Creado en: julio 1, 2024 a las 08:01 am.
Decisión por lo nuestro
Su propietario acepta prestarme el libro con la aprehensión que causa desprenderse, aunque sea por poco tiempo, de algo sagrado. Se trata de Poesías completas, de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (Editorial Arte y Literatura, 1974).
Extiendo las manos para tomarlo, pero lo vuelve a acercar a su cuerpo, lo abre y comienza a pasar las páginas. «Lo he leído completo dos veces», y comparte conmigo fragmentos de ese poema entre los clásicos de El Cucalambé, Hatuey y Guarina:
Y aunque mi pecho te ama, / Tengo que ser ¡oh dolor! / Sordo a la voz del amor, / porque la patria me llama.
Su entusiasmo crece con La valla de gallos, un poema de 1859: Tal es la valla; tal es / (…) Y con su gallo en la mano / Y su tabaco encendido, / Luce su mejor vestido / Nuestro guajiro cubano.
Hablamos entonces de la décima, de su arraigo en Cuba como estrofa popular, y de la maestría de Juan Cristóbal para apresar, a través de ella, las esencias de una nacionalidad en formación, y contar historias subyugantes; también, del influjo revolucionario ejercido sobre el muchacho nacido en Tunas de Bayamo, el 1ro. de julio de 1829, por su abuelo, el párroco y vicario don Rafael Fajardo.
Poco escapa al diálogo: repasa para mí las asociaciones del poeta popular y social con la conspiración de Joaquín de Agüero, y sus cantares a la amada Rufina. Luego de repetirme que fue una lectura muy disfrutable, me cede al fin la obra de quien, se ha dicho, inauguró una voz legítimamente cubana.
No obstante, lo que más despierta mi interés es el entusiasmo y el orgullo que lo escrito por un hombre nacido hace 195 años suscitan en un joven lector de hoy.
Buena parte de las razones para entender tal arraigo las explicó Jesús Orta Ruiz en el prólogo a esa edición; ningún otro poeta criollista «se identifica tanto con la idiosincrasia de nuestro pueblo, con la sicología de nuestros campesinos, como El Cucalambé. Ninguno como él hace paladear los sabores de la patria, ni utiliza con tanta habilidad comunicativa la semántica popular cubana y el recuerdo de nuestros aborígenes, en sugerencias políticas y heroicas».
Pese a menosprecios y tergiversaciones, el autor de Rumores del Hórmigo (1856) no solo poseía un rico vocabulario, sino que descubrió «un mundo poético de asociaciones».
De su compromiso patrio y vital dan fe sus versos: El hombre que con su pluma / Solo por adulación/ Encomia una vil acción, / Que lo eleven como espuma, / Que lo arrojen al pantano, / Que le corten una mano.
Desaparecido misteriosamente en 1862 y dado por muerto, su legado ha sido paulatinamente rescatado y valorizado. Ante las controversias, queda la palabra como testimonio: Pero hallaréis en todo lo que escribo / Mi amor, mi decisión por lo nativo.