Creado en: noviembre 4, 2020 a las 12:58 pm.

Salón artemiseño para un arte de primera línea

He sido invitado a muchos salones de artes visuales y confieso que ninguno ha captado tanto mi atención como el reciente IX Salón de la UNEAC Artemisa 2020. Una vez más la galería Angerona de la capital provincial se erige vitrina para lo más representativo de la producción plástica  del territorio y acoge hospitalaria a invitados que aderezan la propuesta.

El código que transversaliza esta exposición no es temático. No existe un leit motiv en el discurso de los creadores porque lo que defienden los reconocidos Evelio Sánchez y Denys San Jorge en la curaduría y la museografía es la exhibición de las obras y del momento en la que son concebidas en un intento de atrapar el hecho creativo.

Exhibir las imágenes de autores en el ejercicio del talento, permitir a los asistentes cierta complicidad con el alumbramiento de las formas y sacar del anonimato a los protagonistas de la magia son metas conseguidas por esta exposición que trae de vuelta al escenario (mediante la participación de sus imágenes) a quienes no estuvieron ausentes durante los peores momentos de la pandemia por la Covid -19.

Por eso se titula En línea con el arte. Es una traducción al español del on line que se volvió alternativa para socializar las producciones visuales en los últimos tiempos y  que hoy permite regresar a la casa de los colores artemiseños, en composición de escuadra, con un mensaje de unidad y en ristre pinceles, lápices y cámaras fotográficas, como si se tratase de la reconquista de un espacio que les pertenece. 

Pinturas, fotografías, esculturas, grabados, dibujos y una instalación componen el menú preparado por los 32 artistas. El realismo de Gerlys Álvarez vuelve en su símbolo de insularidad, esta vez con vocación apocalíptica y empasta, si se quiere, con la fotografía de Pedro Pérez Portales en la que un cementerio en contraste con la naturaleza primigenia de mar, rezuma vida.

Otro recurso que encontramos es la abstracción, minimalista en la pieza que representa a Rolando Galindo y en una explosión de colores desde la óptica de Evelio Sánchez. La manipulación del paisaje sobre madera, juego en el que los materiales imprimen perspectiva a la obra, es el valor agregado de la cuidada pieza de un martiano Lester Campa.

Inquietas las lentes de William Cruz reconfigurando el mensaje de los colores, Alejandro Ávila en la opción del blanco y negro y Erick García mostrando la importancia de la composición en la instantánea.

En el salón todo parece mezclarse, haberse colocado a ex profeso en un galimatías donde lo nuevo y lo antaño se tocan, donde las expresiones son una suerte de babel en la que el ojo se instaura divinidad que hace posible el deleite, dicho en lenguajes y ritmos diferentes.

Por eso confluyen el arte digital de Alberto Borrego, donde la esencia es el detalle y Adrián Infante con pinceladas de cubismo ofreciéndose en el todo.  Por eso la edad es también común sustento en las obras de Juan Carlos Muñoz, esta vez compartiendo la mitad del lienzo con su nieta, presumible heredera del talento y complemento definitivo de sus musas.

El español Oscar Morilla también nos acerca a las equidistancias del pasado-presente y quizás quien más se apropia de este concepto sea Yoel González, que desde su creación le rinde homenaje a uno de los pilares de las artes plásticas del patio; el pintor y maestro Gilberto Morales. El gigante ariguanabense Ángel Boligán también juguetea con este concepto del tiempo y sobrecoge con habitual sutileza desde la tribuna del humor gráfico. 

En el recinto artemiseño hay espacio para todo. El arte naif de Pedro Blanco (Pelly), la mirada onírica de un Jorge Lucas imitando el mosaico y el  vitral,  el neorrealismo del güireño Yamit Carrillo levantando la voz por la naturaleza con una inteligente reflexión visual, un hiperrealista Marlon Infante recreando una suerte de paisaje de la luna Pandora, del filme Avatar o el bodegón contemporáneo del consagrado Jesús Gastell.

No puede dejar de mencionarse a Dimas Bladimir González, quien se alzó con el premio de la propuesta con un expresionista Cristo crucificado que grita a voces la maestría y el cuidado de su ejecutoria. Tampoco al acreedor de la mención, Alain Cabrera colocando la bala frente a la plumilla en una mixta sobre cartulina que nos refuerza el carácter sanador del arte y el rol que está llamado a desempeñar en la sociedad actual.

Iguales intenciones antibelicistas nos regala Denys San Jorge, director de la galería con una pieza de su obra Toponimia mecánica, un ARES convocando desde la escultura a desmilitarizar nuestros pensamientos y un Brady Izquierdo convirtiendo, desde la historieta, al corazón en habitáculo susceptible de ser tatuado por el amor.  

Muchas luces encuentro en este IX Salón. Sombras, por mencionar alguna, la poca presencia femenina con solo dos representadas (Dania Fleites y Arlettis Casasnovas) y la decisión de prescindir, como intención curatorial según sus artífices, de la identificación del título y las dimensiones de las piezas, como en refuerzo del concepto de que en esta exposición lo importante es el acto, el artista, el lugar sagrado en el que tiene lugar el sortilegio de esa creación. Para los artemiseños, en tiempos de pandemia, el resto es prescindible.

Así declaran la reconquista de su espacio en la galería que siempre acoge cálida a los suyos. Vuelven en un abrazo sin posibilidad de contagio porque implica un contacto más allá de lo físico.  Este salón invita a recorrerlo, a establecer el diálogo con las distintas estéticas e identificarse con las afines. Es también una declaración de la salud de las artes visuales en Artemisa, una manifestación que se mantiene, así lo declara, En línea con el arte y desde mi opinión, en primera línea. 

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