Creado en: noviembre 2, 2024 a las 11:07 am.
La Cultura: el signo mayor de la Patria
Palabras de la Presidenta de la UNEAC, Marta Bonet de la Cruz, en la segunda y última jornada del X Congreso de la UNEAC, que bajo la máxima de “La Cultura es la Patria”, sesiona en el Palacio de Convenciones de La Habana.
Convocar al Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba bajo el precepto “La cultura es la Patria”, expresa el vínculo acendrado entre cultura y nación con el que Fernando Ortiz describió esa conexión indisoluble por la cual “la cultura no es un ornamento, ni un lujo: es una energía creativa. Y el signo mayor de la Patria.”
Esa visión lúcida de Ortiz sobre lo cubano como “conciencia, voluntad y raíz de patria”, “con el alma arraigada a la tierra”, tuvo sus antecedentes en el pensamiento libertario de los prohombres que enfrentaron el colonialismo español. Se puso de manifiesto en la revolución ideológica del presbítero Félix Varela, quien murió en su destierro tan cerca de Cuba como pudo, en San Agustín de la Florida. Conmueve su iluminada conciencia cuando pocos creían en una independencia posible: “Soy el primero que estoy contra la unión de la Isla a ningún gobierno, y desearía verla tan Isla en política como lo es en la naturaleza.”
Ante la tumba floridana del que denominó “patriota entero”, José Martí, el más grande poeta, escritor y político, mostró su conmovida fe en el ideario del Padre Varela, a quien describió como el fundador de un camino sagrado de anhelos independentistas. En su carta al director del diario The Evening Post, fechada el 25 de marzo de 1889, el Apóstol describía dos de las más insoslayables posturas de un cubano raigal: enfrentar el anexionismo porque “nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre” no podían ser “el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera” y entender que “sólo con la vida” cesaría entre los patriotas la lucha por la libertad.
Todos estos hombres de la patria fueron hombres de la cultura; como lo fue el poeta, el escritor, el músico… de exquisita sensibilidad artística, fundador de las guerras independentistas; el estadista ilustre que liberó a sus esclavos y ha sido desde entonces nombrado Padre de la patria: Carlos Manuel de Céspedes.
La Revolución de 1959 fue el crisol de tantos anhelos, sedimentados en siglos de enfrentamiento al colonialismo y a la República sesgada por las apetencias del imperialismo estadounidense. Con el triunfo, sucedió lo que pocos describen como Cintio Vitier, en su memorable libro Ese sol del mundo moral:
“La patria, que estaba en los textos, en los atisbos de los poetas, en la pasión de los fundadores, súbitamente encarnó con una hermosura terrible, avasalladora, el 1 de enero de 1959. La teníamos delante de los ojos, viva en hombres inmediatos e increíbles que habían realizado en las montañas y en los llanos aquello que estaba profetizado, lo que fue el sueño de tantos héroes.”
La Revolución ha sido un valladar magnífico para las pretensiones colonizadoras: nos hizo conscientes de nuestra fuerza, de nuestro talento, nos recordó la belleza, la grandeza de nuestra pequeña historia y nos convirtió en sus protagonistas. Por eso para neocolonizar culturalmente el país, el imperialismo necesita desvalorizar el socialismo, minimizar sus logros, y demonizar su historia.
Hace pocos días, vivimos la caída del sistema electroenergético nacional, provocada por la carencia de combustible en algunas plantas y el envejecimiento de sus maquinarias. A veces los barcos de petróleo —los que están dispuestos a no poder tocar luego puertos estadounidenses— esperan frente a las costas cubanas y nuestro gobierno, que no recibe préstamos, ni puede ejecutar transacciones de bancos extranjeros, no tiene el dinero para pagar su desembarco en el país. Sin embargo, la cultura no se ha detenido. Disfrutamos del Festival Internacional de Ballet de La Habana y muy pronto tendremos una nueva edición de la Bienal de La Habana y del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, por sólo mencionar algunos. En un contexto de aguda crisis económica y social, provocada por décadas de bloqueo imperial, hoy recrudecido, los intelectuales cubanos estamos llamados a defender nuestro patrimonio espiritual. Recordaba nuestro Primer Secretario del Partido y Presidente de la República Miguel Díaz-Canel en la clausura del IX Congreso de la Uneac: “Fidel supo advertir el riesgo de perder nuestra mayor fortaleza: la unidad, la identidad, la cultura, con la avalancha colonizadora que avanzaba en los tiempos de la globalización, con el acceso masivo a las nuevas tecnologías, promovido por los mercaderes modernos, no para enriquecer sino para empobrecer la capacidad crítica y el pensamiento liberador”.
“La cultura es lo primero que hay que salvar”, repetía Fidel en medio de las grandes carencias materiales del Período Especial. Se refería a la cultura de la autoestima nacional e individual, de la solidaridad, de la justicia social, del internacionalismo. Se refería a la cultura del ser, no a la del tener; a la preservación de valores e ideales que fueron conformando el rostro de la nación desde sus primeros balbuceos hasta su definitiva eclosión en el socialismo cubano. Es la cultura que definió con la Revolución su vocación inclusiva y liberadora, que alfabetizó en los campos y las ciudades de Cuba a educandos y educadores, y los exhortó a leer, no a creer, la que rompió los diques clasistas entre lo culto y lo popular, creó y equiparó instituciones como el Conjunto Folklórico y el Ballet Nacional, y popularizó al Don Quijote de Cervantes y al Cimarrón de Barnet. Por eso también el imperialismo sabe que la cultura es lo primero que hay que destruir.
Para Abel Prieto, quien fuera presidente de nuestra organización en esos noventas de grandes tensiones y escaseces, el genio de Fidel fue su insólita fe en la resistencia: “En un momento de tantas privaciones, cuando nos faltaban tantas cosas esenciales para la supervivencia, el líder de la Revolución ponía en primer lugar a la cultura. Por supuesto, no hablaba exclusivamente de las artes y la literatura. Se refería a una noción más amplia, más honda, que tiene que ver con lo que nos define como nación, con aquello en que pensaba Fernando Ortiz cuando decía que “la cultura es la Patria”.
La Uneac está, por definición, inmersa en la batalla cultural y comprometida con la sociedad. De ella surgió la preocupación, respaldada por Fidel, sobre las manifestaciones solapadas de racismo aún existentes en nuestra sociedad, y ha sido sujeto protagónico en esa importante batalla. Ha luchado siempre contra todo acto o actitud discriminatorios.
La primera línea de combate de sus miembros es la propia obra, comprometida con la Patria, su historia y su futuro; pero no nos refugiamos en ella para desentendernos de nuestra condición ciudadana. Tenemos que seguir construyendo barricadas culturales, fortalecer, en primer lugar, la escuela cubana, y en ella la enseñanza de la historia, con una rica tradición, pero muy afectada por la crisis; y, en segundo lugar, las instituciones revolucionarias que fomentan, promueven y defienden la creación.
Hay que continuar trabajando en las llamadas redes sociales y los medios, incluidos la televisión y el cine. Educar, trasmitir conocimientos y saberes, asesorar, protagonizar junto a las instituciones la implementación de las políticas culturales, crear contenidos propios que refuercen el sentido de pertenencia y la identidad nacional, velar por la calidad de la programación cultural, son tareas propias de los intelectuales revolucionarios. El mundo de la llamada libre información, de las grandes transnacionales, no está interesado en la verdad, elabora mensajes verosímiles y construye estados generales de opinión. Un ecosistema de publicaciones contrarrevolucionarias, al servicio de la colonización, se expande en el ciberespacio, y naturaliza la participación en ella de autores formados y radicados en el país. El imperialismo financia programas, promueve el boicot a eventos nacionales, demoniza la política cultural, induce la censura con proyectos antipatrióticos para crear una falsa imagen de intolerancia, envenena a la emigración cubana e intimida a artistas nacionales y extranjeros que desean visitar el país y actuar en él.
Tenemos que enfrentar ese hecho desde la cultura, desde el debate. Lo único que nos puede salvar es la consolidación de un pensamiento crítico que nos permita discernir y andar con pies propios. Esa capacidad crítica no surge de la sola suma de saberes, necesita de un entrenamiento que emana del intercambio, de la lucha, de la participación.
El imperialismo quiere aislar a los artistas, incomunicarlos entre sí y con el Estado, obligarlos a vivir y crear de espaldas al conflicto cenital de su cultura; por eso ataca con fiereza a los que no han roto sus vínculos institucionales, a los que permanecen en el país, a los que saben que el cerco a la soberanía nacional, a su economía, es también a su cultura, a su propia libertad de creación. Martí explicaba: “Cada cual se ha de poner, en la obra del mundo, a lo que tiene más cerca, (…) porque el influjo del hombre se ejerce mejor, y más naturalmente, en aquello que conoce, y de dónde le viene inmediata pena o gusto: y ese repartimiento de la labor humana, y no más, es el verdadero e inexpugnable concepto de la patria”. Y concluía Martí: “es ladrón, y no menos, quien siente en sí fuerzas con qué servir al hombre, y no le sirve. Estos cómodos, son ladrones: son desertores: son míseros, que en el corazón del combate huyen, y dejan por tierra las armas”.
Se hace necesario insistir en el sostenimiento del trabajo cultural en las comunidades. Los escritores y artistas, como parte del pueblo continuaremos acudiendo al barrio, a los hospitales, a los centros docentes, a las zonas de desastre. El pueblo heroico de Cuba es el portador esencial de la cultura nacional.
Sigamos trabajando por fomentar la crítica artística y literaria, contribuyamos a educar al público. No podemos aceptar como cierta o definitiva la supuesta capacidad disminuida de las nuevas generaciones para leer e interpretar textos largos o profundos, o su desinterés por la verdad histórica, o los grandes relatos; no se trata de ignorar el cambio de paradigma discursivo, se trata de ajustarlo a la verdad, de darle hondura. Las grandes obras literarias y científicas del pasado no han caducado.
Al asumir para la realización de este congreso, el precepto de que “La cultura es la Patria” lo hacemos conscientes de que sólo a través de ella nos reconocemos como parte de una misma nación. Lo que nos define como cubanos, no es solo nacer y vivir en Cuba, es mucho más que eso; es un conjunto de símbolos, costumbres, prácticas y expresiones culturales y políticas que construyen el vínculo afectivo y de pertenencia entre los cubanos y su país, que sostiene su anhelo de construirse “Con todos y para el bien de todos”. Es el movimiento danzante de nuestros cuerpos al vaivén de un buen son; el color de nuestros trazos, son las leyendas escritas, las fiestas, las religiones, la historia que nos trajo hasta aquí.
“La cultura es la Patria” es asumir la resistencia cultural como expresión de la soberanía y la independencia de la nación. A lo largo de nuestra historia, hemos sobrevivido a invasiones, colonizaciones y dominaciones extranjeras gracias a la capacidad para sincretizar, preservar y fortalecer la cultura cubana. La afirmación “La cultura es la Patria” es el llamado de nuestro Congreso a la defensa de los valores y expresiones culturales como una forma de proteger la nación.
“La cultura es la Patria” es asumir la cultura como polea transmisora de valores compartidos. Es resaltar cómo el arte se aleja del entretenimiento vano y es una pieza clave para entender y construir nuestro país. Por tanto, cada obra artística que nace en Cuba, debe expresar nuestros sueños, luchas y esperanzas.
“La cultura es la Patria” es un llamado a seguir trabajando por una cultura viva, también económicamente, donde las industrias culturales y creativas florezcan, preservando nuestras raíces, y constituyan un reflejo de las nuevas realidades y desafíos de Cuba.
“La cultura es la Patria” es asumir la cultura como garante de la unidad nacional. ¿Cómo garantizar que las nuevas generaciones valoren y mantengan viva su herencia? ¿Cómo proteger el arte y la creatividad en tiempos de crisis? Estas son preguntas claves que nos hacemos, sabiendo que se trata de una responsabilidad compartida.
¿Con quiénes cuenta la Patria para una misión tan noble? Por supuesto que, con los comprometidos; con los que desde nuestra membresía se entregan en franca vocación de servicio, a quienes no les resultarán ajenos los versos del Poeta Nacional Nicolás Guillén, Presidente fundador de la Uneac:
¡Aquí estamos!
La palabra nos viene húmeda de los bosques,
Y un sol enérgico nos amanece entre las venas.
El puño es fuerte
Y tiene el remo.
Para la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en los tiempos que corren y los por venir, la prenda del sacrificio por la Patria y el goce de la cultura que nos identifica y une, seguirá siendo el camino. Aquí estamos… aquí estaremos!!!!
Sean estas palabras un intento provocador para el debate que protagonizaremos esta mañana.
Muchas gracias.