Creado en: enero 28, 2024 a las 06:12 am.
El Humor en Martí
El humor es una cualidad magnífica y sana.
Lenin
Introducción
No se trata, en este trabajo, de vestir de cascabeles a quien sufrió más que nadie por la patria irredenta. Ni habré de justificar a quienes pretenden hacer del carácter del cubano motivo menguado para encubrir falta de seriedad ante los asuntos graves.
Sólo tiene derecho a reír, con esa risa legítima que brota de lo más profundo de los corazones, aquel que sabe ocupar su puesto en los momentos de sangre y sollozos.
José Martí, que fue por el mundo derramando lágrimas viriles con la angustia de la patria clavada en el rostro serio, es, sin embargo, el cubano que más derecho tuvo a reír. Un derecho ganado a fuerza de dolor y de decoro. Su risa, que no captó jamás la cámara fotográfica, ni el pincel del pintor, debió ser la risa de un hombre satisfecho de sí mismo, sabedor del servicio que prestaba a la patria, dispuesto a decir en el momento necesario: “Para mí ya es hora”, y a venir a regar con su sangre generosa la patria que fundó.
Mientras nuestro país no tuvo la soberanía que él deseaba y que veía amenazada por el poderoso vecino, no hubiera sido útil, ni justo, realizar este trabajo. Había que profundizar demasiado en el espíritu martiano, en su ideario y su doctrina, para perder el tiempo en investigaciones parciales. Martí no debía reír hasta tanto todo su pueblo pudiera hacerlo. ¡Ese día ha llegado!
Un encuentro inesperado
“El sombrero de Adela era ligero y un tanto extravagante, como de niña que es capaz de enamorarse de un tenor de ópera.” Esta oración, leída una noche por el que escribe, en medio de la novela Amistad funesta, me produjo una extraña sensación. Sonreí a solas, al leerla, y volví atrás en la lectura para disfrutarla nuevamente: “El sombrero de Adela era ligero y un tanto extravagante, como de niña que es capaz de enamorarse de un tenor de ópera.” Y surgió la carcajada. Espontánea. Explosiva. Instantes después meditaba con una especie de complejo de culpa por lo que me pareció, de momento, una irreverencia.
Entrábamos en la lectura de Martí como quien penetra en un sagrario. Estábamos acostumbrados al erizamiento patriótico, al goce estético, a la emoción, cuando nos sumergíamos en la obra del Maestro. Martí era, sobre todo, el toque de rebato, la angustia, el sacrificio, el ser humano capaz de sentir miedo de morir antes de haber sufrido lo bastante, la cumbre entre las cumbres, el poeta que pedía, como único honor sobre su tumba, un ramo de flores y una bandera. Mucho más cerca siempre, en su constante batallar, de las lágrimas que de la sonrisa. No había en la iconografía que recordaba, un solo retrato de Martí sonriente. (Quizás un esbozo de sonrisa emocionada en la que aparece con su hijo pequeño.) Y, sin embargo, lo imaginaba, en el momento de aquella lectura, releyendo su frase, en el exilio glorioso y sonriendo como quien le hace una broma a un amigo: el tenor de ópera. Poco después leía, en la misma novela: “Tan casero era D. Manuel, que apenas pasaba año sin que los discípulos tuviesen ocasión de celebrar, cuál con una gallina, cuál con un par de pichones, cuál con un pavo, la presencia de un nuevo ornamento vivo de la casa.”
¿Y no es esta una forma humorística de referirse a la fecundidad del personaje, sin que pudiera alarmarse la más beata de sus lectoras?
La forma de decir, exquisita en su belleza, no privaba al lector de imaginarse a don Manuel ganándose, cada año, el premio a su insistente permanecer en casa, adornándola, en ciclos reiterados, con un nuevo ornamento vivo.
Fue Amistad funesta la que me hizo pensar en el sentido del humor en Martí.
La bailarina española
El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.
¿Qué pensamientos le hicieron escribir esos versos? ¿Qué ansiedad de aquietar la angustia le llevó al salón donde pretendió, quizás, serenar el ánimo? Pero no es un espectador común y corriente. Cuba va con él. Y siente que puede penetrar en el recinto porque no le ofende la bandera enemiga:
Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.
Estalla entonces, liberado de la presencia excluyente, la gracia legítima:
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
¡Qué fino humorismo el de esos dos versos finales de la cuarteta! Pero todo el poema es una muestra de gracia ingenua y sana:
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un sombrero!
Después, cuando la bailarina se va como en un suspiro, vuelve fosca a su rincón el alma trémula y sola.
Poesía protesta se le podría llamar a esta pequeña joya. La presencia del chiste se mezcla con el dolor de la patria. Él mismo lo dirá después cuando analice, en el periódico Patria, el chiste de la guerra.
El humor en la manigua heroica
Cuenta Martí:
En otra escena está de descanso el campamento, como nosotros descansábamos, unos contando cómo se hace la pólvora, o se cura la herida, o se hacen en una máquina de mano los casquillos de las cápsulas; otros, sentados juntos en un tronco, enseñándose a leer, con el machete a los pies. De pronto entra un amigo: ¡qué gusto el de volverlo a ver! ¿cuántas peleas, desde la última vez?: le preparan el festín, —mango, jutía, buniato, cuba libre; pero el recién llegado baja la cabeza, cuando un amigo le pregunta por la Biblia que le prestó:
—¿Y la Biblia que te di y que te dije que me la guardaras?
—Hermano ¡me la fumé!
Y añade: “Porque esa es la guerra verdadera: una guerra en que se muere, y en que se ríe. Y así, con esa libertad de la naturaleza, puede nacer nuestro teatro épico.”
El humor combatiente
En la crítica a Mi tío el empleado, de Ramón Meza, después de analizar a algunos personajes, considera un mérito del autor:
aquél como fiero pensamiento y grave melancolía que dá a su chiste la fuerza de la sátira. Hay ojos centelleantes bajo esa careta pintarrajeada. En ese silbato chasquea un látigo. Ese conde que se lleva de Cuba a Clotilde tiene las espaldas listadas de negro, como los vestidos de los presidiarios. Ese es el chiste viril, el chiste útil, el único chiste que está permitido en Cuba a los hombres honrados. Las épocas de construcción, en las que todos los hombres son pocos; las épocas amasadas con sangre y que pudieran volver a anegarse en ella, quieren algo más de la gente de honor que el chiste de corrillo y la literatura de café, empleo indigno de los talentos levantados. La gracia es buena literatura; pero donde se vive sin decoro, hasta que se le conquiste, no tiene nadie el derecho de valerse de la gracia sino como arma para conquistarlo. A Níobe no se le debe poner collar de cascabeles. A Cristo no se le puede poner en la mano una sonaja. La gacetilla no es digna del país que acaba de salir de la epopeya.
Lección, sin igual, de humorismo combatiente.
Nuestra América
Sentía Martí, cuando recorría las tierras de Nuestra América, como una alegría infantil, según propia confesión. Entonces, el sentido del humor se hacía en él como chispeante latido de la tierra misma. Su humorismo, en esas ocasiones, era más natural, como manantial de agua limpia, y recogía al paso apuntes que hoy mueven a la risa. Dice en un apunte:
Guachapita, en Caracas: —casa de juego. Se entiende a todo lo que indica desorden y abandono.
“Vamos a pegarnos un palo” —vamos a tomar una copa. Para eludir las leyes que impiden el uso del licor, los ebrios incorregibles llevan el aguardiente en un bastón hueco. Entran en los zaguanes de las casas,— y allí beben.—
Véase como un hombre de su enorme cultura busca la raíz popular de las expresiones humorísticas que le saltan al paso. Así anota este hilarante cuento que escuchó en uno de sus viajes:
Aurecoechea —un joven venezolano— gusta de beber. Iban él y un su amigo por un largo camino del Oriente, teatro un tiempo de la larga y sangrienta guerra federal.
—“No beberemos, dijo Aurecoechea, sino donde haya una cruz.” Él sabía que allí, donde tantos murieron, a cada paso se alza a lo largo del camino una cruz piadosa.
En tanto que andaban por el monte, las cruces, y las libaciones abundaban. —Pero al llegar al pueblo, —como los crímenes y las emboscadas que producen muerte, huyen los poblados — las cruces escaseaban, —Aurecoechea se desesperaba, —le consumía la insana sed del ebrio, —la cruz anhelada no venía; — y tirándose sin más aviso ni ceremonias del caballo, se paró a una de las orillas de la senda, abrió los brazos, y gritó a su amigo:
—¡Cruz!
El sentido del humor
En lo cómico, igual que en cualquier otra categoría estética, encontramos el principio objetivo y el subjetivo. Quien carece del sentido de la comicidad, es pobre y limitado espiritualmente. El desarrollo armónico de la persona humana presupone una cultura emocional que comporta el desarrollo del sentido del humor.
Martí demuestra su sentido del humor, con gracia y sencillez, en los apuntes de viaje que envía a Fermín Valdés Domínguez. Y lo hace en la menos cultivada por los humoristas de todas las manifestaciones de lo cómico: la autocaricatura literaria. Veamos:
Y bien, Fermín hermano; a nuestros años se tiene siempre una panada de sueños dormidos, que traidoramente y sin sentir han penetrado nuestra voluntad. De manera que, sin haberlo pensado, me encontré yo con que anhelaba gallardas aventuras, misteriosos encuentros, noches de oro y abismo, sorpresas de fieras, todo lo que promete, en suma, a una imaginación enamorada de lo heroico, un viaje de ocho días a través de ríos, selvas y montañas tropicales. Traía yo el espíritu celoso de la actividad de los caribes; traía el alma robusta con el magnífico espectáculo que a ambos lados ostentan las majestuosas orillas de un gran río; como alas se habían pegado a mi alma aquellos cortinajes de verdura, prendidos en el cielo, mal sujetos sobre las ondas del Río Dulce, salpicados los movibles pliegos por aves blancas y pajarillos de colores. ¡Y este león rugiente, este corcel de Arabia, y esta águila altanera que yo me siento aquí en el alma! Imagina todo esto, a horcajadas sobre una innoble mula.
En esta descripción a su amigo —su hermano Valdés Domínguez—, se adivina lo que Gógol, en sus famosas palabras, calificó como verdadero humor: “una risa visible a través de unas lágrimas invisibles para el mundo”. Imagino a Valdés Domínguez leyendo la descripción del Maestro y sintiendo la rara sensación que para Latzarus producía el humor: “El humor ríe con un ojo y llora con el otro”:
Martí, sin embargo, al cabalgar sobre el lomo de una mula por los parajes de Nuestra América, refleja en su humorismo —en su risa—, una fuente inextinguible de alegría, de optimismo, de afirmación de la vida. Era la fuerza que nace de la victoria en la lucha. Y él sabía que su lucha sería victoriosa.
La dura vida en la ciudad ajena
Madrid o Nueva York debieron resultarle una especie de prisión a su amor por la naturaleza. Y en esas ciudades cultivó Martí otros géneros dentro de la categoría de lo cómico. Si la mula de la descripción anterior le sirvió para manifestar el humor, hay en sus apuntes citadinos referencias irónicas y hasta sarcásticas a los bípedos que las habitaban. Dijo: “Siempre a muchos poetas pareció mal lo que hacían otros poetas tan notables como ellos, o mejor que ellos.”
O este otro:
Yo estoy por creer que el pintor, así como el actor en grado menor aún, son poetas incompletos: son como alféreces y tenientes, sin ascenso, de la poesía: llegan a ella, están de visita algunas veces en ella; parece otras que van a ser recibidos por huéspedes permanentes de la casa: mas no llegan. Acaso lleguen luego.
O cuando afirma: “Los muebles de su cuarto de estudio son como sus versos: de caoba vieja.—”
Y un dardo cargado de intención, de cuya validez son testigos de excepción nuestros lectores: “El uso de una palabra extranjera entre las palabras castellanas, me hace el mismo efecto que me haría un sombrero de copa sobre el Apolo de Belvedere.”
De esta vida en ciudades extrañas, entresaco, por su actualidad y permanente vigencia, este apunte que retrata de mano maestra al Norte revuelto y brutal que nos desprecia. Martí lo titula: “La frase del criado del ‘Murray Hill Hotel’”:
—¿Conoce usted a un caballero sudamericano, muy alto, que come aquí desde hace un mes?
—No sé. Entran y salen. Él no se ha hecho conocer de mí. (He has not made himself known to me). ¡Y la mirada de desprecio, y el resto de ¡deje usted en paz al Emperador! con que acompaña la respuesta!
Vive uno en Estados Unidos como boxeado. Habla esta gente, y parece que le está metiendo a uno el puño debajo de los ojos.
Y por último, este juicio muy serio, aunque humorístico, sin dudas, sobre la lucha por la competencia en aquellas ciudades en las que se vio obligado a vivir por muchos años:
En los talentos sucede al revés que en las casas, donde el de arriba es el que envidia al de abajo, y no como en el talento, que el de abajo es el que envidia al de arriba. Es la accesoria, que le dice a la casa principal: ¡que me quitas el sol! Y la sacristía, llena de pergaminos y casullas, que le saca el puño a la catedral, porque la ve con naves y torres.
Este viejo oficio del periodismo
No se escapan a la sátira del oficio los cajistas de los periódicos. Así, publica un día, bajo el título de “Robo”, lo siguiente:
Robo. Tal ha hecho uno de nuestros cajistas al matrimonio Víctor Hugo en la primera página de nuestro folletín de ayer. Diéronle la plana con 37 años para Víctor Hugo y su señora y él juzgó conveniente quedarse con 7. He aquí un innovador de la Creación. La naturaleza hizo casable a la mujer a los 14 años, nuestro cajista ha pensado mejor, y el ambicioso los casa a los 10.
Bajo el título de “Erratas”, aclara, en la misma Revista Universal, que no escribió la ravia —con uve—, la ravia vital de los amores, sino la savia vital de los amores. Y concluye: nada de ravia en cosas tan apacibles.
O esta nota polémica con El Federalista:
Todas las buenas cualidades que quiera nuestro estimado colega, (El Federalista), tendrá el señor Triay; será activo, diligente, honrado, pero imparcial, no. ¿Español intransigente que escribe en La Habana, e imparcial? Perdónenos nuestro colega; primero puede admitirse la existencia de la Santísima Trinidad.
Y anatemizó, para siempre, al Diario de la Marina, cuando dijo: “El Diario de la Marina tiene desgracia. Lo que él aconseja por bueno es, justamente, lo que todos tenemos por más malo.” Y fue el Diario de la Marina desgracia que duró cien años.
Un antecedente
Entre lo que se ha dado en llamar entrefilet o “suelto”, en el argot periodístico, fue Martí un maestro de humorismo. El capitán general Dulce había venido de pacificador. Los voluntarios y los intransigentes querían una mano más fuerte: la de Valmaseda o la de Lersundi. Y sabiendo cual era, del mal, el menor, Martí utilizó la sátira cuando dijo:
—¿Qué es menester para que la isla de Cuba sea menos amarga?
—Que esté Dulce.
Antecedente notabilísimo de lo que harían después Abela, en La Semana, Nuez, en Zig-Zag, y Chago, con Julito 26. Es, sin dudas, un buen pie de grabado para una caricatura política.
El humorismo como arma
Periodista esencial, Martí hizo sus primeras armas en El Diablo Cojuelo, cuando apenas contaba 16 años. Y utilizó el breve período de “libertad de imprenta”, concedido por don Domingo Dulce, para poner en solfa aquella limitada libertad y al régimen mismo que aparentaba concederla. Se inició en el periodismo, pues, cultivando el humor.
Años después escribiría, en la ya mencionada crítica a Mi tío el empleado, de Ramón Meza, la importancia que concedía a ese modo de hacer, cuando afirmaba:
“Ni se le habría de censurar que tuviese por genio propio el de la caricatura, que es modo eficaz de hacer visible el defecto por su exageración.”
Esa manera de hacer visible el defecto por su exageración estuvo presente en El Diablo Cojuelo en sátiras como ésta:
Esta dichosa libertad de imprenta, que por lo esperada y negada y ahora concedida, llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto se le antoje, menos de lo que pica; pero también permite que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía, y de la Fiscalía o el Juzgado lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso decir. Y a Dios gracias, que en estos tiempos dulces hay distancia, y no poca, de su casa al Morro. En los tiempos de Don Paco era otra cosa. ¿Venía usted del interior y traía una escarapela? —¡al calabozo! —¿Habló usted y dijo que los insurrectos ganaban o no ganaban? —¿al calabozo? —¿Antojábasele a usted ir a ver a una prima que tenía en Bayamo? —¡al calabozo! —¿Contaba usted tal o cual comentario, cierto episodio de la Revolución? —¡al calabozo! —Y tanta gente había ya en los calabozos, que a seguir así un mes más, hubiera sido la Habana de entonces el Morro de hoy, y la Habana de hoy el Morro de entonces.
He aquí una buena muestra del humorismo combatiente. Las referencias a Bayamo, a los insurrectos, a Lersundi, son claras y afiladas. Ridiculiza la libertad de imprenta al estilo SIP. No es raro, pues que “Pepe” Martí, el joven estudiante que firmara los artículos, diera con sus huesos en el calabozo meses después.
La libertad de imprenta que clausuró años después el periódico Hoy, fue vista con ojos de zahorí por el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada cuando dijera en el mismo artículo:
Mas, volviendo a la cuestión de la libertad de imprenta, debo recordar que no es tan amplia que permita decir cuanto se quiere, ni publicar cuanto se oye. Un ejemplo al canto. Si viniese a Cuba un Capitán general que burlándose del país, de la nación y de la vergüenza, les robase miserablemente dos millones de pesos; y corriesen rumores de que este general se llamaba Paco o Pancho, Linsunde o Lersinde, a buen seguro que mucho habría de medirse usted, lector amigo, antes de publicar noticia que tanto ofende la nunca manchada reputación del respetable cuanto idóneo representante del Gobierno Borbónico en esta Antilla. Y esto lo digo para que a mí como a los demás nos sirva de norma en nuestros actos periodiquiles.
Si sustituyésemos Paco por Fulgencio, Linsunde por Bautista, o Lersinde por Botista, el artículo hubiera tenido plena vigencia en los períodos de libertad de imprenta concedidos por la última tiranía que existió en nuestro país.
La crítica periodística y el humor
Hablando de Sarah Bernhardt, dijo:
Sarah se peina muy sencillamente. Ama la talla larga, y los vestidos que se arrastran por tierra. Sus ojos están plenos de fiebre. Viendo a algunas criaturas, se dice: ¡músculo!. Viendo a Sarah se dice: ¡nervio! La llama es una pobre chiva encantadora del Perú: ella se yergue, como una llama irritada, pero no morirá como la llama, que muere de dolor, mirando melancólica al cielo, cuando el indígena le habla o castiga con dureza. Ella mataría al indígena.
De una hermosísima descripción de un tablado flamenco, intitulada: “Entre flamencos”, he extraído un delicioso fragmento. Recomiendo a los lectores la búsqueda de este bello artículo. No hay cámara de televisión capaz de captar, como lo hace Martí con las palabras, el ambiente y el baile de este tablado. Leyéndolo cree uno escuchar la música. Sigamos a Martí en esta noche de alegría y humor:
Pero aquí vienen, por ahí les abren paso, por allá suben de nuevo al tablado los artistas de la bullanguera Flandes. Siéntanse en fila, dejando ante sí espacio para lo que ha venir luego.
—Ea, jóvenes, que se baile bien.
—Lacosta, malagueña.
—Un sombrero ancho para Antonia.
—Olé, Paco.
—Don Guitarra, no nos avergüence usted con el brillante. Hormiguean las voces; interrumpen los desalmados gritos: preludian antes que las gemidoras cuerdas, botellas, vasos y platillos.
—El uno: ¡Peteneras!
—El otro: ¡El Polo!
Un caballero de tres chupas, con capa y chorrera, y con las sienes cubiertas de parches espesos de negrísimos cabellos.
—¡Tango, tango!
—Ea, no interrumpirme, dice el bravo de la cuadrilla. La tormenta se calma: Don Guitarra preludia y; ¡vaya si luce en la siniestra el brillante del apóstrofe!
Concepto sobre la sátira
Crítico él mismo, por oficio y vocación, Martí define lo que ha de ser un crítico. Y no está exento de humorismo su pensamiento al respecto. Dice:
No usa la sátira que molesta, sino la que enseña, porque es de natural bondadoso, y cuando censura un acto o hábito, lo hace de modo que parece que se lo censura a sí mismo, o que lo tiene por parte inherente de la naturaleza humana, con lo cual la corrección es más eficaz, porque no imita el orgullo del pecador, aunque le pone ante los ojos de relieve su pecado. Quiere que le amen, no que le teman. No necesita ser pedante para decir la verdad y enmendar los yerros. Lo que le preocupa es el yerro en sí que hay que remediar: no que las gentes digan, con ese respeto indeseable que engendra el miedo: ése es temible, ése es Tío Palmeta, ése es un sabiparlante, que sabe donde están los yerros. Así se dividen los hombres, en generosos que emplean sus talentos en bien ajeno, y en egoístas, que los emplean en realzar como primer objeto su propia persona.
El humor con los niños
Aquel hombre de La Edad de Oro, que quería que los niños fueran sus amigos, quiso también, en el periódico que fundó para ellos, cuentos de risa para cuando hubieran estudiado mucho, o jugado mucho, y quisieran descansar. Y así desgrana humorismo en la traducción que hizo de “El Meñique” de Labeulaye, cuento de magia donde se relata la historia del sabichoso Meñique, y se ve que el saber vale más que la fuerza.
Y cuando en simpático y desenvuelto lenguaje les habla de la Ilíada de Homero, lo hace con tanta amenidad que, a veces, bordea lo cómico. Con qué gracia cuenta Martí:
A Aquiles no lo pinta el poema como hijo de hombre, sino de la diosa del mar, de la diosa Tetis. Y eso no es extraño, porque todavía hoy dicen los reyes que el derecho de mandar en los pueblos les viene de Dios, que es lo que llaman “el derecho divino de los reyes”, y no es más que una idea vieja de aquellos tiempos de pelea, en que los pueblos eran nuevos y no sabían vivir en paz, como viven en el cielo las estrellas, que todas tienen luz aunque son muchas, y cada una brilla aunque tenga al lado otra. Los griegos creían, como los hebreos y como otros muchos pueblos, que ellos eran la nación favorecida por el creador del mundo, y los únicos hijos del cielo en la tierra. Y como los hombres son soberbios, y no quieren confesar que otro hombre sea más fuerte y más inteligente que ellos, cuando había un hombre fuerte e inteligente que se hacía rey por su poder, decían que era hijo de los dioses. Y los reyes se alegraban de que los pueblos creyeran esto; y los sacerdotes decían que era verdad para que los reyes les estuvieran agradecidos y los ayudaran. Y así mandaban juntos los sacerdotes y los reyes. Cada rey tenía en el Olimpo sus parientes, y era hijo, o sobrino, o nieto de un dios que bajaba del cielo a protegerlo o castigarlo, según le llevara a los sacerdotes del templo muchos regalos o pocos; y el sacerdote decía que el dios estaba enojado cuando el regalo era pobre, o que estaba contento, cuando le habían regalado mucha miel y muchas ovejas.
¿Qué niño que lea ese encantador pasaje no se sentirá amigo del hombre de La Edad de Oro?
The american way of life en el periodismo
En la Sección Constante, en La Opinión Nacional, Martí publicó esta nota que pinta el sistema de vida norteamericano con gracia e intención no disimulada. Parece una nota deportiva, y, sin embargo:
Dos caballos norteamericanos han ganado el premio en las carreras de este año, en Inglaterra. El cable ha trasmitido diariamente noticias minuciosas de la apariencia, hábitos, movimientos y estado de salud de estos caballos, Foxhall e Iroquois son los nombres de estos corceles afortunados. No hace muchos días se leía en un periódico de New York, al pie de un telegrama que hablaba de la entrevista de los emperadores, y sobre otro telegrama de alta política, este cablegrama: “Foxhall ha arañado a Iroquois”.
Sobre el peligro yanqui
La muestra de humor se explica por sí sola:
Tengo que contarles
Una fabulita
A los caballeros Antianexionistas.
Cierto enamorado
Fuese de visita
A la casa hermosa
De su novia linda.
Le pidió la mano.
—Da la mano, niña
—No más que la mano.
—¡No más! y qué fina
Tiene la muñeca
Esta novia linda:
—Déjame que bese
La muñeca linda:
—No más la muñeca.
Y a los nueve meses
Les nació una niña.
Cuéntoles el caso
Sin mayor malicia
A los caballeros
Antianexionistas.
La parodia como arma política
La parodia con fines políticos fue recurso humorístico del periodista José Martí. En una nota intitulada: “Allá los veredes”, de 14 de mayo de 1875, expresa:
Dice ‘La Iberia’ que las grandes, las sublimes, las magnánimas, las omnipotentes naciones tienen tiempo de sobra para reconocer la independencia de Cuba, si han de esperar a que ésta esté consolidada como República. No son, sin embargo, de la misma opinión de nuestro ilustrado colega los que viven en Cuba, y el mismo doblemente pacificador Conde de Valmaseda confiesa que ya la revolución toca a las puertas de La Habana con los pomos de sus machetes, según dijo en una de sus proclamas. Parece, pues, lo más natural, creer a los que están capeando el bicho que a los que están viendo los toros desde lejos. Dentro de dos años veremos qué se han hecho:
Las huestes innumerables
Los pendones, estandartes
Y banderas,
Los castillos intomables
Los muros y baluartes
Y barreras
de que habla Jorge Manrique en las coplas a la muerte de su padre, D. Rodrigo; entonces preguntaremos; —[y he ahí la parodia]:
¿Qué se hizo Valmaseda
Y aquella célebre trocha
De Morón?
¿Qué se hizo, voto a bríos?
Ya ni un castillo nos queda,
¡Maldición!
Todo fue cena de negros;
Tras tantas peleas ganadas,
¿Qué quedó?
Una lágrima en la historia,
España sacrificada
Y un adiós.
Conceptos martianos sobre la risa (el realismo en el arte)
Espíritu sensible al dolor humano no quiso, jamás, que el chiste fuera burla insana u ofensa desleal. En la obra de teatro Adúltera, pone en boca de uno de sus personajes un parlamento que es toda una definición:
¡Lado estúpido! ¿No es eso tomar a broma el honor, que debe ser siempre religión de nuestra alma? Y a fe que tienes razón; que hay quien se ríe de estas cosas. Autorzuelos hay que llevan al teatro como asunto de gorja a un marido engañado; y óyelo en paz la regocijada concurrencia, y a mí me dan tentaciones de poner al autorcillo ramplón de modo que jamás riera de ajena desgracia: ¡crueldad mayor!
En la primera versión de esta obra aparece, de su puño y letra, un lema: “Yo no pinto a los hombres que son: pinto a los hombres que debieran ser.” Es una forma de realismo martiano. Es, en otras palabras, el hombre nuevo que quería el Che.
Como reafirmando su realismo en el arte, dice en una crítica a la obra La corte de los milagros:
Pero si bien no pedimos verdad rigurosa en todos los detalles de un carácter, si pedimos que todo carácter presentado en escena sea posible, porque de otra manera no seduce el sentido eminentemente realista de nuestro público y de nuestra época. En el drama, si no se envuelve acción probable en lo humano, ¿qué enseñanza ha de quedar en la mente para acción que nunca ha de venir? En la comedia, si no se satiriza un tipo real, ¿qué utilidad ha de prestar la sátira, si en ella nadie ha de verse comprendido?
El humorismo en la oratoria martiana
Formidable orador, José Martí supo utilizar el humorismo en algunos de sus discursos. Así, en sus apuntes, aparecen fragmentos de discursos como éstos:
“Pues acaso creéis que he necesitado yo menos valor para venir aquí que el que vosotros necesitáis para escucharme?”
Y ésta formidable anécdota para iniciar un discurso:
Nunca hasta este momento había dudado de que D.R. fuese para mí un verdadero amigo; ni podía concebir que con tan buena voluntad me perjudicase un hombre, con tan aplastante introducción. Es como la vieja historia del rey y su enano; cuando se esperaba que el monarca acompañado por el pigmeo hiciese su aparición bajo un arco tan solemne y magnífico y engalanado, al aparecer el propio rey, todo el mundo dijo: “Mirad, ahí viene el enano”.
Humor y sencillez en quien fue, nadie lo duda, un verdadero gigante en la oratoria.
Sátira a la religión
No escapa a la pupila humorística de José Martí lo satirizable en la religión católica. Y así afirma:
No hay providencia.
La providencia no es más que el resultado lógico y preciso de nuestras acciones, favorecido o estorbado por las acciones de los demás.
Si aceptáramos la Providencia católica, Dios sería un atareadísimo
Tenedor de libros.
Y esta simpática e irreverente descripción de una procesión católica en Zacapa:
Iban en la procesión un San Pedro, parecidísimo a Antonio Sellén; —un Jesús, que aún en formas ridículas inspira y merece respeto; […] una Virgen María, demasiado vestida de nuevo para ir con tan gran dolor; —una raída y desvencijada Magdalena, ¡ella, la Dama de las Camelias del Cristianismo!, —y rematando el séquito una figura inmensa, candorosa, alta y de alba vestida con rubia peluca, sujeta de la mano una ancha copa de oro,— y dicen que esta singular persona era el leal y poético San Juan.— A dios que no, caros amigos zacapecos.
Y, por último, esta brevísima frase cargada de intención: “El ángel es la más bella creación humana”.
Algunas frases breves
En lo que hoy llamaríamos greguerías, Martí dejó algunas muestras de su sentido del humor. Algunos ejemplos:
Esas mujeres son como los confites, que una vez chupados, se deshacen. Pero dejan perfume en los labios. Las que no dejan acíbar.
Yo sé muchas cosas, y entre otras cosas, sé lo que debe sentir una margarita cuando se la come un caballo.
Otros se acuestan con sus queridas: Yo con mis ideas.
Chistes que parecen haberle divertido
Es curioso encontrar en los apuntes de Martí una serie de chistes sobre necios, que debieron estar de moda en su momento. Selecciono tres para que los lectores conozcan qué tipo de comicidad popular impresionó al Maestro. El lenguaje en que están concebidos es difícil de determinar para el que escribe, pero es de suponer que esos chistes se decían así por alguna razón particular. Bien porque quisieran atribuírselos a una nacionalidad determinada, o porque se quisiese hacer ver que era el lenguaje de los necios (recuerdan un poco a los “pastusos” actuales). Dicen así:
Un amigo escribió a necio, residente en Gracia, haber de comprar libros para él, y éste, habiéndose olvidado, como después de tiempo, fue encontrado, por el amigo, dijo: no recibí la carta que enviaste a mí sobre los libros.
Un necio queriendo nadar, por poco fue ahogado. Juró, pues, no haber de tocar agua si no aprendía antes a nadar.
Un necio habiendo encontrado a un necio dijo: supe que habías muerto, y aquel dijo: sin embargo, ves a mí todavía viviente, y el otro necio (repuso) pues ciertamente el diciente es, más digno de crédito, para mí con mucho que tú.
La poesía de la guerra
El tributo merecido y emocionado a los poetas de la guerra recoge, junto a la admiración por aquellos que rimaban mal, a veces —pero sólo pedantes y bribones se lo echarán a cara: porque morían bien—, el chiste de la guerra.
Yara fue un revés, pero al contarlo Fernando Figueredo, decía Martí, no había quién le ganara en intención y cariño, ni quien sacara más risas, cuando narraba
el ataque al pueblo de Yara, en que para conocerse en la oscuridad los cubanos entraron desnudos de cintura arriba, y tener camisa cosa era infeliz; pero no fue tan bien como pudo en aquella ocasión a los cubanos, por lo que los españoles los burlaban en unas estrofas bizcas, cantadas a coro en la retreta, y a las que Fernando contestó con dichosa parodia, que los voluntarios mismos de Yara cantaban después:
Sin camisas, triunfantes, entraron
ante el mundo mostrando, orgullosos
que aunque pobres son libres, dichosos,
siervos no de un tirano opresor.
Pero lo mejor de Fernando es cuando cuenta cuán mal le pareció a aquel gigante ingenuo, el leal y genioso Modesto Díaz, que Tomás Estrada tuviese de secretarios a Francisco de la Rúa y a Ramón Roa:
—Ven acá, hombre, ¿cómo han consentido que Tomás haga eso?
—Pero, don Modesto, si son dos magníficos patriotas.
—Pues a mí me han dicho que son dos sinvergüenzas.
—Don Modesto, ¡si no hay quien les ponga punto a esos mozos! ¿Qué malquiriente le dijo esa maldad?
—Hombre, mira, a mí no me dijeron que eran sinvergüenzas, a mí me dijeron no más que eran poetas.
No sin razón, tras el análisis crítico, amoroso y agradecido, decía Martí:
Y si hubiera dos notas salientes entre tanto verso de molde ajeno e inseguro, en que el espíritu nuevo y viril de los cubanos pedía en vano formas a una poética insignificante e hinchada, serían ellas la púdica ternura de los afectos del hogar, encendidos, como las estrellas en la noche, en el silencioso campamento, y el chiste certero y abundante, como sonrisa de desdén, que florecía allí continua en medio de la muerte. La poesía de la guerra fue amar y reír.
Los ejemplos negativos en el humorismo martiano
La incesante labor de proselitismo, el duro bregar levantando armas y fondos para la tarea necesaria, le hacen recoger experiencias de epopeyas pasadas, cuando algunos hombres no habían entendido bien el propósito fundamental de la lucha. Así recoge en el periódico Patria:
Recuerdo yo, decía uno, cuando cierto general fue al Cayo, en la guerra grande, con aires de imposición, y en un taller en que un obrero pobre se le excusaba con razones, dijo al lector, patriota fidelísimo. “Lector, márqueme Vd. a éste con una cruz”. Y al preguntar al siguiente con la pompa del castigador satisfecho: “¿Y Vd. cómo se llama?”, como el rayo le vino la respuesta: “Yo me llamo dos cruces.”
Pues ése, dijo otro de la mesa, fue el general de otro cuento que yo sé. Se encontró en la calle con un buen cubano, de los que quieren patria digna, y en la independencia no buscan cambio de amo, ni el gusto de mudarle al país de nombre, y le dijo: “Lo tengo apuntado con tanto a Vd.”. Y el otro le respondió: “apúnteme; pero yo no disparo”.
Ejemplos señalados sin dudas, para evitar recaer en los errores cometidos en la etapa anterior. De la utilidad de estas anécdotas humorísticas, engarzadas con la organización martiana del Partido Revolucionario Cubano y un nuevo concepto de cómo hacer la guerra, da fe que podamos escribir este trabajo en una Cuba independiente y soberana.
Final
Creo suficiente por el momento, esta serie de ejemplos entresacados de su extensa obra, para dar una idea somera de los conceptos de Martí sobre el humorismo y su sentido del humor. Comparados con su obra gigantesca son como una gota de agua en el océano. Cumplo en este estudio, sin embargo, con una inquietud surgida al calor de una lectura del Maestro. Creo también haber respondido, en la medida de mi capacidad, a la pregunta que Martí se hacía:
¿Y quedará perdida una sola memoria de aquellos tiempos ilustres, una palabra sola de aquellos días en que habló el espíritu puro y encendido, un puñado siquiera de aquellos restos que quisiéramos revivir con el calor de nuestras propias entrañas? De la tierra, y de lo más escondido y hondo de ella, lo recogeremos todo, y lo pondremos donde se le conozca y reverencie; porque es sagrado, sea cosa o persona, cuanto recuerda a un país, y a la caediza y venal naturaleza humana, la época en que los hombres, desprendidos de sí, daban su vida por la ventura y el honor ajenos.
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