Creado en: enero 12, 2022 a las 09:26 am.
Raúl Ferrer: El maestro, el artista
No se trata de la enseñanza artística. No se trata de llevar a los pequeños por los senderos del arte y crear en ellos las competencias necesarias para abrirse camino en los predios de la belleza. Raúl Ferrer Pérez fue una suerte de maestro artista.
Para este imprescindible del magisterio cubano, desde la primera mitad del siglo pasado, ya era imprescindible emocionar para dejar una huella, transmitir una idea, fijar un concepto. Esa convicción, además de educador, lo convirtió en un imprescindible de la cultura nacional.
El hijo ilustre de Yaguajay lo es también de toda Cuba. Un hijo nacido por el talento, la vocación de ser útil, que lo llevó primero al camino de la medicina y luego le puso un sitio frente a la pizarra.
Para Raúl Ferrer la clase no era suficiente. Había en su entraña una necesidad de ir por más, de provocar a los alumnos, de abrir para ellos un mundo desconocido.
Por eso se abrazó a la causa. Vistió los colores del movimiento sindical y con voz uniforme sus poemas y canciones vibraron en un discurso único parecido a la vida. El maestro padeció por sus alumnos. Los emuló en el pie descalzo para hacerse a su idioma, sufrió las rejas por defenderles el derecho al pan del alma y amplió su escuela para todos cuando una avalancha verde olivo arrastró su felicidad en el empeño de repartir las letras y los números.
Cartillas, manuales y quinqués fueron el cauce de los ríos a los que Ferrer les colocó afluentes para los adultos, para llegar al sexto y al noveno grado, para la enseñanza obrero campesina, para la promoción de la lectura.
Ferrer elevó su canto de educador poeta y lo escucharon la UNESCO, Nicaragua, Angola y la Europa soviética. Pequeña su obra escrita con páginas para El romancillo de las cosas negras y otros poemas escolares y Viajero sin retorno. Era muy grande su obra viva. Muy grande su obra de hueso y carne y lágrimas. En sus pupilos tuvo los más hermosos poemarios.
Hoy llegamos con flores a los pies de Raúl Ferrer. No para saludar al viceministro de ideas novedosas o al asesor sagaz. No evocando la sabiduría de un docente. Lo hacemos descorriendo el telón para el artista. Con la cultura y las ideas en buenas manos y dando frutos. Hoy nos toca evocarlo para contar y cantar nuestra verdad y nuestro himno.
¿No fue acaso también Ferrer alumno de una más grande escuela? ¿No fue su impronta consecuencia de estar sentado delante en el aula común que es esta obra? Resultado o consecuencia, llega el homenaje de su pueblo. Hacemos la tarea que dejó el pedagogo, aplaudimos con orgullo al artista. Le agradecemos que nos legara este tiempo en el que se premian el cariño y lo rebelde del alma.