Creado en: julio 16, 2024 a las 09:25 am.

Si llamo yo…

Unos dicen, «ahora mismo»; otros dicen, «allá voy»; pero su repique bronco, pero su profunda voz, convocan al negro y al blanco…

Como si de un espejo bien pulido se tratase, la obra de Nicolás Guillén (Camagüey, 10 de julio de 1902-La Habana, 16 de julio de 1989) refleja esa suerte de vastedad polícroma que es lo cubano. Si para él la palabra era la cárcel de la idea, rompió esos barrotes y rescató aquella que «nos viene húmeda de los bosques», cuando «un sol enérgico nos amanece entre las venas».

Fue una vocación temprana y acendrada. Según Ángel Augier, quien fuera uno de los principales estudiosos de la lírica guilleneana: «La presencia de la letra de molde en su casa, desde la primera luz que vislumbrara, tiene que haber dejado una huella honda en la tierna sensibilidad del niño que crecía junto con la historia republicana».

Escribir y leer, con gozo, le era tan natural como rehuir los estrictos moldes de la educación religiosa; y como lo fue –tras el asesinato del padre por tropas gubernamentales– ejercer los oficios de la tipografía y el periodismo, para sobrevivir.

De aquellos años es la estampa trazada por el escritor y periodista Manuel Cuéllar Vizcaíno: «Recuerdo a Nicolasito con sus tirantes, que tendían a rodársele y él se los arreglaba con un movimiento de los hombros como si fuera a acometer un paso de rumba. Sombras de tinta en los dedos finos, de adolescente. El pelo muy negro, partido a un lado en dos porciones lacias.

«Cuando fui de visita a su casa me leyó unos versos. Una libreta bien preñada (…) Cuando adquirí más cono­cimientos literarios caí en la cuenta de que aquel poeta no había pasado por la etapa de los ripios. Nació en plena madurez».

No obstante, Guillén estaba consciente de que el verdadero trabajo del escritor es la reescritura y de los peligros del acomodamiento creativo. Abjuró de sus versos juveniles, e incluso luego de hallar una voz poética fuerte, buscó una y otra vez nuevas maneras de decir, mediante las que entregó poemas no solo sorprendentes en lo formal sino, además, en el profundo tra­tamiento de lo social.

En la Historia de la Literatura Cubana, del Instituto de Literatura y Lingüística, se aclara que el de Poeta Nacional de Cuba no es un título gratuito, pues Guillén logró una poesía de síntesis en la que lo autóctono y lo universal, lo nuevo y la tradición hallan un reino de armonía y unidad perfectas. Dio inicio «a un proceso de descolonización sin precedentes en nuestra historia literaria».

Revolucionario y antimperialista en su escritura, así como en su vida, Guillén ofreció a la Isla lo mejor de sí, tanto antes como después del triunfo de enero de 1959, en pos de su pueblo de «color cubano», donde los dos abuelos debían estar necesariamente reconciliados.

La música de sus textos escapa del papel como de la tersa superficie del bongó, y oímos alta la canción del poeta: Cueripardos y almiprietos / más de sangre que de sol, / pues quien por fuera no es noche / por dentro ya oscureció / Aquí el que más fino sea, / responde, si llamo yo.

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