Creado en: octubre 1, 2024 a las 12:55 pm.

Del poema a la Patria

Compré el libro más por un elemental sentido de que hay nombres que no deben faltar en la biblioteca familiar, que por un real conocimiento de cuánto lo disfrutaría. De Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, Premio Nacional de Literatura (1995), conocía esencialmente los poemas patrióticos; hermosos y esenciales como Marcha triunfal del Ejército Rebelde, y Elegía de los zapaticos blancos.

Pero Cristal de aumento, publicado como parte de la colección Biblioteca del Pueblo, me reservó el encuentro con un poeta íntimo, a ratos desgarrador, cuyos dramas personales narran también la historia de un país, el nuestro.

No solo fue descubrir Elegía del cuchillo o Boda profunda, sino los múltiples cauces de comunicación encontrados a partir de un volumen que, evidentemente, ha tocado muchas vidas con su carga lírica. Varias personas queridas me compartieron su historia con esos textos, que se instalaron para siempre en sus paisajes simbólicos.

Eso tiene el arte, ofrece significados y establece nexos. Bebiendo de la cultura que nos formó aumenta el sentido de pertenencia por el país, su historia, sus costumbres, y la idiosincrasia que nos define.

Además del orgullo porque un artista o una obra de arte determinada se haya gestado en la nación que integramos, lo cual constituye un factor unitario inestimable; a través de la cultura –entendiéndola en su más amplio sentido, no solo reducida a lo artístico-literario– es posible comprender mejor de dónde venimos, y aprender a amar aquello que nos distingue y nos diferencia.

Solo es posible amar con profundidad lo que bien se conoce. La cultura constituye un patrimonio colectivo. Sin cultura no hay Patria. La homogeneización de modos y modas pone en peligro esa capacidad de reconocernos diferentes, y de defender no solo tal diferencia, sino incluso el derecho a que exista.

En la cultura está la libertad; quien no puede encontrarle las razones a los fenómenos, ni prever sus consecuencias, se vuelve un ser dócil, fácilmente conquistable. La cultura es, por tanto, subversiva y revolucionaria.

En Cuba, la cultura se resiste a ser cercenada o reemplazada. Ante la colonización que intenta cercarla y desplazarla, palpita una enorme riqueza que merece ser cuidada. ¿Qué es o no válido?: como todo cuerpo vivo, la cultura se transforma, bebe de otras fuentes, se fusiona y crece; quizá las fronteras estén en la dignidad humana, en la ética, en el respeto a valores que no son negociables.

A las puertas del X Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, bien vale recordar las palabras de Fidel en el discurso Palabras a los intelectuales, texto fundador de la política cultural de la Revolución cubana: “…uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un real patrimonio del pueblo…”.

Más que espectadores, actores de la Revolución; ese fue el pedido hecho por el líder revolucionario a los escritores y artistas; a la altura del 2024 sigue siendo esencial que los creadores y su creación acompañen y sustenten el proyecto de país. Es imposible sostener una sociedad sin espiritualidad, y no hay espiritualidad sin cultura, porque una y otra se funden, y componen el tejido simbólico de la nación.

Lo cubano está también en esos poemas del Indio Naborí, en las palmas que él canta, en las palabras que enaltece, en las expresiones que inmortaliza; y en cómo distintas generaciones los hacen suyos, y justo por ello se sienten más parte de la Patria, de su acervo.

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