Creado en: octubre 31, 2022 a las 08:38 am.
Víctor Manuel, inmortal
Por Susana Besteiro Fornet
Un hombre delgado, con el cabello blanco, se toma una taza de café sentado en la calle Obispo, bajo el cartel de La Lluvia de Oro. Las manchas de su piel se confunden entre las provocadas por el sol, por los años o por las gotas de pintura de alguna obra inconclusa. Una leyenda de la plástica cubana: Víctor Manuel, se dispersa entre los transeúntes habaneros de la década de los 60.
Termina con calma la bebida y se marcha caminando por San Ignacio. La mayoría no lo reconoce, aunque hayan visto su arte en los museos. Aquel señor desgarbado que cuenta ya más de 70 primaveras no se preocupa por lo holgado de su camisa, ni por cuidar su dieta o por hacer suficiente ejercicio físico.
Mientras su paso es cansado, sus ojos están tan ávidos como los de un adolescente, viendo almas entre las sombras y colores. Llega a su estudio, en el segundo piso del otrora palacio del Marqués de Aguas Claras, se asoma al balcón y mira, como solo saben mirar los pintores, las piedras desnudas de su vecina, la Catedral de La Habana, justo frente a él.
El 31 de octubre de 1897, hace hoy 125 años, nació aquel que los expertos califican como el pionero de la pintura modernista cubana. Aunque su nombre completo era Víctor Manuel García Valdez, firmó sus obras de muchas formas diferentes, a veces Manuel, otras Manolo García. Fue caminando las calles de París, por allá por la segunda mitad de los años 20, cuando decidió quedarse con la combinación que lo grabaría en la memoria cultural de Cuba.
Discípulo de Leopoldo Romañach y compañero de aventuras antiacademicistas de otros grandes como Carlos Enríquez, Eduardo Abela y Fidelio Ponce; influenciado por muchos, pero con un estilo que no se parecía a ningún predecesor ni contemporáneo; es fácil para el ojo inexperto reconocer sus trazos, especialmente los rostros de mujer que parecieran a punto de salir de sus retratos. De sus manos salió una de las imágenes más reconocidas y reproducidas en nuestro país, la seductora Gitana tropical.
Su muerte, como suele suceder a los artistas, lo convirtió en inmortal, y a su obra en un símbolo de Cuba, valorada a nivel global. Tanto es así que una de sus pinturas, Paisaje cubano, fue robada en la ciudad de Santa Clara en 2011, y recuperada un mes después. En la cartulina de técnica mixta una muchacha, sentada a la orilla de un río, observa en las aguas el reflejo de un bohío, como tantas veces el pintor contemplase, con amor su tierra.
Único, irremplazable, inolvidable. Artista cuyo talento vive en la identidad de la nación, con esas mulatas de ojos expresivos y esos familiares paisajes nublados. Pasados 125 años de su nacimiento, y medio siglo de su muerte, las imágenes que plasmó en sus lienzos han quedado grabadas en el alma misma del país donde encontró la inspiración suprema de su vida.