Creado en: mayo 7, 2024 a las 10:00 am.
Verónica Lynn, la actriz que se quedó sin edad (+Video)
La ilusión del cine, la televisión y el teatro, la resumía Gabriel García Márquez en su libro Cien Años de Soledad. El séptimo capítulo comienza con una secuencia de invenciones humanas, desde la electricidad hasta el gramófono, desde el teléfono hasta el proyector. La conmoción en Macondo fue demasiada cuando el mismo hombre, muerto y enterrado el día anterior en la pantalla, apareció al siguiente, vivo y convertido en árabe. De la aflicción pasaron a la indignación, de la indignación a la negación, de la negación a la curiosidad, hasta volver a pagar los dos centavos para ver una película.
Si alguien ha desencadenado una mezcla semejante de amor y odio, apareciendo y desapareciendo, con nombres aleatorios y personalidades discordantes, es Verónica Lynn. La actriz cubana se caracteriza por la camaleónica habilidad de ponerse en los zapatos de otros, como dice esa frase tan común, pero cargada de una connotación especial tratándose de ella.
«¿Cuál es la esencia de un actor? Un actor es alguien que sea capaz de vestirse, de entregar su sangre, su cuerpo, su pensamiento, su vida, su todo a un ser diferente, que incluso es de otra época, que es de otro país, que vive conflictos que tú jamás has enfrentado, y que, no obstante, eres capaz de darle tu piel», explicó la Premio Nacional de Teatro 2003 y de Televisión 2005, en un diálogo con la periodista Magda Resik.
Verónica Lynn ha encarnado los personajes del estadounidense Eugene O´Neill, el francés Moliere y el británico Somerset Maugham, la actuación desconoce de lejanías geográficas. Cambió el color de su piel, no fue blanca sino mulata, como la Camila de José Brene, habitó un solar de La Habana, adoró a un hombre y a los santos.
Permitió que un Aire Frío dominara su cuerpo y se convirtió en la Luz Marina de Virgilio Piñera, cubana, de clase media. Interpretó a Susana, en Lejanía, fue la madre que, después de diez años en Estados Unidos, regresó a por su hijo.
Los mayores la recuerdan como Doña Teresa en Sol de Batey de 1985. Los más jóvenes, por la novela Entrega del 2020. De una manera u otra, Verónica ha perdido el nombre muchas veces, porque sus personajes continúan viviendo en una carpeta del paquete semanal, un canal de YouTube o alguna transmisión de archivo.
En el libro Otros Rostros que se escuchan, de la editorial Letras Cubanas, la fundadora de la UNEAC y la compañía de teatro Trotamundos confesó:
«La primera vez que me paré en un escenario fue cuando estudiaba en la escuela de monjas Las esclavas del sagrado corazón, en Luyanó, que era para muchachas pobres, porque mi familia era muy humilde. Allí aprendí mecanografía, taquigrafía…daban también inglés y corte y costura. Un día se escenificó la vida de un santo, creo que fue San Francisco de Asís y yo hice un pequeño personaje. Aquello me fascinó. Era un semiclaustro. Me caracterizaron para hacer el papel de un hombre y cuando terminó mi parte, me quité el maquillaje, me senté en el público y escuché a una madre comentarle a otras, – pero que bien estuvo el muchachito ese de los bigotes -. ¡Ay qué alegría, porque ese era yo!»
Desde entonces ha delineado una trayectoria de almas que, en su piel emocionan, enojan, entristecen y alegran al público. La actriz de 93 años ha terminado atrapada sin edad en las pantallas. Verónica Lynn nace y renace con diferente identidad, nacionalidad, carácter, en distinto tiempo y espacio. Agradece siempre la pregunta de Chacho Galiz Menéndez por el año 1954:
—¿Qué tú quisieras ser?
—Actriz
—No, no, ¿pero cómo actriz?
—Yo quisiera ser buena en radio, en cine y en televisión
—¿Y en teatro?
— Y en teatro. En ese momento yo quería ser buena en todo, hasta en circo.