Creado en: junio 4, 2024 a las 06:48 am.
Sancti Spíritus: Medieval y encantadora
La han bautizado como la más medieval de todas las villas. Aseguran que nació a caprichos y que por esas voluntades hoy conviven en total armonía pasado y presente. Matrimonio perfecto que sorprende en un recodo empedrado, fachada de construcción, expresiones del arte…
Y, como siempre sucede cuando no se conocen a ciencia cierta las causas, se disfrutan todas sus esencias. Incluso, el ser la primera de las siete villas, donde se plantó la cruz tierra adentro, distante del mar. Hoy, es el único de esos primogénitos asentamientos cubanos con su sitio fundacional identificado.
“Es Pueblo Viejo. Está ubicado a más de cinco kilómetros de la cabecera provincial de Sancti Spíritus. Una expresión concreta del proceso de transculturación es el hallazgo de cinco cuentas de collar, elaboradas por los aborígenes con cerámica española. Pasados ocho años, en 1522 el asentamiento buscó abrazar el río Yayabo y es por eso que hoy residimos más cerca de ese afluente”, reconoce Orlando Álvarez de la Paz, jefe del Gabinete de Arqueología Manuel Romero Falcó, de la Oficina del Conservador de la ciudad de Sancti Spíritus.
Fue por eso que Sancti Spíritus creció como un pueblo a la usanza, lejos del mar, con el ritmo soñoliento de esos asentamientos de hombres simples, que despiden la noche en los parques o en la balaustrada de una ventana, para que una hermosa mujer vibre en el fondo de una serenata, al ritmo de las cuerdas de las agrupaciones trieras.
Vestida aún con los rasgos de la época colonial, duerme en la ceniza inocente del tiempo, ajena al relumbre y al escándalo. En ella, conviven de la mano la cultura ganadera muchas manifestaciones artísticas. De ahí que algunos la han tildado de rural. Pero es que en sus estrechas y ensortijadas callejuelas se respira un aire de paz y sosiego, que jamás se podrá encontrar en las grandes urbes de los tiempos contemporáneos. Y eso, también seduce y enamora a quienes prefieren un ritmo de vida más reposado.
“Su núcleo urbano fundamental toma cuerpo en la elevación donde la Iglesia Parroquial Mayor con valores patrimoniales se erige —explica Roberto Villoch, director de la Oficina del Conservador de la ciudad de Sancti Spíritus—. Pero, poco a poco la villa crece y ya, para finales del siglo XVII tiene un desarrollo longitudinal paralelo al río Yayabo y se ha acodalado hacia la zona más antigua del actual Consejo popular de Jesús María. Con el paso del tiempo crece hacia otras zonas como hoy la disfrutamos”.
A voluntad de muchos, pasado y presente se muestran en la propia estructura de su planificación física. La Carretera Central, como línea que divide en dos a la ciudad, evidencia ese contraste en su arquitectura.
Y si de encantos se habla, la fidelidad de las diferentes generaciones a las más increíbles leyendas no puede faltar. Todavía existen quienes se apasionan con el güije, pequeño ser pícaro y de color negro que asustó a las abuelas yayaberas en las noches del Santiago; y hay quienes intentaron domar el sol en 2014, durante la excavación de los hallazgos en el parque central Serafín Sánchez para ver los misteriosos túneles, donde se escondieron oro y tantas historias de lujuria.
Pero, todo ello es expresión de la defensa a ultranza de cada una de nuestras identidades. El Santiago Espirituano, una especie de carnaval exclusivo, se convirtió en sitio obligado de encuentros. El Coro de clave, con 110 años de vida, los tríos, los murales, los vitrales, los tejados de color rojo y las grandes arcadas de las puertas intentan persistir bajo la sombra de las dos grandes joyas arquitectónicas: el puente sobre el río Yayabo y la Parroquial Mayor.
La cultura espirituana, tal marejada que entra limpia al corazón de quien se nutre de ella, ha enorgullecido al resto de la Isla. Este pedazo pequeño, en el mismo vientre del “caimán”, ha sido noticia por nombres de patriotas, deportistas, políticos, artistas y hasta por el nacimiento de la guayabera, convertida después en la prenda nacional.
“La villa se ha movido al compás de su ciudadanía común —alerta Juan Eduardo Bernal Echemendía, Juanelo, investigador, promotor cultural y escritor—. Se recuerda siempre a los personajes que la calle ha conocido”.
Ese motivo convirtió al bulevar en una especie de galería a cielo abierto. Allí se protege del olvido en formato de retrato escultórico a Francisquito, el espirituano que con un saco sobre los hombros y ropas raídas decía la hora más exacta que un reloj suizo. También está Serapio, hombre de comparsa y composiciones, asimismo lo acompaña Oscar Fernández Morera, uno de los mejores pintores que supo captar sus más sinceros colores.
Ellos, junto al resto de hombres y mujeres que forman parte de nuestro imaginario colectivo resguardan muchas historias. Lo hacen a la par de quienes hoy siguen apegados a las esencias de la villa –incluso en la distancia–. Porque como toda dama antigua seduce y enamora con sus encantos de muchas épocas.