Creado en: marzo 23, 2022 a las 08:43 am.
Michaelis Cué: Todo el que hace lo que le toca está creando un país
Michaelis Cué es un gran conversador, de esos hombres a los que uno escucha con deleite tomando notas en la agenda, porque los años le han permitido cosechar la sapiencia necesaria para la profesión que ama y para la vida. Ignora el periodista que un hombre tan querido pueda hablar de soledad. Lo imagina pletórico entre las palmas de la sala oscura, aprendiéndose un poema para su Marcolina real o sonriendo con el “despertar” de un niño, que descubre el mundo de los sonidos en la telenovela Tú. Es el doctor Gonzalo quien me recibe. Con manos experimentadas y el escalpelo agudo de su mente despierta separa las palabras, las desviste, quita de ellas cualquier maquillaje complaciente y me descubre su alma. En estas líneas cometo la indiscreción de compartirla con ustedes.
― Usted ha triunfado en las tablas y en la pantalla, trabajando además para niños y para adultos. ¿Cuál es la fórmula?
―Soy un actor del teatro y la televisión y me he movido indistintamente entre el trabajo para niños y el teatro para adultos. Muchos me preguntan cómo puedo hacerlo. La respuesta es simple: Lo que hay es que ser actor y que a uno le guste el trabajo para los pequeños, como es mi caso.
Pero fundamentalmente me he desarrollado en el teatro dramático y en la televisión. La sombrilla amarilla me caracterizó como actor de teatro infantil, también hice unos cuentos para el espacio Había una vez. Creo que no hay necesidad de encasillarse. Lo que se necesita es actuar.
―En este momento lo podemos disfrutar en el personaje del doctor Gonzalo, un hombre mayor con muchos conocimientos y a su vez lleno de conflictos. ¿Existen puntos coincidentes entre usted y Gonzalo?
―Fui el primer actor que Léster citó para este casting e inmediatamente me enamoré del personaje. Se trata de una persona muy responsable ante su oficio, un hombre con muchas habilidades como cirujano. Nos estuvimos entrenando en el Centro de Implantes Cocleares.
Los conflictos fundamentales de Gonzalo son con él mismo. Está enfermo, tiene limitaciones físicas y busca un relevo. Lo hice con mucho amor, mucha entrega y mucho estudio, pero reconozco que no tengo nada que ver con él. No soy médico y no me hubiera gustado la medicina como carrera, pero como uno tiene que defender el personaje que le toca, lo asumí como si se tratara de mi vocación.
Me he encontrado a personas en la calle que me dicen: Usted da el médico de principio a fin. Su actitud física, su entrega, su ética, su valoración de la importancia de los implantes cocleares… Pero no tengo la tragedia que él tiene. Es cierto que tenemos una edad similar, porque estamos en edad de retiro. Pero en el caso de un actor, mientras más añejo tiene más experiencia y funciona mejor en dependencia de sus habilidades. Gonzalo siente que va perdiendo facultades mientras yo me entreno, camino, hago mis ejercicios diarios y estoy muy bien de salud. Es un personaje que hice con mucho amor.
―Al acercarse a las personas con capacidades diferentes la telenovela Tú trata un tema sensible para la sociedad cubana y para cualquier sociedad. ¿Qué importancia le confiere a esta capacidad del arte de llamarnos la atención sobre los sucesos y conflictos de la vida cotidiana?
―En mis días de entrenamiento con el doctor Manuel Sevila en el Centro de Implantes Cocleares, primero nos citó a una conferencia y yo le pedí permiso para grabarlo. Se trata un cirujano con habilidades especiales. Me autorizó y descubrí que movía las manos como si estuviera operando. Eso me fue sensibilizando. Se trata de un trabajo con personas que tienen un problema muy específico, muy duro. No hay solución para todos, pero además es un hombre que emana una gran sensibilidad hacia su profesión y hacia la diferencia. Eso me permitió el acercamiento humano al tema.
Siempre supe que podía llegar a ser muy útil, porque si yo conocía del sistema y me preguntaba cómo no se le ha dado mayor divulgación, entendía que la telenovela lograría visibilizar esa realidad y llamar la atención de la población hacia ese fenómeno. Haber sido ese puente me parece un privilegio.
Fidel, que fue también el creador del programa cubano de implantes cocleares, dijo que la cultura es lo primero que hay que salvar y que es la espada y el escudo de la nación. Yo siempre temo que eso se convierta en consigna. Siempre propongo dilucidar qué quiso decir Fidel con esta frase. Y sencillamente la cultura es belleza, es crear un estado de espiritualidad alrededor de todo y todas las esferas de la sociedad deben tratar de proporcionar esa belleza.
Cuando una sociedad logra proporcionar esa espiritualidad a través de la cultura en su amplio espectro es una sociedad fortalecida. Eso quiere decir que no vivamos en un ambiente feo o con fosas reventadas. Que las nuevas generaciones no se acostumbren a lo feo. Siempre abogo por eso porque no hacemos nada con traer una instructora de teatro a la escuela si cuando sale el niño se enfrenta a algo antiestético, algo feo, algo que no favorezca su espiritualidad.
Por eso creo que hay que abrir el diapasón del problema. Creo que ahí es donde está la utilidad del arte. Movilizar, sensibilizar… Martí decía que ser culto es el único modo de ser libre y eso es para todo el mundo. Una sociedad culta es una sociedad que apuesta por la espiritualidad y la belleza en todas las esferas. El arte juega un papel fundamental, pero no solo el arte, porque hay muchas cosas que se vuelven anticultura si no tienen detrás el concepto de belleza. Todo el que hace lo que le toca está creando un país y está creando una nación. Ahí es donde yo siento que están la espada y el escudo.
―Hoy en el país se habla de acercarnos a las comunidades y de sensibilidad. ¿Considera que es un buen momento para el arte, la cultura y para los artistas genuinos en medio de tanta banalidad y seudoarte?
―Nosotros contamos con un país donde hay grandes pensadores que tienen muy claro cuál es el papel del arte y de la cultura. Eso tiene que ir hacia las comunidades. La tarea que se desarrolla hoy en esos sitios con los instructores de arte, con la construcción de entornos humanos bellos es muy importante. Esto que se hace hoy en los barrios es algo que estaba escrito y se hablaba pero no se cumplía a cabalidad. Y ahora está materializada la voluntad de acercarnos porque ahí está ese pueblo que lo necesita, que tiene condiciones más difíciles y que, aunque no solo el arte puede resolver el problema, desempeña un papel fundamental.
Hay que verlo todo en un contexto. La vida es fundamentalmente desarrollo del ser humano. Un ser humano culto siempre va a ser mejor, va a ser más consecuente.
Yo tuve una experiencia con Adalet, un titiritero muy talentoso que tiene un jardín al que llama el Jardín Internacional de los títeres y como ha viajado mucho trae a titiriteros de muchas partes del mundo y los lleva a Alturas de la Lisa, que es un barrio periférico con muchos problemas. Existen muchos espacios llenos de magia como ese a los que no se le que no se les presta atención. Llevar el arte a las comunidades implica también reconocer lo que hacen los artistas desde las comunidades. Creo que el momento es bueno en la medida de que se comprenda por todos ese fenómeno tan complejo y rico que es la cultura.
― ¿Profesionalmente, qué le debe a la vida y que considera que la vida le debe a usted?
―Yo pienso que todos los seres humanos le debemos siempre algo a la vida y pienso que la vida también le debe cosas a uno. Vivimos en un medio social donde no siempre uno hace lo que quiere porque a veces las limitaciones materiales, las relaciones con la burocracia y el enfrentamiento a decisores que no siempre comprenden a cabalidad nuestro trabajo, no te lo permiten.
Otras veces uno cae en una especie de desidia y cree que todo no tiene solución. Pienso que la vida me debe cosas, ¿cómo no?
Llevo 58 años de trabajo y creo que por diversas razones el reconocimiento por ese trabajo no llega. Quizás es porque no lo he reclamado nunca. ¿Quién sabe la razón? A la vida le debo continuar trabajando y tratar de ser útil. Quisiera conservarme lo más lúcido que pueda para seguir siendo útil.
Una de las cosas que un actor debe aprender, y a veces cuesta trabajo o sale caro entenderlo, es a tener la lucidez necesaria para saber qué es lo que no puede o no debe a hacer y aquello que le va a quedar mal. Eso no quiere decir que uno eluda el riesgo porque nuestro trabajo es riesgo y hay personajes en los que uno se da cuenta de que hay riesgo. Eso es muy estimulante y a mí siempre me ha gustado estar al borde del precipicio porque el arte es arriesgar.
A veces uno hace cosas que no le hubiera gustado hacer porque somos seres sociales. Necesitamos comer y vestir. Pero en estos casos, cuando uno asume el personaje debe hacerlo lo más dignamente posible. A veces me ha salido bien porque en el trayecto me he enamorado del tema y del personaje. A la larga, cuando salgo de mi casa y camino las calles, las personas con su cariño me cuelgan al pecho cientos de medallas.
―Si la realidad cubana fuese una novela y usted el responsable de escribir su libreto cómo escribiría el final.
―Soy, por naturaleza, un hombre optimista. Estoy en el movimiento teatral desde 1964. Imagina qué no habré pasado. Hubo épocas de dogmatismo, de ignorancia, de prejuicios, de oscurantismo y también épocas de apertura y de gente brillante, como en todo proceso dialéctico.
Aspiro a que el final de mi novela sea un final donde la libertad de expresión esté claramente definida, que no se tenga miedo de abordar conflictos porque el arte dramático por excelencia es conflicto, donde se sea lo más constructivo posible, hablar de lo que se tenga que hablar teniendo en cuenta lo que dijo Marinello que toda gran libertad es una gran responsabilidad.
―Hábleme de proyectos futuros, motivaciones, propuestas inmediatas y deseos personales.
―Uno siempre tiene proyectos. Yo tengo un espectáculo que es Marx en el Soho. Ha resultado muy agradecido porque desde que lo estrené ha sido muy exitoso tanto en Cuba como en el extranjero. Con él he viajado toda Latinoamérica. Acabo de llegar de España. Tengo algunos planes relacionados con el teatro porque soy un hombre del teatro.
Acabo de recibir una invitación que considero muy importante para llevar esta obra por distintas universidades de los Estados Unidos. Me parece más interesante ir a las universidades que a un teatro en ese país porque Marx en el Soho es un texto que se presta muy bien para los espacios académicos. En eso estoy.
― ¿Cuáles son las tres cosas que más valora?
―Valoro mucho el agradecimiento y eso está ligado, en mi caso al menos, a ser fiel a mis raíces. Ser fiel a como me formé. Es algo que valoro mucho. Valoro también la amistad, esa cosa tan rara que cuesta trabajo pero existe. Soy de una generación donde he tenido grandes amigos. Los fui perdiendo poco a poco por el camino. Unos han muerto y otros abandonaron el país. En ese sentido resulto un hombre bastante solitario porque, aunque en general me comunico muy bien con los jóvenes porque fui profesor durante muchos años, a veces me siento solo. Valoro mucho el amor y no solo a la pareja. Creo que el amor lo mueve todo.
― ¿Qué quisiera que dijeran al hablar de usted? Dentro de cincuenta años…
―No sé si voy a pasar a la posteridad. Honestamente no pienso mucho en eso. Prefiero más bien esa prédica cristiana de que lo importante es el aquí y el ahora. Es una prédica que le viene muy bien al teatro.
Lo que pasó pasó y uno no puede hacer nada sobre eso. El futuro es una incógnita. Además soy un actor y nuestro arte es efímero. No soy un pintor que deja su obra grabada en un lienzo o un músico que la deja en el pentagrama. No me preocupa mucho pasar a la posteridad. Siempre tengo presente que el sol se va a apagar y esa idea martiana de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz. Lo que hay es que trabajar en el presente con afán. Lo demás lo dirá el tiempo.
¿Cuántas obras uno pensaba que iban a ser inmortales y a los diez años nadie se acuerda de ellas? Otras, que uno pensaba que no trascenderían, se han enriquecido con el paso de los años. Yo pienso que esas son las que van a quedar. Por ejemplo, Manteca y Delirio Habanero, obras que hice en la década del 90 con Teatro Mío. Quienes las vieron y otros jóvenes que las estudian por la Historia del teatro vienen a preguntarme. Pero eso se va olvidando y lo que quedará fue que las hice. Si fue buena o mala, si funcionaron o no funcionaron, lo dirá el papel. Muchas veces incluso uno hace papeles que no fueron tan buenos y después se recuerdan como si, haberlos hecho implicara que fueron buenos papeles. Todo es relativo.
Es una suerte tenerlo. Saberlo cubano. No puede ignorarse su coherencia como no debe desconocerse su talento. En Michaelis se juntan el fundador de grupos teatrales, el profesor, el artista, el filósofo y también sus personajes. Entre ellos Gonzalo, quizás el más activo por ser el más reciente. Inquieto junto al Marx que tiene permitido regresar a la Tierra por una hora y aparece en el lugar equivocado.
Así se nos presenta. Quizás entrelazado al filósofo alemán, unido a este para generar en nosotros, por el futuro del país, un “despertar”. Esta vez de la conciencia.