Creado en: octubre 25, 2024 a las 02:35 pm.
Elída Jústiz, la leyenda
Por: Ronald Suárez Rivas
Cuentan que Élida Jústiz tiene un ritual: Cuando un niño llega por primera vez a sus clases, lo toma de la mano y camina unos pasos con él, para saber si posee madera de artista.
Por eso, siempre que sucede, hijos y padres quedan a la expectativa de esa frase premonitoria: «este va a ser buen bailarín». Así de inmensa aseguran que es la sabiduría de una mujer que, durante décadas, se ha consagrado a la enseñanza del ballet.
Dicen que hay magia en sus manos. De ahí las decenas de figuras que han salido de sus talleres, en el municipio pinareño de Mantua, para hacer carrera en el Ballet Nacional de Cuba y en otras compañías de renombre.
Ubicado en el extremo occidental de la Isla, a más de cien kilómetros de la ciudad de Pinar del Río, Mantua es el municipio más apartado de la provincia. Nunca ha tenido un teatro ni otras instalaciones que favorezcan el desarrollo de la danza. Sus bailarines han sido por mucho tiempo un misterio que algunos asocian con los orígenes de la villa, fundada por náufragos italianos en el siglo xvii.
Ese misterio, sin embargo, responde en realidad al nombre de Élida Jústiz. Natural de San Luis, en Santiago de Cuba, Élida llegó a Mantua en 1965, para desempeñarse como instructora de arte, tras un llamado del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Se suponía que sería una misión de un par de años, hasta completar su servicio social, pero allí encontraría el amor y terminaría quedándose para siempre. A sus 85 años, recuerda que comenzó con sus talleres de ballet en la década de 1970, a solicitud de los profesores de la Escuela de Arte de Pinar del Río, y que durante mucho tiempo el aula fue el portal de su casa. «Las barras eran las barandas», rememora.
Aunque ha trabajado con niños de los dos sexos, explica que se ha concentrado en los varones, porque es lo que más ha necesitado tradicionalmente el bnc.
Venerada por sus alumnos, habla con admiración de Alicia Alonso: «Cundo la vi por primera vez, yo me dije: me muero. Todos mis premios y las flores que me obsequian son para ella».
Élida también soñó una vez con ser bailarina. Sin embargo, cree que lo suyo es enseñar. «Yo soy muy pequeña de estatura, y así no hubiera sido buena para la danza», dice.
En cambio, como instructora, su labor ha sido excepcional. Entre los incontables reconocimientos que ha recibido, se encuentran la Distinción por la Cultura Nacional (2003), el Premio Nacional Olga Alonso (2006), y el de Maestra de Juventudes (2024).
No lleva la cuenta de los alumnos que ha aportado al bnc y a otras compañías, pero calcula que serán entre 30 y 40. De todos se siente orgullosa, porque «el ballet es una carrera de mucha entrega, mucho sacrificio y mucha concentración, para que la cabeza responda con el cuerpo».
Confiesa que la enseñanza de la danza clásica se ha convertido con los años en una obsesión. Por eso, el día más triste de su vida fue cuando le confirmaron que se cerraba la especialidad en la escuela de arte pinareña.
Sería una larga pausa de más de una década, que terminó el pasado mes de septiembre, con la reapertura de la carrera. A pesar de su avanzada edad, Élida, de inmediato, expresó su disposición de ayudar y, demostrando que no ha perdido su toque de magia, el 70 % de los niños que ingresaron al primer año, tras un riguroso proceso de captación, salió de Mantua.
Al cabo de tanto tiempo viviendo en este remoto territorio del occidente pinareño, Élida se conoce al dedillo su historia, y ha escuchado muchas veces que el misterio de los bailarines mantuanos está en la herencia de sus antepasados italianos.
Se trata de una posibilidad que no descarta. «Quizá esos genes estén todavía acá», dice. No obstante, advierte que si en vez de echar raíces en ese lugar, Élida Jústiz se hubiera asentado en Consolación del Sur, en Los Palacios o en cualquier otro municipio de Pinar del Río, de allí también habrían salido grandes bailarines.