Creado en: abril 14, 2024 a las 09:00 am.
Abel Prieto
La escala de valores, a nivel popular, tiene sus códigos, como diría uno de esos teóricos de la comunicación, empeñados en utilizar un idioma diferente.
Que Abel Prieto es un individuo carismático, nadie lo duda. A ello contribuye, entre otras cosas, su sentido del humor, expresado aun en momentos muy serios.
Cuando fue electo presidente de la UNEAC, en su primer mandato, venía a sustituir nada menos que a Nicolás Guillén. Lo vimos llegar con su juventud, su figura desgarbada y, sobre todo, su melena, con cierta curiosidad no exenta de preocupaciones. ¿Era capaz aquel muchacho, fanático de Los Beatles, de cumplir la alta misión que caía sobre sus hombros? La vida nos fue convenciendo de que habíamos votado bien los que, no sin dudas, nos decidimos a apoyarle.
En los primeros tiempos de su exaltación al importante cargo en el sector de la cultura, solía, en ocasiones, invitarlo al Centro Vasco, para intercambiar ideas en un ambiente sosegado y agradable. Eran tiempos en que el conocido establecimiento no confrontaba las dificultades del Período Especial, por lo que no era necesario hacer reservaciones ni acudir al talle sociolista para lograr una mesa, cosa que no hubiese aceptado jamás el recién electo presidente de la UNEAC, tan ajeno a los pequeños privilegios que su posición podía agenciarle.
Es más, los atentos empleados del lugar no sabían quién era aquel joven que me acompañaba en ocasiones, y al que identificaban como el amigo de Núñez Rodríguez. Así las cosas, y con el aval de sus aciertos en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y su demostrada capacidad para enfocar los problemas de los intelectuales cubanos, Abel fue ganándose posiciones cada vez más relevantes en el ámbito cultural y también en la política nacional. Y un día, en el Congreso del Partido, fue electo miembro del Buró Político del PCC. El Comandante en Jefe resaltó sus méritos ante las cámaras de televisión. Es lógico que escucháramos, en aquella oportunidad, muchas opiniones favorables a la honrosa distinción que se le hacía, argumentadas muy sólidamente por relevantes intelectuales del sector.
Pero, como decíamos al principio, la escala de valores, a nivel popular, tiene su propia manera de manifestarse. Y al día siguiente, Alejandro, un modesto gastronómico del Centro Vasco, daba a sus compañeros de labor, con verdadero entusiasmo, la agradable noticia.
Según el testimonio del joven Cuba, capitán de salón del restaurante, que fue quien nos contó la anécdota, el modesto gastronómico había dicho:
—¿Saben a quién hicieron miembro del Buró Político?
Y ante la curiosidad silenciosa de los presentes, informó:
—Al pelú que viene con Núñez Jiménez.
Aunque se fue sin bola con mi apellido, y ni siquiera sabía el nombre de Abel, a mí siempre me ha parecido uno de los mejores elogios que se le han hecho a Abel Prieto, porque lo dijo con no disimulado orgullo. Nunca una “irreverencia” tuvo tan profundo calor de pueblo.
Quien conozca a Abel Prieto y haya leído su novela El vuelo del gato, sabe que el escritor y ministro de Cultura es una mezcla de los dos personajes protagónicos de su obra: Freddy Mamoncillo, un cubano alegre y jodedor, y Marco Aurelio, el estoico, un cubano austero que toma muy en serio su misión en la vida política del país. En cierta oportunidad, sin él quererlo, Mamoncillo le jugó una mala pasada al Marco Aurelio que lleva dentro. Abel estaba anunciado en San Antonio de los Baños, municipio por el que había sido electo diputado, para hablar en una asamblea del Partido que debía comenzar a las nueve de la mañana. A las nueve y media Abel no había llegado. El primer secretario del Partido en el municipio consideró que debía comenzar la asamblea y se dirigió a los asistentes con estas palabras: “El compañero Abel me llamó hace unos momentos para comunicarme que debido a que se le presentó una importante reunión en La Habana, va a demorar un poco. Que, por favor, lo excusen, pues por causas ajenas a su voluntad, va a llegar un poco tarde.” Y comenzó la asamblea. Cinco minutos después entraba Abel y viendo que la reunión había empezado, se dirigió a los reunidos, diciéndoles:
—Perdonen mi llegada tarde, pero anoche cogí un tono tremendo y me quedé dormido pa’l carajo. Un recio aplauso premió la intervención del ministro.
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