Creado en: febrero 25, 2024 a las 10:58 am.
Juana Bacallao
Cuando le presentaron al actor español Paco Rabal, a Juana se le iluminaron los ojos y le dijo agradecida:
—Me encantan sus perfumes. Yo los uso.
Naturalmente, lo había confundido con Paco Rabanne (Rabán), el famoso perfumista francés.
El cantante Harry Lewis pretendió usar una broma, muy frecuente en el ambiente farandulero, al encontrársela en un estudio de televisión. La saludó, alzando la voz como para que todo el mundo lo escuchara, diciéndole:
—¿Qué dice Rita Montaner? Juana no se inmutó. Se limitó a contestarle:
—¿Y qué, Nat King Kong?
En Mérida, Yucatán, trabajaba en el restaurante Ciudad Maya, protagonizando un espectáculo de música cubana del coreógrafo José Luis Martínez. El público adoraba a Juana y le pedía una repetición tras otra. La orquesta acompañante tenía que trabajar extra al grito de:
—¡Otra! ¡Otra!
Juana le hacía señas al grupo musical acompañante, compuesto por cubanos, para que repitieran. Todo el mundo sabe cuánto desean algunas agrupaciones cubanas salir al exterior por motivos artísticos y económicos. El director quería complacer al auditorio; pero cansado de tantas repeticiones, o quizás cuidándole los labios a los trompetas, decidió ponerle punto final al espectáculo y ordenó la fanfarria de cierre. Juana se indignó. Increpó a los músicos. Les dijo que eso no se le hacía al “respetable”. Y resumió su protesta exclamando:
—¿Y así quieren viajar?
Dos parejas de emigrados cubanos que fueron al espectáculo, quisieron compartir con nosotros. Habían mostrado su simpatía por los artistas y disfrutaron del show. A la mañana siguiente los invitamos a tomar café cubano. A mí me cupo el honor de recibirlos y, en amena conversación, informarles sobre el movimiento artístico en Cuba, la situación del país, etcétera. Traté de desempeñar mi labor diplomática con exquisito tacto. Me hablaron del éxodo de algunos artistas y expuse mis consideraciones al respecto. Surgieron algunos nombres: Celia Cruz, Olga Guillot, Sandoval, Paquito D’Rivera. Reconocí sus méritos artísticos. Aclaré, según mi leal saber y entender, ciertos matices que individualizaban sus actitudes respecto a Cuba, y fui muy cuidadoso en mis juicios políticos, teniendo en cuenta que nuestros huéspedes también habían emigrado. Alguien se refirió entonces a Maggie Carlés. Ellos dijeron que le había ido muy bien. Les contestamos que ella tenía calidad para triunfar en cualquier parte. Y Juana, que hasta entonces había permanecido sin intervenir para nada en la delicada conversación, opinó:
—Esa chiquita tiene valores. Ella, en Cuba, logró que la mandaran a París de Francia, y allá “abrió los ojos”, y piró.
Mi labor diplomática se derrumbó ante el categórico juicio de Juana. No se lo tuve en cuenta porque ella jamás ha cedido a las proposiciones que le han hecho en el extranjero. Ella quiere tanto a Cuba que “cierra los ojos” para no ver las dificultades a que estamos sometidos los del lado de acá, y no voy a hablar del bloqueo, para no caer en discusiones políticas.
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