Creado en: septiembre 16, 2024 a las 08:00 am.
Yasiel Elizagaray: El cuerpo es el templo del alma
Son cuerpos desnudos y no anuncian la belleza ni la voluptuosidad. Un compendio de rostros, torsos hendidos por las cicatrices o el paso del tiempo; desfiguradas visiones de una apariencia borrosa y frágil que sacuden al espectador. Sobresalen del lienzo las texturas, como si se empastara al trozo y se sobrecargaran de material las pinceladas con gran vigor en el dibujo. Pero en todo caso es la condición humana, son el extremo del dolor y el testimonio de la huella sobre la carne los tópicos que sobresalen en la muestra del pintor Yasiel Elizagaray.
Aura se nombra la exposición que podemos disfrutar hasta finales de octubre en la Galería Villa Manuela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Y al nombrarla así, Elizagaray reafirma su interés en calar la espiritualidad del ser, la envoltura del cuerpo tangible por ese otro cuerpo sutil que le rodea cual ánima o energía abrazadora que nos circunda en nuestra existencia.
No quiere Yasiel deslumbrarnos con la viveza del color, pero sí con sus vibrantes contrastes sombríos y el monocromatismo asociado a lo sobrio. Las figuras se alargan y deforman al estallar su energía vital en la inmensidad del lienzo donde posan distorsionadas, fieles al estilo acuñado por los expresionistas clásicos. Pero nos salvan del abismo de la monotonía unos labios rojos, las cicatrices sangrantes, las úlceras purulentas que trasuntan dolor. También la luz hace de las suyas iluminando casi a capricho otras zonas del cuerpo como si el lente desenfocara.
Todas estas son técnicas y modos de hacer que el creador en apariencia explora con ingenuidad, pero se trata de una apropiación profunda de los más académicos modos de pintar e incluso, del encuentro y desencuentro posterior con lo más clásico del desnudo femenino en el devenir de las artes visuales. Elizagaray es un acucioso investigador y un infante terrible, rebelde y curioso como en sus más remotas correrías trinitarias, ante el lienzo en blanco que es la vida.
¿Fue la pintura, desde edades tempranas, una elección inevitable?
Desde pequeño tuve inclinación por las manualidades y me costó trabajo decidir porque tenía interés en el deporte. Me sentía muy cómodo cuando coloreaba, dibujaba… me relajaba mucho y pasaba horas dedicado a pintar. Cuando entré a la escuela de instructores de arte comprendí que dedicarme al arte era lo que quería hacer en adelante. No me quedaba sólo con las clases de los profesores y me fui superando, intercambiaba con estudiantes de años superiores y trabajé diferentes técnicas.
En la escuela empecé a entender la historia del arte, busqué referentes anteriores. Entonces me marcó el surrealismo, lo paisajístico, el realismo de los bodegones… y no me identificaba entonces con el expresionismo. Una vez graduado, se despertó en mí un interés más profundo por las artes visuales cubanas, sobre todo cuando descubrí la obra de Fidelio Ponce de León y de Antonia Eiriz.
Se siente ese hálito en tu obra…
Siempre están ahí. Precisamente haciendo referencia al título de esta exposición me ha llamado siempre la atención su aura, esa parte mística que se desprende de sus obras, las figuraciones tan cargadas, tan potentes en su mensaje espiritual. Es muy difícil contemplar esas pinturas y no estremecerse. Cuando tuve la primera oportunidad de visitar el Museo de Bellas Artes me di el placer y el gustazo enorme de superar las primeras nociones que tenía al disfrutar de sus trabajos en libros. Al pararme ante las obras que se muestran en el museo temblaba de emoción.
Recuerdo la primera vez frente al cuadro “La anunciación” de Antonia Eiriz o de “Las beatas” y “Los niños” de Fidelio Ponce. Me marcaron hasta el día de hoy. Sigo trabajando esas formas cercanas al expresionismo y empecé a indagar seriamente en ese movimiento pictórico. Y también busqué otros referentes fuera del contexto cubano donde entran el austríaco Oskar Kokoschka, algunos pintores alemanes y más cerca de este tiempo, Lucian Freud, británico, y el irlandés Francis Bacon. No se trata tanto de la influencia que puede apreciarse desde el punto de vista figurativo o técnico, sino del sentido y la carga emocional con la cual trabajaron.
¿Por qué elegiste estos formatos y técnicas pictóricas para la muestra Aura?
Me interesa mucho experimentar con materiales alternativos. En los últimos tiempos me he enfocado en las posibilidades que me brinda el óleo. Después de experimentar tanto tiempo con otros materiales como el acrílico, soportes para el grabado… elegí el óleo sobre soporte de lienzo. Estoy muy metido en las técnicas para pintar al óleo y no estoy estudiando sólo a artistas expresionistas en este momento. Ando siempre sumergido en las técnicas pictóricas porque me considero un pintor.
¿Cuál es la explicación que le das a tu recurrencia en el tratamiento del cuerpo humano?
El cuerpo es el templo del alma. Esta muestra se aleja un poco de lo que expuse el año anterior, enfocado en el retrato. Ahora decidí traer el cuerpo porque me resulta muy interesante no sólo desde el punto de vista plástico, sino también para entenderlo de una manera diferente. Desde experiencias muy personales he podido contemplar a la mujer de otro modo; intento que se aleje del canon de este mundo moderno, aún muy patriarcal. Tengo dos hijos y llevo veinte años con mi esposa contemplando esa transformación dentro del cuerpo femenino. Pero ¿cuál es la causa que lleva a un cuerpo a transformarse de modo tan abrupto? La respuesta se me ha hecho muy sencilla cuando noto que se debe a alumbrar la propia existencia de otros seres humanos. Así me muevo entre lo bello y lo perturbador e inquietante.
Aura está muy cargada de metáforas visuales que aluden desde la perspectiva técnica y se producen insinuaciones desde las texturas, pastas y colores a las cicatrices del cuerpo de la mujer a causa de una cesárea —la marca por un sacrificio extremadamente noble como traer a la vida— o por procesos propios de enfermedades tan graves como el cáncer. Estoy muy comprometido con esos temas y me interesa representarlos porque a pesar de que el resultado es muy fuerte visualmente, mis creaciones las considero finalmente nobles, con su belleza propia, y debemos alejarnos de una interpretación superficial que las reduzca a lo grotesco, lo agresivo. Son experiencias muy bellas, reales y naturales, que debemos desapegar del estereotipo.