Creado en: junio 20, 2024 a las 09:39 am.

La batalla descolonizadora de nuestro tiempo

Grito de los excluidos, del pintor ecuatoriano Pavel Egüez. Foto: Pavel Egüez

Por Ernesto Estévez Rams

El neoliberalismo no fue solo una teoría económica, es una ideología absoluta del capitalismo. A las ideas netamente económicas las acompañó un despliegue cultural avasallador para cementar que la falta de alternativa ideológica marcaba el fin de la historia.

Para cerrar el ciclo «virtuoso», el mercado era elevado a la categoría única de valedor de todos los empeños y toda la realidad.

El templo eran las bolsas, y allí convivían tanto sacerdotes como corredores, junto a profetas cuya función era avizorar los comportamientos financieros de activos por realizarse. A la economía de casino la acompañaba la cultura que necesitaba.

Para hacer sustentable el fraude de la historia detenida, había que crear la cultura que la refrendara en todos los espacios de reproducción simbólica de la sociedad. Los conglomerados transnacionales, por medio de sus tanques pensantes primero, e instituciones políticas luego, para terminar en el estado burgués, comenzaron a intervenir, contrario al mantra, como nunca antes, en todos los aspectos de la sociedad.

Las universidades debían ser convertidas en empresas, los estudios universitarios debían instrumentalizarse en función de su habilidad de formar «capacidades» para el mercado, no individuos universales para la civilización. Toda universidad que se respetara debía tener oficina de transferencia y patentes, en la que el conocimiento generado con dinero público pudiera ser convertido en producto para su compra privatizadora.

La cultura artística se redujo al rejuego de un mercado hecho a la medida. A las artes plásticas se les dio funciones de tesorero privilegiado de capital. La música se redujo en un activo redituable y fue puesta en función de su rentabilidad. El cine, alumno privilegiado en esto de hacer dinero, adoptó fórmulas fordianas. Los sistemas de validación simbólica, premios, becas, inserción social, se volvieron instrumentos económicos. Toda la creación cultural debía ser «sostenible», un eufemismo para decir que debía generar ganancia.

El deporte ya no trata sobre cuerpo sano y la voluntad humana de superarse, sino de cómo esa voluntad, llevada al extremo por los deportistas de alto rendimiento, se vuelve un activo económico para vender (y venderse), o como vehículo de otras ventas.

El universo es un mercado, he aquí la gran colonización cultural de nuestro tiempo.

La batalla descolonizadora no puede ser una batalla superficial contra los síntomas de un problema sistémico. En esa dirección mañana nos tropicalizan, coyunturalmente, los símbolos del éxito del capitalismo primer mundista para pasar gato por liebre, pero nos mantienen el mismo mensaje: el éxito es también una mercancía.

La batalla contra la colonización cultural debe ser una batalla por el socialismo, y el socialismo se define, en última instancia, en términos de reproducción económica. He aquí, como revolucionarios, el acto de descolonización más audaz que nos podamos proponer.

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