Creado en: enero 26, 2024 a las 10:58 am.
Adigio y la perceptible sonrisa
Por Yeilén Delgado Calvo
Maternidad es una obra de 1954. En una habitación humilde (lo sabemos por los paños colgados, por la austeridad de los muebles), una hermosa mujer negra da el pecho a su bebé. Es increíble la luminosidad que parte de su rostro, la tranquilidad que nos brinda la escena, y también la melancolía, porque adivinamos profundas tristezas y privaciones en la vida de quien amamanta a su hijo semidesnudo, como olvidada de todo.
En la serie En casas blancas, de 2007, las mujeres aparecen recostadas en una postura de evidente tranquilidad; sus hogares, representados a la manera de la papiroflexia, son excesivamente constreñidos para unos cuerpos en los que la voluptuosidad pasa a segundo plano, cuando nos detenemos en todo lo que sus expresiones serenas parecen decirnos. Contra el fondo de llamativos colores y peculiares flores, ellas parecen capaces de cualquier hazaña, si quisieran.
Estos cuadros, así como toda la obra pictórica de su autor, Adigio Benítez Jimeno (Santiago de Cuba, 1924-La Habana, 2013) tienen la capacidad de no dejarnos indiferentes. La belleza los atraviesa y nos habla desde una profundidad manifiesta, independientemente de la experimentación formal que caracterizara la etapa creativa en que fueron concebidos por el artista.
Adigio fue un incansable buscador de cauces para decir, con más apego a su verdad que a escuelas o corrientes. Investigó, intentó, referenció; y logró así un legado en el arte sólido e inquietante por lo audaz.
Premio Nacional de Artes Plásticas 2002 y Premio Nacional de Enseñanza Artística 2003, dejó, además, una valiosa huella como hombre comprometido con el latido de su tiempo. Militó desde los 18 años en el Partido Socialista Popular.
Graduado de la Academia de San Alejandro, trabajaba como caricaturista y dibujante político para publicaciones como el periódico Hoy. Basta mirar cuadros rotundos como Jesús Menéndez (1958), para advertir cuánto lo atravesaba la preocupación social.
Los óleos de esa etapa los hizo mayormente en la clandestinidad, para preservar la vida frente a la hostilidad sangrienta de los órganos represivos de la dictadura batistiana.
Luego del triunfo de 1959, continúa reflejando, desde su imaginario, la vida de la Isla –sin atender a facilismos– y, a la vez, es él también protagonista activo de los nuevos tiempos: fundador de la Escuela Nacional de Arte, maestro allí y luego en el Instituto Superior de Arte; fundador, asimismo, de Granma, e ilustrador en varias publicaciones.
Obrero (1962), Textileras (1975), El soldador (1977) o Miliciana (1982), por solo citar algunos, revelan su capacidad para representar los imperativos del momento desde una visión genuina y poética; con igual carga lírica que otras entregas de temas aparentemente menos sociales.
En la apertura de una muestra, en 2008, Adigio confesó: «Pretendo hacer una pintura amable, de modo que en este mundo donde persiste tanta amargura, ayude a sentir que la vida es bella. Quisiera que mi pintura fuera un oasis en este devenir de espantosas locuras, de obligados dolores, de miseria, terror y guerras genocidas (…) quien les habla (…) sería feliz si su pintura hiciera esbozar aunque solo fuera una imperceptible sonrisa interior».
A cien años de su nacimiento, este 26 de enero, su trabajo hace sonreír a plenitud, al ponernos en contacto con ricos imaginarios, una visión plástica alejada de convencionalismos, y una luminosa ética del ejercicio artístico y humano.