Creado en: diciembre 6, 2021 a las 11:39 am.
Miguel Barnet y su huella en la novela testimonio
Dice un viejo refrán que “la memoria es la dueña del tiempo”: tal sentencia la coloca Miguel Barnet como exergo en su libro de ensayos La fuente viva, cuya primera edición data de 1983 a la sombra de la editorial Letras Cubanas, y en el que se recogen textos que transitan, con similares cuidados de airosa escritura y atenta mirada, por zonas tales como la novela testimonio, el nacimiento de lo cubano, y la cultura que generó el mundo del azúcar, entre otras. Por lo demás, tal aseveración es santo y seña de la obra de su autor.
Asentado en individualidades que son la memoria de un destino y la esencia de un tiempo donde se fija su paso, la fuente a que hace referencia aquel título es también la savia que sustenta las novelas en clave testimonial escritas por Miguel Barnet, cartografías entrañables en la que cada personaje y sus circunstancias se ponen de relieve con empeño, para que hasta lo más mínimo del carácter y su raigambre en un entorno preciso, contribuya a revelar los vaivenes más insospechados de un puñado de historias inolvidables en el horizonte de la cultura cubana.
El libro que marca el inicio de tan provechosa travesía por las aguas de la llamada novela testimonio, es en primer lugar el resultado de uno de los encuentros más notorios y fecundadores que ha tenido lugar entre escritor y protagonista, en este caso un joven de poco más de veinte años el primero y un anciano que empieza a rebasar la centuria el segundo. Desde la intimidad de una época a la vez lejana y abrasadora que se inscribe en el vórtice de las contiendas independentistas del siglo XIX, la palabra de Esteban Montejo, tras ser incitado a contar sus recordaciones por un oyente acucioso, se convierte en un arriesgado proceso de escritura en el que la oralidad palpita en el texto.
En aquella “historia única” –como la calificara el escritor inglés Graham Greene- que es Biografía de un cimarrón, cuya primera edición data del año 1966, Miguel Barnet alcanza, con lenguaje que se afirma en lo indomable gracias a una franqueza que se ensancha en lo expresivo, un poder de seducción que recupera con esplendor cautivante, las luces y las sombras de un tiempo señero en la historia de Cuba. La plantación y el patronazgo, la esclavitud y el barracón, la insumisión y la guerra, convergen en este libro con el monte y las deidades, el mito y las costumbres, el recuerdo y las ensoñaciones, todo llevado en la piel y en el alma, a prueba de látigo, cepo y grillete, para poner de manifiesto una fortaleza que no excluye lo cálido, lo generoso y un amor a la libertad que lo desborda todo.
“Hay cosas que yo no me explico de la vida” dice Esteban Montejo en la primera línea de Biografía de un cimarrón, en la que su entonación se permuta en esa peculiaridad que, desde la palabra escrita, logra conservar el encanto y la seducción de aquella oralidad primigenia, transmutada por el novelista en materia literaria de altos quilates, en la que el manantial, lejos de agotarse en sus afluentes, se afirma con ventaja. Gracias a esa eventualidad que allí se propone, los días cubanos de la esclavitud en el siglo XIX y la lucha contra la metrópoli española, adquieren una fuerza de veracidad que, al margen de las singularidades memoriosas de aquel protagonista de 104 años y su carácter, revela las aristas de lo humano para mantener la soberanía de su designio. El gran Alejo Carpentier fue muy puntual al advertir que “Miguel Barnet nos ofrece un caso único en nuestra literatura:el de un monólogo que escapa a todo mecanismo de creación literaria y, sin embargo, se inscribe en la literatura en virtud de sus proyecciones poéticas”.
Más allá de su célebre cimarrón, el autor ha entregado otros personajes que ilustran con claridad fechas y acontecimientos en el devenir de la isla: una vedette de los años veinte en los escenarios habaneros del siglo pasado en Canción de Rachel; un inmigrante español que llega a la isla en el alba de aquella centuria, preámbulo deGallego; y un cubano que emigra a Estados Unidos a mediados del siglo XX en La vida real. En cada una de esas novelas, la reconstrucción del período escogido y sus estremecimientos más disímiles, se apoyan en el conocimiento de cada ámbito y sus particularidades.
Curiosamente –y a propósito de la oración ya apuntada que abre Biografía de un cimarrón-, siempre hay en las novelas testimonio de Miguel Barnet un detonador: la frase inaugural –lo que el escritor israelí Amos Oz, en su ensayo La historia comienza, llama “el contrato inicial”-. Así lo confirman Canción de Rachel (“Esta isla es algo muy grande”); Gallego (“Una idea fija cambia el destino de un hombre”); y La vida real (“Cada hombre es un mundo”). También en otra novela suya, pero de marcado talante autobiográfico, Oficio de ángel, el principio se realza con tal posibilidad: “Un sombrero de pajilla y un niño en brazos de un barbero de barrio”.
“La familia me sigue con los ojos /Sienten piedad de mí /y me cuidan hasta de los aguaceros”, dicen los primeros versos de La sagrada familia, poema que da título a uno de los poemarios de este narrador que es también poeta. No estaría errado decir, al parafrasearlo de cierta manera, que los ojos suyos han seguido los pasos de la familia insular; sus ojos han sentido piedad de ella y la han salvado de los aguaceros del olvido:Miguel Barnet y su huella en la novela testimonio.
(Tomado de Radio Angulo)