Creado en: septiembre 5, 2024 a las 09:16 am.

Un Quijote tropical nos ofrendó La Guantanamera

Joseíto Fernández, gloria de nuestra cultura. Foto: Osvaldo Salas

Por Laura Ortega Gámez

Cada país tiene sus símbolos, y cuando se menciona el nombre de Cuba son muchas las razones por las que se hace reconocible la Isla ante los ojos del mundo. La música, como el arte en general, tiene sus propios exponentes que representan la cultura, y, con ella, la identidad. Fue esto, precisamente, lo que hizo Joseíto Fernández cuando, sin saber la connotación que tendría, estrenó en la radio nacional la icónica Guantanamera.

El Rey de la Melodía, como también se le conoce, no fue, sin embargo, ni guajiro ni guantanamero, sino que nació en La Habana un día como hoy de 1908. Diversos grupos musicales lo acogieron a lo largo de los años. Se dice que comenzó su carrera en un trío que fundó con los hermanos Guido y Juan Llorente, no sin antes verse obligado, como muchos de sus contemporáneos, a ejercer de sastre, barbero, tabaquero y mecánico, profesiones que alternaba con alguna que otra serenata por la que solo le pagaban centavos, a pesar de su incuestionable talento.

A partir de ahí, agrupaciones como Los Dioses del amor, Juventud Habanera y varios sextetos y charangas, contaron con su presencia, pero no fue sino hasta 1935 que Joseíto se dio a conocer popularmente dentro de la escena musical cubana.

Un estribillo pegadizo y singular llegó desde su voz a la radio ese año. «Guantanamera, guajira guantanamera» se convirtió en la canción más escuchada de la época, tanto, que fue contratado en exclusiva para un famoso programa radial llamado El suceso del día, en el que el artista se encargaba de dar a conocer mediante décimas los más insólitos acontecimientos negativos que sucedían. Todo esto, mientras sonaba en cada intermedio el reconocido coro. De ahí que aún se utilice en ciertas ocasiones, no gratas, el dicho «le cantaron la guantanamera».

El elegante mulato del barrio de Los Sitios no solo destacó por su idoneidad para interpretar distintos géneros musicales, sino que fue el garbo parte inseparable de su personalidad. Sobre esto menciona Ciro Bianchi que, «vestido invariablemente de guayabera y pantalón blanco y tocado con un jipijapa auténtico, parecía un Quijote tropical». Y así se le vio durante años pasearse, no solo en los más renombrados espacios televisivos, sino en las calles de Centro Habana, una tarde cualquiera, en la que su voz fuera solicitada por alguna festividad.

Más de 150 versiones a lo largo de la historia es la cifra que ostenta hoy la canción compuesta por el joven Fernández en 1928. Las más famosas, la del español Julián Orbón, que introdujo a esta los Versos Sencillos de José Martí, y la del trovador estadounidense Pete Seeger, quien incluso llegó a inscribirla bajo su autoría en el país norteamericano. Sin embargo, no hay dudas de que esta obra, una de las más importantes de la cancionística tradicional cubana, es fruto del ingenio de aquel galante habanero que, enamorado de la idiosincrasia montuna, la inmortalizó y defendió hasta el final de sus días.

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