Creado en: enero 7, 2024 a las 10:07 am.
Chabelo
Nunca supo qué estaba sucediendo en el país. Vivió en un mundo de bromas y chistes. El primero de enero de 1959 se despertó con una Revolución en el poder. Y el ocho del mismo mes, cuando Fidel entró en La Habana, salimos a celebrar el triunfo. Para él era una fiesta más. Un nuevo motivo para beber cervezas. El chofer que nos conducía entró en el túnel de Quinta avenida en dirección contraria a la establecida. Por suerte no nos encontramos con ningún vehículo que viniera por la misma senda. Al salir del túnel nos detuvo un miliciano. Nos condujo a la estación más cercana. Un barbudo, recién llegado a La Habana, levantaba un acta “picando maíz” en una vieja Underwood. Chabelo, en alta voz, simuló rememorar hechos en los que no había participado jamás:
—¿Te acuerdas? Aquí fue donde me torturó Ventura. Pero no logró sacarme ni una palabra.
Y se regocijaba de estar allí, libre de la pesadilla que había significado la tiranía.
El barbudo que mecanografiaba, nos llamó para levantar el acta.
—¿Qué pasó, muchachos?
—Nada, que veníamos celebrando el triunfo y no nos dimos cuenta de que cogimos el túnel al revés. ¡Teníamos unos tragos encima! ¡Imagínese… la alegría de sabernos ya sin peligro!
El barbudo se sonrió.
—No los mató Ventura, pero podían haberse matado en el túnel. ¡Miren bien lo que hacen!
Y nos soltó. Chabelo no le había tirado ni un hollejo a un chino, pero su ingenio había salvado nuestra situación.
Poco después, en una asamblea en el ICR, fue propuesta Ana Lasalle, muy amiga de Chabelo, para trabajadora de vanguardia. Pidieron la opinión a los asistentes. Chabelo alzó la mano. Y cuando le concedieron la palabra, expresó:
—Apoyo la proposición. Ana tiene méritos revolucionarios. Ella y yo tomamos el bar Alaska.
Todo el mundo se rió, menos Ana.
El bar Alaska, situado frente a Radiocentro, era el lugar donde Chabelo, y quienes no éramos Chabelo, nos dábamos tragos entre jornada y jornada de trabajo. Ana, es justo decirlo, nunca se dio un trago en el Alaska.
Chabelo tenía una libretica a la que llamaba “la guía del lúpulo”, en la que anotaba, religiosamente, los lugares donde había cerveza en aquellos días de escaseces. El peor día de la Crisis de Octubre, después de escuchar las declaraciones de Kennedy y de Krushev, salí de mi casa preocupadísimo y me dirigí al ICR para incorporarme a cualquier cosa en la que pudiera ser útil. Venía convencido de que Cuba sería barrida del mapa. Una guerra nuclear no es cosa de juegos. Y eso era lo que, según mi juicio, nos esperaba. En la esquina de M y 23 me encontré a Chabelo de saco y corbata, feliz y sonriente. Me adivinó la preocupación y me preguntó qué me pasaba. Le expliqué. Terminé diciéndole:
—En cualquier momento nos tiran la atómica.
Chabelo sacó su guía del lúpulo y, revisando rápidamente, me comunicó:
—En El Mandarín hay cerveza fría. Vamos a tomarnos un par de ellas antes de que las atomicen.
Nunca me he resignado a que Chabelo se haya ido del país. Me daría mucho gusto verlo venir, un día, con su sonrisa de siempre y su guía del lúpulo para buscar un lugar donde celebrar el rencuentro.
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