Mora y dibujarse la sonrisa en los rostros de sus compañeros, era todo uno. Moraima fue, también, la risa.

De su extenso anecdotario, escogeremos dos momentos para despedirla como ella hubiera querido: con una amable sonrisa.

Una noche, después de una agotadora jornada en un Círculo Social, el transporte se demoraba, las horas de espera se hacían largas y dolorosas, y un grupo de artistas trataba de cabecear sus sueños en distintos ángulos del lugar. Para los no iniciados es difícil imaginar el cansancio de los artistas cuando cesa la música y se apagan las luces. La Mora, recostada en una luneta, trataba de conciliar

el sueño reparador mientras aparecía el transporte. Pero siempre surge el espontáneo. Ese admirador inoportuno que quiere, de todos modos, establecer un diálogo con el artista para contar al día siguiente que lo conoció personalmente. No conocía realmente a La Mora y adoptó la técnica de elogiarla discretamente para iniciar la conversación. Despertándola de su semisueño, le preguntó:

—¿Usted no es la popular… la popular…?

No recordaba su nombre. La Mora, agotada y somnolienta, no le aclaraba. Insistió:

—¿Usted no es la popular… la popular…?

La Mora, entreabriendo sus grandes ojos expresivos, le contestó con una irónica sonrisa:

—Ay, mi niño, a esta hora los únicos populares que quedan aquí son los cigarros.

Queda también para la historia lo sucedido en un programa de televisión en el que participara en México. Es bueno decir que Moraima, como Elena y Omara, y los compositores José Antonio Méndez y Portillo de la Luz, gozaba en el hermano país de amplia popularidad. De modo que su presentación en aquel canal de televisión fue todo un acontecimiento artístico. Quizás por eso mismo el animador del espacio —un experimentado locutor— cometió un error al parecer sin importancia, pero en realidad agrandado por condiciones coyunturales debido al momento que vivía nuestro país. Eran los ya lejanos días del éxodo de los artistas que no quisieron compartir con su pueblo el heroísmo y la decisión, y en aquel momento el locutor mexicano, sin intención aviesa alguna, confundió el apellido de La Mora y, al presentarla como una gran cantante cubana, dijo:

—Con nosotros, Moraima Sequeda. La Mora, con una amplia sonrisa en los labios, rectificó:

—¿Se queda? ¡No! Moraima Se-cada, Secada. ¡Y regresa a Cuba!

El aplauso del público mexicano y el abrazo del locutor azteca fueron el mejor premio a la agudeza, al sentido del humor y, desde luego, al patriotismo de La Mora. La misma a la que, con sencillez y ternura, dejamos en la tierra que defenderemos (al precio que sea necesario) el último día de 1984.

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