Creado en: junio 21, 2024 a las 02:44 pm.
Música… ¿acompaña, asalta, enaltece?
La música está en todas partes, solo hay que aprender a escuchar, lo dice la trovadora Enid Rosales en un tema infantil que, por suerte, pasan mucho por televisión; y tiene razón, la música está ahí siempre, en el «canto de las aves», o «en la cocina de mamá».
Pero, más allá de los ritmos que podemos advertir o hacer en la cotidianidad; la música como expresión artística también nos envuelve e, incluso, nos asalta.
No es solo la que escuchamos a través de los audífonos, en la privacidad del hogar, o en un concierto o fiesta; constantemente interactuamos con las canciones que prefiere la vecina, el vendedor de pan o el chofer de ómnibus o motorina. Y en esos encuentros es posible lo mismo disfrutar que escandalizarnos.
En un país tan musical como Cuba coexisten muchos géneros y artistas, nacionales y extranjeros; y, con la misma fuerza con la que se disputan la preferencia de los públicos, se entroniza el debate sobre cuáles canciones son buenas, y cuáles degradantes, cuáles enaltecedoras y cuáles sexistas…
Más parecidos a su tiempo que a sus padres, las hijas y los hijos son quizá quienes más preocupan en cuanto a la formación del gusto estético y el consumo de mensajes para los que no están preparados.
Recuerdo cómo reaccioné airada cuando los pequeños que tengo en casa vinieron a tararearme un fragmento de aquel tema que hablaba del hacha y la brocha, y que habían oído repetido hasta la desmesura en la bocina de una casa aledaña. Solo logré llamarles más la atención, y hasta que se olvidaron, me repetían el estribillo infausto, que para ellos nada significaba.
Mi estupor fue mayor cuando, hace unos días, mi hijo cantó esa que suena ahora por todos lados y dice «ay, qué rico, titi». Con la lección aprendida, decidí aguzar los oídos antes de responder exageradamente; fue entonces cuando mi hija le dijo: «Hermano, tú sabes que la seño dijo que esa canción no es para los niños, y que tenemos que cantar “a la rueda, rueda”».
Suspiré al saberme acompañada por una educadora –algo que no siempre sucede– en esa batalla por preservarles la inocencia; la cual, de forma inexorable, pasa por el consumo cultural.
La articulación entre familia, sistema educativo, instituciones culturales y medios de comunicación es esencial para que los adultos de mañana puedan advertir dónde está lo soez, lo violento, lo kitsch… y dónde hay verdadera originalidad y búsqueda artística.
Claro que no es tan sencillo, hay falencias en el funcionamiento de esas entidades, hay desfavorables condiciones económicas y sociales, marginalidad, consumos por redes sociales que parecieran incontrolables, y muchos otros factores que inciden ahora mismo en el gusto masivo por cierta música o artista.
Condenar como si se hablara desde un púlpito y erigirse en juez de lo bueno o lo malo, implica el peligro de adoptar una postura, a veces sin quererlo, elitista y discriminatoria, y tampoco supone ningún cambio.
Mejor sería dar a la niñez –en la parte que nos toque– un ambiente sonoro sano y enriquecedor, brindarles las herramientas para conformar su gusto; y, para todas las edades, promocionar aquellos trabajos musicales que no denigran a la mujer, que no incitan al insulto y al golpe, y que evidencian creatividad antes que imitación, y sensibilidad antes que ostentación y competencia.
Buenas obras sobran en la Isla, la cuestión es que se privilegien y difundan, para que podamos decidir. Y ello implica no solo más espacio en las programaciones y más difusión, sino también trascender los teatros y salas de concierto para llegar a los barrios, comunidades y escuelas.
Alimentar la espiritualidad es imprescindible para el buen destino de un pueblo; Martí nos advertía que la música «es el hombre escapado de sí mismo: es el ansia de lo ilímite surgido de lo limitado y de lo estrecho: es la armonía necesaria, anuncio de la armonía constante y venidera».
En el Día Mundial de la Música, una iniciativa que apuesta por hacerla accesible para cada ser humano, la preocupación es que aquella que esté en todas partes nos haga felices, mejores y más buenos, y no lo contrario.