Creado en: abril 28, 2024 a las 06:54 am.
Naborí
Con los pies en la tierra y la cabeza en las nubes, Naborí tiene fama de distraído entre sus íntimos. Él lo niega con esa sinceridad ingenua que lo convierte en el gran poeta de los humildes. Pero lo afirman Raúl Ferrer, Félix Pita Rodríguez y su propio hijo, que fue quien nos contó esta anécdota.
Eran los días difíciles en que el Indio, respondiendo a la necesidad de poner su inspiración al servicio de la patria, escribía un poema diario para el periódico Hoy, que dirigía Blas Roca.
Precisamente en esos días tuvo necesidad de mudarse y alquiló un apartamento. Recogió todo y lo empaquetó. Un camión de mudanzas se encargó de trasladar los bártulos al nuevo domicilio del poeta. Naborí no sólo presenció, sino que colaboró en la mudada. Esa misma noche, en la estrenada casa, gracias a los esfuerzos de Eloína, su dulce esposa, el poeta pudo escribir el poema que debía llevar al periódico por la mañana, y se acostó a dormir en su nuevo cuarto.
Al día siguiente se dirigió al periódico y entregó el trabajo, charló con sus compañeros y regresó a su casa. Naborí se presentó en el apartamento que había abandonado el día anterior. Una empleada limpiaba el apartamento para dejarlo habilitado en espera de los nuevos inquilinos.
Naborí notó sorprendido que estaba vacío, que no había muebles y, dirigiéndose a la señora que limpiaba, preguntó extrañado:
—¿Y Eloína?
La señora le contestó, con todo respeto, que ella no conocía a Eloína.
Naborí, confundido, volvió a preguntar:
—¿Este no es el apartamento 16?
La señora le respondió afirmativamente. Naborí, entonces, le replicó con vehemencia:
—Este es mi apartamento y Eloína es mi señora. ¿Cómo va a decir que no la conoce?
Ante una nueva negativa, el Indio comenzó a perder la paciencia.
—No estoy para bromas.
—La que no está para bromas soy yo. Tengo mucho trabajo.
El encargado del edificio escuchó la respuesta un tanto alterada de la
empleada de limpieza y acudió preocupado. Al enterarse del motivo de la discusión actuó de moderador, explicándole amablemente al Indio:
—Jesús, tú te mudaste ayer. Ya éste no es tu apartamento, porque te mudaste.
Naborí reaccionó con esa bondad innata que lo hace tan querido de todos. Bajando la voz, le pidió excusas a la empleada de limpieza y después, dirigiéndose al encargado del edificio, le dijo:
—Bueno, está bien, me mudé. Pero, ¿para dónde?
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