Creado en: febrero 18, 2024 a las 03:04 pm.
Rita Montaner
El carácter de Rita fue siempre objeto de comentarios entre la gente de la farándula. Fue tan admirada como temida. Se defendió con las uñas de un mundo signado por la más terrible competencia. Toña la Negra, Bola de Nieve, Josephine Baker y muchos otros, supieron de su agresividad y su ironía. Algunos ejemplos pueden ilustrar esta faceta no tan divulgada de La Única.
Los locutores Arturo Artalejo y Carlos D’Mant tenían un programa de crítica en una pequeña emisora de la calle 12. Con la manga al codo no se distinguía precisamente por la seriedad y hondura de sus comentarios. Y en una emisión tuvieron la osadía de juzgar desfavorablemente la actuación de Rita en La Medium, de Menotti —un hito memorable en la carrera artística de la Montaner—. Enterada Rita de los comentarios, que esta vez hizo D’Mant, se dirigió a la emisora y encontró a éste y a su cómplice, Artalejo, sentados en un pasillo. Rita, desde afuera, se dirigió a D’Mant: .
—Ven acá, cabrón.
Artalejo, nervioso, se puso de pie y fue hacia ella. Rita rectificó en alta voz:
—No es contigo. Es con el otro cabrón.
De esa forma los había emparejado, aunque Artalejo, en la referida transmisión, había adoptado una tibia defensa de La Única.
Rubén Vigón, un extraordinario teatrista, director, diseñador y escenógrafo, era el propietario de la sala Arlequín. Hizo buen teatro en aquella salita. Rita estaba en el elenco de una obra. El negocio no daba para comprar el vestuario y los artistas traían sus propios trajes y zapatos que Vigón analizaba de acuerdo con el personaje que iban a interpretar. Rita debe haber tenido un buen vestuario, pero Vigón era exigente y sordo. Tan sordo como exigente.
El día de la selección de vestuario, Rita se enfundó en uno de sus más vistosos trajes y salió al escenario. Vigón permanecía atento en el palco de lunetas. Rita, moviéndose en escena, le preguntó:
—¿Qué te parece éste?
Vigón no le oyó bien. Y colocándose la mano en la oreja, le preguntó:
—¿Qué dice? Rita insistió, gritando:
—Que ¿qué te parece éste?
Vigón esta vez la escuchó, pero le contestó que el traje no le parecía adecuado para la obra. Una y otra vez Rita volvía a su camerino y regresaba al escenario con los más valiosos trajes de su colección. Y cada vez que hacía un comentario, tratando de convencer a Vigón, éste, con la mano en el pabellón de la oreja, le hacía repetir lo que había dicho, para concluir afirmando que no le gustaba ese traje. A la quinta vez, y casi agotado el vestuario traído para la prueba, Rita salió con un vestido elegantísimo, convencida de que ése sería el seleccionado. Venía, además, visiblemente molesta.
Se dirigió a Vigón:
No me vas a decir que éste no te gusta. Me lo diseñaron en París.
Vigón se llevó la mano a la oreja y le preguntó respetuoso:
—¿Qué dice usted, señora?
Rita rajó la voz, como en sus mejores momentos de “El Manisero”, y le gritó:
—Que te compres una trompeta, maricón…
Un testigo, que no quiere dar su nombre, me contó que Vigón le respondió:
—¡Ese mismo, señora Montaner! ¡Terminada la prueba!
Y estrenó la obra con aquel traje. Rita y Vigón obtuvieron un resonante éxito con La tía de Charles, la obra anunciada para aquella oportunidad. Y se siguieron tratando con el mayor respeto y consideración. Vigón, graduado en una prestigiosa universidad norteamericana, no quiso oír jamás la ofensa de Rita. Rita, que cuando no estaba molesta era toda una dama educada y culta, no hubiera admitido jamás la certeza de esta anécdota. De todos modos, cuando se escriba la historia del buen teatro en Cuba, habrá que mencionarlos a los dos.
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