Creado en: noviembre 9, 2023 a las 09:05 am.

La poesía de Caridad Atencio

Foto: ACN

Guardo especial afecto por Caridad Atencio y su promoción literaria. Tuve la dicha de conocer a muchos de los miembros de esta hornada de poetas (nacidos en los 60) y, en ocasiones, de contribuir a promocionar los libros iniciales de algunos de ellos o de invitarlos a recitales en los duros y lejanos años de la crisis de los 90 en nuestro país.

Fue esta, y continúa siendo en su urbana diversidad (algunos se han marchado para siempre), una gran familia poética. A pesar de los embates, de las enormes carencias materiales, de los sacrificios y desafíos cotidianos, esta familia logró erigir en su pluralidad discursiva –Caridad de forma muy singular– uno de los procesos creativos más auténticos y consistentes de la poesía cubana de finales del siglo XX hasta la actualidad.

Poetas del relieve de Caridad Atencio, Ismael González Castañer, Rito Ramón Aroche, Nelson Simón, Ada Elba Pérez, Pedro Marqués de Armas, José Antonio Ponte, Damaris Calderón, Rogelio Saunders, Alessandra (Aliuska) Molina y Alberto Acosta (nacido en 1955 pero integrado a estos), entre tantos otros, definieron en el riguroso bregar del periodo y con supremo talento, la poesía del cambio en Cuba, su entrada a la posmodernidad insular, cuya imagen paródica pudiera sintetizarse en El grito, del pintor Edvard Munch.

En efecto, los primeros poemarios de Atencio –Los viles aislamientos (1996), Umbrías (1999), Los cursos imantados (2000)–, como los de sus compañeros de generación, van a revelar la angustia y la defraudación de un mundo que parecía imperecedero, pero que de la noche a la mañana se derrumba y convierte en polvo quevediano. Acontecía así lo que respecto a la narrativa denominé, hace algunos años, la pérdida definitiva de la inocencia.

En Atencio, sus inquietudes existenciales la llevan a indagar en la realidad circundante, en los temas relacionados con la mujer, la racialidad y la familia. Su expresión poética se libera de ataduras y permite a la hablante lírica exhibir una voz legítima, rigurosa, sin temores, autenticada en la frecuentación del versolibrismo y lo coloquial abrazado al intimismo. Lo manifiestan estos versos de la brevedad (signo métrico distintivo de Atencio): (…) Un / líquido disparo / en pugna con / la lógica: ¿El / sostén / de las aguas / pútridas? (…) / Hay que sorber / el limo, la / hinchazón del / cadáver. Hay / que guardar las / huellas del / desgaste cuando acuda el / peso de la / transparencia.

Sin perder del todo su esencia, la poética del enojo, distintiva de esa etapa crítica, se estiliza al paso del tiempo hacia un poetizar más reflexivo e intenso: Mi pecho es un espejo / donde todos se miran/ y ven las oquedades del espejo, / no sus caras, de mentes/ llenas de imperfección. / Entonces es cuando / te humanizan: / te crean los brazos / para halártelos. / Dejan nacer en ti/ una sinceridad/ que se vuelve/ tu miserable culpa. / Quiero con el pecho blanco / y me recibe / alguien que tiene costuras en la mano. / También lo que tú cuentas / está basado en sonidos de víctimas. / Cuando toco lo que soy/ el sacrificio se convierte / en un modo de aliarse con el mundo.

Caridad Atencio es también autora, entre otros, de los poemarios: Los poemas desnudos (1995), Salinas para el potro (2001), La sucesión (2005), El libro de los sentidos (2010) e Historia de un abrazo (2019).

(Tomado de Granma)

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