Creado en: agosto 31, 2024 a las 12:27 pm.

Galich, como si empuñara un arma

La pluma de Galich estuvo siempre al servicio la justicia.. Foto: Fernando Lezcano

Por Susana Besteiro Fornet

Es quizá en ese tiempo de caos y turbulencia, que nacen las obras más profundas en las mentes más fértiles. No debería sorprender, entonces, encontrar tanta riqueza en la obra del dramaturgo Manuel Galich (Guatemala, 30 de noviembre de 1913-La Habana, 31 de agosto de 1984), cuya vida pudiéramos resumir como una sucesión de revoluciones y luchas por lo justo.

Su primera gran revolución, la cual lo apasionó desde muy joven, fue el teatro. ¿Qué es un escenario sino el sitio perfecto para re-evolucionar? Su primera causa social, por otro lado, fue a la que se unió en los años 40, cuando desempeñó un papel crucial como uno de los líderes intelectuales contra Jorge Ubico Castañeda, quien encabezaba la dictadura militar que dirigía su país de origen.

Luego le tocó hacer revolución desde otras trincheras: a veces con leyes, como Presidente del Congreso de la República; otras con diplomacia, como Ministro de Relaciones Exteriores y Embajador, y otras desde la enseñanza, como Ministro de Educación Pública. Otra revolución en su patria, esta vez en el año 54, lo hizo pedir asilo político en Argentina, donde permaneció ocho años.

A inicios de los 60 se traslada a Cuba, tras haber ganado el Premio Casa, otorgado por Casa de las Américas, la institución fundada por Haydee Santamaría, por la obra teatral El pescado indigesto. Poco después de su llegada, se convirtió en subdirector de esa institución. Esa Casa, que también fue suya, y cuya esencia se nutre del legado de intelectuales como Galich, lo homenajea a diario, recordándolo en cada ocasión que invitan al público a la sala que lleva su nombre.

Siempre inconforme e inquieto, como suelen ser los grandes hombres, utilizó sus letras y sus obras para difundir sus ideas sobre la justicia, la libertad y las profundas cicatrices que, desde aquel entonces, marcaban el continente. En Mapa hablado de América Latina en el año del Moncada lo resume de forma magistral al escribir: «La historia de América Latina es la historia de la lucha por la libertad».

Pero su sentencia más categórica, tan cierta que cae a la conciencia con un peso fulminante, la escribió para Del pánico al ataque: «La libertad no se mendiga, se conquista». Aunque no volvió jamás a suelo guatemalteco y murió con la pena de saber a su patria prisionera, una vez más, por una dictadura, jamás se cansó de luchar, por medio de sus obras, por la liberación de esa tierra que tanto amaba. Con la pluma y desde las tablas, defendió sus ideas como si empuñara un arma, bajo una premisa que él mismo escribiera: «El arte es una forma de resistencia».

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