Creado en: junio 11, 2023 a las 11:19 am.
Por si acaso
(07/06/1987)
Algunos lectores suspicaces habían dudado de la veracidad de mi trabajo del domingo anterior, en el cual contaba el curioso caso del motociclista que le ofreció a un conocido bailarín de ballet su vieja moto, con jeva y todo, por la Honda del artista.
Seida Vega del Riego, esposa de Jorge Esquivel, viene a corroborar nuestra seriedad informativa. Ella, humorista de ley, nos envía un simpático télex donde nos dice, entre otras cosas:
«De la vida real», aparecido en la edición de hoy de ese periódico, fue un artículo bueno, y aunque no llega a la calidad de la obra de Barnet parodiada en el título, gustó a todos los lectores menos a mí, aunque comprendo que mis consideraciones nada determinan, pues los inconvenientes que le encuentro no son gramaticales, ni de confección, ni de estructura, ni de contenido. La anécdota narrada sobre el incidente presenciado por usted en Avenida 26 y Calzada del Cerro es cierta en esencia, y digo «en esencia» porque algunas cosas planteadas no las escuché y su derecho tiene —según pienso— a utilizar cierta licencia en aras del objetivo perseguido. El joven «atlético, bien parecido», que tripulaba la Honda, era, efectivamente, Jorge Esquivel, mi esposo. Detrás de él, como bien recordará, iba yo, también recostada al cojincito trasero.
No, no la recuerdo, palabra de honor.
Ella continúa:
Qué inteligente es usted. Prefirió omitir ese dato para evitarse even- tuales problemas ante una posible indiscreción. Eso sí es hacer periodismo.
Gracias, señora, pero yo no la recuerdo a usted en el cojincito trasero de la Honda.
Seida aclara:
Pero no, yo soy la esposa de Esquivel y nada hay que ocultar. Nuestro destino era el hogar (dulce hogar) en el reparto Casino Deportivo. Y si no recuerda mi rostro, es porque también estaba inmerso en un gran casco de protección, de acuerdo con lo planteado por la ley para motociclistas acompañantes.
Magnífico, señora, pero no recuerdo ese detalle.
Ella se queja:
A aquel conjunto «de elegancia y atractivo juvenil» le faltó mi presencia, amigo Enrique, que solo tengo veintidós años y (muy sinceramente) no me creo fea, por lo cual protesto ante usted con todas mis fuerzas. Mas, ante el supuesto mencionado, lo perdono.
Lamento no haberla visto, señora; perdóneme de nuevo.
Ella insiste:
Comencé diciéndole que suponía cuánto esfuerzo requeriría redactar semanalmente un artículo, pero no entiendo cómo se le ocurre aquello de que la airosa y juncal rubia del cojincito trasero de la vieja y destartalada Harley Davidson dijera: «Síguelo. Me interesa la permuta».
No se me ocurrió a mí. Lo dijo ella.
Y Seida protesta:
Eso podrá parecer muy chistoso, ocurrente, jocoso, todo lo que usted quiera, pero para mí no tiene una pizca de gracia. ¿Cómo no continúa escribiendo su experiencia personal, como aquella de la joven que, en la guagua, lo miraba y miraba, hasta que usted creyó haber realizado la más completa de las conquistas amorosas, para, al final, convencerse de que era una admiradora de su hijo Enriquito? Estoy segura de que, de acuerdo con la edad que tiene, su repertorio podrá aportar muchos, pero muchos relatos para, si así lo desea, hacer reír a los lectores, sin tener que recurrir a realidades ajenas que, como en el caso que me ocupa, todos carcajearon, hasta Jorge, que tanto valora su condición de humorista; todos menos yo.
Señora, ¿usted me conoce personalmente? Si así fuera, no supondría que hay en mi vida muchas anécdotas como esa. Con mi estatura y mi peso, nadie cambiaría su moto por la mía, y menos con jeva y todo. Además, la rubia no iba a aceptar esa permuta. Esquivel es otra cosa…
Ella concluye:
Solo aspiro a que conozca mi forma de pensar; por lo demás, lo felicito.
Gracias, Seida. Y, categóricamente, no la vi a usted en la moto. Conozco a Esquivel, y si hubiera visto a una mujer en el cojincito trasero de la Honda, habría tenido la seguridad de que se trataba de usted. Aunque no lo hubiera publicado: por si acaso.
Nota: ¡¡¡Hubiera querido pasarle un telegrama a Camagüey, pero de Comunicaciones en aquella ciudad contestaron que no sabían dónde radicaba el Ballet de Camagüey (!!!).
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