Creado en: septiembre 25, 2024 a las 08:37 am.

Danza Contemporánea de Cuba en constante evolución

Con la puesta en escena de su gran producción CARMINA BURANA, LA COREOGRAFÍA, del holguinero George Céspedes a partir de la célebre cantata del alemán Carl Olff, Danza Contemporánea de Cuba culmina esta semana en la sala Avellaneda del Teatro Nacional una temporada especial dedicada al aniversario 65 de su fundación, y que abarcó además otras presentaciones escénicas, talleres, conferencias y clases demostrativas.

Su acta de nacimiento hace constar el 25 de septiembre de 1959 como el día en que un grupo de jóvenes -hombres y mujeres- iniciaban una rigurosa formación para echar a andar el Conjunto de Danza Moderna del Teatro Nacional. Para asumir su guía, nadie mejor que el bailarín, coreógrafo, maestro e investigador Ramiro Guerra Suárez, con estudios de ballet en La Habana pero definitivamente deslumbrado por la danza moderna tras sus clases en la academia de Martha Graham en Nueva York. Allí comprendió cuántas posibilidades podría aprovechar al asimilar esa técnica e incorporarle acentos propios de la cultura cubana en toda su diversidad. En eso fue pionero, precursor.

En 1959 la naciente Revolución Cubana abría ya los cauces para el florecimiento de todas las expresiones artísticas y hacerlas llegar al pueblo. Fruto de aquellos tiempos de apasionada transformación, en menos de 5 meses aquella agrupación danzaria -pionera de su tipo en el país- daba su primera función. Conformaron el programa del debut 2 obras de Ramiro Guerra: “Mulato” y “Mambí”, con música de Amadeo Roldán y Juan Blanco, respectivamente, y La vida de las abejas” y “Estudio de las aguas”, de la estadounidense Doris Humphrey y montaje de su compatriota Lorna Burdsall, por años estrechamente vinculada a la compañía danzaria cubana.

A partir de entonces comenzaría un camino de descubrimientos, de riesgos, de creatividad. El repertorio fue enriqueciéndose, y de su primera etapa quedarían creaciones antológicas como “Suite yoruba”, “Rítmicas”, “Orfeo antillano”, “Medea y los negreros”, “Okantomí”,  “Michelangelo”… 

Por supuesto, otra impresicindible: “Súlkary”, de Eduardo Rivero, estrenada en 1971. Como entrañable evocación, en junio pasado un joven elenco de la compañía repuso aquel clásico de la danza moderna en Cuba, inspirado en el arte escultórico africano, con elementos de bailes yoruba y arará incorporados a la técnica de danza moderna cubana, que le aportan enorme fuerza escénica y expresiva. Es sin dudas, todo un símbolo.

En 1987 el conjunto cambió su nombre por el de Danza Contemporánea de Cuba, ya con la dirección de Miguel Iglesias, formado en compañías de divergentes estilos y heredero de las enseñanzas de su fundador: Ramiro Guerra. Contra viento y marea, abierto siempre a las búsquedas creativas, con exigencia máxima, defensor de una multilínea escénica, ha conducido hasta ahora la andadura de la llamada “Madre nutricia” de la danza en nuestro país.

Como él ha dicho, un bailarín de Danza Contemporánea de Cuba tiene mucha preparación, porque la sumatoria de conocimientos y calidades es lo que da más posibilidades de expresión, con su estética inclusiva. Es un artista que cree mucho en las emociones, los contrastes, la mutación constante.

Siempre hay algo que vencer. Quiero una compañía en constante evolución, que perdure en el tiempo por su calidad, su entrega, su trabajo, asegura Miguel Iglesias, Premio Nacional de Danza, orgulloso de dirigir una agrupación que la crítica internacional ha definido como glamorosa, por su técnica potente, capaz de apropiarse de otras en el mundo y reciclarlas desde sus propias raíces.

Danza Contemporánea de Cuba es referente en su ámbito artístico. Son ya 65 años de historia. Motivo para el recuento de bailarines, coreógrafos y obras que han dado brillo a su repertorio. Desde Ramiro Guerra, Eduardo Rivero, Víctor Cuéllar, Arnaldo Patterson, Narciso Medina, Isidro Rolando y Luz María Collazo, hasta Marianela Boán, Rosario Cárdenas, Rubén Rodríguez, Lídice Núñez, George Céspedes y Julio César Iglesias, por citar apenas a unos pocos. De “Suite yoruba”, “Súlkary”, “Elogio de la danza”, “Cruce sobre el Niágara”, “Dédalo”, “La tempestad”, “Matria Etnocentra” y por supuesto la vibrante “Carmina Burana”. Y también hay que tomar en cuenta el montaje de obras de importantes coreógrafos extranjeros. 

Hace 65 años en la cultura cubana se sembró una semilla que sigue fructificando, porque hay tierra fértil. Y un caudal potente de bailarines formados en escuelas de arte.

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