Creado en: junio 16, 2024 a las 06:51 am.
Enrique Bonne: a Santiago, mi adoración
El calendario marcaba el 15 de junio de 1926 y en una de las intersecciones más populares del municipio santiaguero de San Luis, en la calle Céspedes, casi esquina a Calixto García, nacía Enrique Bonne.
Su madre, Engracia Castillo Griñán, era profesora de piano y representaba al conservatorio Orbón en San Luis y Palma Soriano. Su padre, José Bonne Moirano, era puntista azucarero, y pese a no ser músico, componía. Es decir, que desde temprana edad escuchó música clásica en vivo y, además, las orquestas típicas y danzoneras de la época también influyeron en su formación.
El autor de “Yo no me lo robé, vigilante” afirma haber tenido una vida muy movida, pues su familia se trasladaba de manera constante por el territorio suroriental en busca de mejores condiciones, hasta radicarse finalmente en Santiago de Cuba en 1947. Tres años más tardes entra a la vida profesional, se casa, examina como locutor y fue uno de los miembros fundadores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) en la Ciudad Héroe.
“En 1961 fundé Enrique Bonne y sus tambores, -grupo de percusión que aún se mantiene y con el que participé en importantes acontecimientos dentro y fuera del país-. Por 29 años formé parte de la comisión del carnaval. También representé a la Asociación de Autores como director de la Empresa de Victrola la Vic-Cuba en la antigua provincia de Oriente, y al inaugurarse la televisión en Santiago, dirigí la programación musical y fui jefe de programación y de otros departamentos”.
No es posible hablar del carnaval sin pensar en Enrique Bonne. ¿Cómo lo defines para Santiago de Cuba?
El carnaval tiene un valor eterno, porque empezó como algo callejero, sin ninguna intención de ser grande, y se desarrolló tanto y de distintas formas. Hasta 1959 fue comercial, dependiente de lo que dieran y pagaran los negocios, y de esa fecha en adelante, cuando el estado lo asume, fundamentalmente desde 1962, comienza con más fuerza la protección de las comparsas, levantándose y logrando mejores vestuarios y trabajos musicales.
Es decir, hay dos carnavales: el de antes y el de después del 59. Ambos han tenido sus particularidades y significados para el pueblo. No se puede negar que el primero fue una forma de complacerse el pueblo, a su manera, y el segundo ha sido del pueblo complacido con todos los intereses requeridos para que se divirtiera y fuera una fiesta agradable. El tiempo, la pandemia de la Covid-19 y el problema económico han provocado cambios, pero creo que el carnaval puede volver a cobrar su valor.
¿Qué le dice a los compañeros de la Uneac?
A ellos, mi mayor respeto, estimación, reconocimiento por labor realizada y que sigan luchando por mejora la vida artística.
¿Qué le dice a Santiago de Cuba?
A Santiago, mi adoración. Tengo mucho que agradecerle, porque me ha querido, respaldado y reconocido como un hijo más.
En una ocasión expresó “Pacho y yo nos conocíamos de la antigua Sociedad Luz de Oriente y del Balneario de La Estrella. Nuestras familias eran amigas, nos veíamos siempre en los bailes. Él no sabía que yo hacía mis cosas, aunque yo sí sabía que él cantaba en reuniones de grupos. Ahí nos vinculamos, y Pacho empezó a trabajar la música mía en la década del 50. Grabó una conga titulada “En esa me voy”, grabó “Se tambalea”. Grabó muchos números”. ¿Cómo fue el funcionamiento de esa alianza?
Esa fue una labor de años, iniciada cuando la orquesta de Mariano Mercerón grabó el “Chachachá de la Reina”, interpretado en esa oportunidad por el cantante del conjunto Pacho. Después fueron a La Habana, se disolvió la orquesta, y empezó la unión de trabajo con él, quien creó el conjunto Los Modernistas. Estuvimos juntos en la carroza La Polar y trabajamos hasta su muerte.
Para la música cubana ese binomio constituye un capítulo importante. En el repertorio de éxitos de Pacho Alonso existen varias obras de Bonne, como “A cualquiera se le muere un tío”, “Dame la mano”, “Que me digan feo” y “Se tambalea”, entre otras.
Es, indiscutiblemente, historia de la música cubana. Su impronta es conocida por ser el creador del ritmo pilón y de un sinnúmero de composiciones de boleros, sones y guarachas, muchas de las cuales fueron completas, música y letra. ¿Cuántas obras le acompañan, y cuáles le han marcado más”
De mis obras musicales, unas 300, reconozco a “Dame la mano y caminemos”, a “Usted volverá a pasar”, dedicada a mi esposa, le tengo un fundamento especial, y le agradezco a “Yo no quiero piedra en mi camino”, que trascendió en las Américas gracias a Ismael Rivera, a Celia Cruz y otros intérpretes. Esa fue la que me abrió la puerta al mundo.
¿Aún se inspira para componer?
Sí, a veces me inspiro, a veces me quedo con ello adentro, y otras las trabajo con alguien, como con el conjunto Granma, que realizó un disco con música mía hace dos años.
¿Existe alguna canción que nunca escribió?
No me he quedado con eso en la mente. A mis 98 años he hecho todo lo que tenía que hacer, bueno o malo, guste o no, pero lo he hecho, y he estado a disposición de mi pueblo y de mi Cuba. Así quiero que me recuerden siempre.
¿Tiene todo lo que has deseado?
Sí, todo lo que tenía que tener lo tengo. Yo me conformo, no aspiro a tener mucho más. Todo me ha ido llegando, tarde en algunos casos, pero me ha llegado.
“He estado en tantas cosas que ya no sé si estos 98 años fueron tan fructíferos o si en realidad fueron agotadores. Lo cierto es que para mí han sido agradables, cometí mis errores, como todos. Ha sido una vida muy turbulenta, pero me siento feliz de haberla vivido.