Creado en: marzo 17, 2024 a las 12:32 pm.

Lectura dominical

El saludable hábito de leer periódicos los domingos me viene de medio siglo atrás, cuando recibía la visita mañanera de “Pancho y Ramona”, “Benitín y Eneas”, “Cuquita la mecanógrafa”, el “Capitán y los cebollitas” y otros amigos que nos traían un fabuloso mundo de colores en los suplementos de los periódicos nacionales de entonces. Muñequitos ingenuos (¿o lo era yo?) que todavía no nos querían hacer creer que los yanquis eran invencibles. Hasta sus nombres eran en idioma español. Flash Gordon, Lady Luck y Superman vinieron después, como los chicles Adams y el Seven Up. Y se perdió para siempre aquel don Pancho “bonachón y liberal que prefería la carne con papas y la cantina de Perico a las ínfulas aristocráticas de la infumable Ramona, su esposa. Aquellos comics —nosotros les decíamos sencillamente muñequitos en colores— cultivaban el humorismo y nos llenaban la mañana del domingo con sus simpáticas historietas.

A veces, cuando el parte meteorológico anuncia vientos de nostalgia de suave intensidad, me llega al olfato el recuerdo del peculiar olor a tinta de imprenta de los paquetes de muñequitos en el correo de mi papá. Y, tengo que confesarlo, los recuerdo con cariño.

No puedo creer, en modo alguno, que el bueno de don Pancho tratara de penetrarnos culturalmente. Si acaso Popeye, que no por casualidad era marine, con sus espinacas energizantes, constituyó el primer atisbo de la prepotencia yanqui en los comics. Pero eso sucedió después. Y a Popeye, en Girón, lo cambiaron por compotas.

El primer chispazo de periodismo cubano me lo dio un español: Cástor Vispo. Fue en el Magazine Rosa del periódico Avance, que salía los domingos. Allí leí, por vez primera, “El Barón del Calzoncillo”:

Los trágicos amoríos

del Barón y la Barona,

drama de tintes sombríos

que horroriza, que emociona

y que causa escalofríos.

Todas las semanas una pequeña obra teatral en versos. ¡Y qué versos, ya quisiera Zorrilla! La historia comenzaba, invariablemente, al levantarse el imaginario telón. Y Vispo describía la escenografía, disparatada y graciosa, en la que no podía faltar un personaje, protagónico o secundario, “dándole cranque a un tibor”, en perfectos octasílabos. Vispo había nacido en España, pero era tan cubano como las palmas. Y lo demostraba con aquellas acciones carcajeantes y absurdas, a veces satíricas y siempre graciosísimas, que reflejaban la actualidad nacional.

Por ahí debe andar más de un lector sexagenario que pueda recitar, de arriba a abajo, una de aquellas estampas donde la rima y el costumbrismo se daban la mano domingo tras domingo. Lástima que mi memoria no me acompañe. Me sobra memoria, eso sí, para recordar a aquel humorista español que adoptó como suya esta tierra nuestra y descansa eternamente en sus entrañas cálidas.

Sólo hubo un cubano capaz de acercársele en gracia al español Vispo. Publicaba también los domingos: Eladio Secades con sus deliciosas Estampas de la época. Costumbrista satírico, Secades, en prosa fue el primero, como Vispo lo fue en versos. Un ejemplo de su prosa del desencanto:

En realidad el valor del guapo es casi el único valor que se reconoce en Cuba. No pensamos en la cantidad de valentía que se necesita para ganar un sueldo miserable y tener que sostener a una mujer y educar a unos hijos, enviándolos a un colegio con la ropa limpia y los zapatos sanos. Ni pensamos, tampoco, en el valor que se requiere para ser honrado en un país donde el funcionario que no aproveche la oportunidad de enriquecerse y pertrecharse para toda la vida, no se le llame honorable, sino verraco.

Lamentablemente, cuando su país se decidió a erradicar las lacras que con tanta gracia él había criticado, Eladio Secades se fue a vivir a Miami.

Otros periodistas dominicales que recuerdo fueron Pepito Sánchez Arcilla, con un consultorio del amor en el que daba consejos a las almas atormentadas. Fue el autor de la inacabable novela radial El collar de lágrimas. Firmaba su consultorio con el seudónimo de Conde de Villamediana. Y Quílez Vicente, que inundaba de sangre las páginas del periódico, llenando de crímenes, descuartizamientos y violaciones el “día de guardar”, según la Santa Madre Iglesia.

Siempre fue, el domingo, día en que los periódicos se preocupaban por ofrecer materiales de lectura que pudieran resultar interesantes. Guillén, Federico Villoch, Carlos Rafael Rodríguez, y muchos otros destacados periodistas me convirtieron en un lector dominical asiduo y constante. Así llegué hasta los tiempos de Juventud Rebelde con el viejo Lagarde, que desapolillaba archivos para sus clientes del séptimo día, entre los que me contaba. Un poco más acá Padura me suscribió a la página central, con sus interesantes trabajos. Y actualmente lo primero que hago los domingos es buscar la página 3, para leerme yo, con verdadero deleite. Y, perdonen la inmodestia, pero como decían en mi pueblo: “maña vieja no es resabio”.

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