Creado en: agosto 5, 2024 a las 03:45 pm.

Eduardo Heras León: padre de un país de narradores

Por Claudia Ledesma Hernández

Cada cuento que escribe un cubano de hoy está, de alguna manera, conectado con Eduardo Heras León. Incluso antes de leer sus libros, antes de estudiar su emblemático curso de técnicas narrativas, hay un vínculo creativo con el venerable maestro.

La enseñanza que por sí sola representa su obra, así como la incansable labor pedagógica en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, que él mismo fundara en 1998, lo convierten en padre de varias generaciones de narradores cubanos que, a su vez, ya son padres literarios de otros y estos, lo serán de otros… En cada comienzo de ese ciclo sin fin está el espíritu del Chino Heras.

Humildemente, él mismo lo reconoció en entrevista concedida al escritor y periodista dominicano Enegildo Peña cuando afirmó: “Cuba siempre fue país de poetas. Hoy también es país de narradores y en esa labor hemos puesto nuestro grano de arena, por no decir una parte importante de nuestra vida”.

Pero no es esa la única grandeza que debamos apuntar en el aniversario 84 de su natalicio. Toda su existencia merece ser repasada, por excepcional y aleccionadora. Puede decirse que Heras León no le tuvo miedo a la vida, la vivió resurgiendo como ave fénix.

Contaba solo 12 años cuando faltó en casa la figura paterna y se fue a buscar el sustento lo mismo lustrando unos zapatos que vendiendo periódicos. Aun en medio de tan difíciles circunstancias, obtuvo a esa misma edad lo que han llamado su primer galardón literario, en un concurso sobre “Martí y los niños”, en el que participaron jóvenes de todas las escuelas primarias superiores de La Habana.

Logró formarse como maestro normalista y luego, matricular en la Universidad de La Habana en las carreras de Periodismo y Filología. Fuertes polémicas en torno a su libro “Los pasos en la hierba”, Mención única en el Concurso “Casa de las Américas” (1970), lo obligaron a abandonar las aulas y otra vez el joven Heras encaró el destino con una resiliencia proverbial.

Se fue entonces a la fábrica Vanguardia Socialista, donde aprendió a fundir y forjar el acero con el mismo ahínco de un obrero convencido. Y cuando fue posible, culminó los estudios universitarios. Pese a todo, él no abandonó jamás sus sueños.

La historia del “Chino Heras” es también la del joven artillero en los combates de Playa Girón; la del prestigioso crítico de ballet y la del editor consagrado, premio nacional de la especialidad en el 2001 y Premio Nacional de Literatura 2014.

“Después de una obra ejemplar, con más de siete libros publicados, dos antologías personales, la mejor compilación teórica sobre la narrativa en idioma español, un centro de formación literaria, único en el continente, y centenares de páginas dedicadas a la crítica, la valoración y el desempeño artístico, Eduardo Heras León no puede pensar como escritor, ni siquiera como escritor vivencial, sino exclusivamente como artista”, escribió el intelectual cubano Francisco López Sacha en el prólogo de Cuentos completos, compilación de la obra narrativa del maestro, publicada en 2012 en República Dominicana.

La guerra tuvo seis nombres, Acero, A fuego limpio, Cuestión de principio, Dolce vita y otros títulos atestiguan su impronta de luz en la literatura nacional.

Cuando en abril del pasado año se divulgó la noticia de su muerte, solo hubo palabras de elogios para él. Hubo coincidencias en que fue un hombre bueno, útil, que amó a Cuba como pocos, que en realidad no ha muerto porque pervive en los cientos de hijos literarios que aprendieron de él.

Hay un antes y sobre todo, un después de Eduardo Heras León en la narrativa cubana. Hay un país que le rinde honores siempre que ocurre el milagro de transformar la página en blanco.  

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